Tú, yo y la globalización

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La globalización tiene que ver con el intercambio acelerado y constante de todo tipo de productos y servicios. La globalización, sin embargo, no tiene que ver con la libre circulación de personas por todo el planeta, si de lo que se trata es de encontrar un puesto de trabajo, o una vida mejor.

Sólo si esas personas hacen turismo, o se desplazan al servicio del dinero o del poder, los desplazamientos y la libre movilidad son tolerables para los gobiernos. Así 4.000 millones de personas, la mitad de la humanidad, se montan cada año en avión en el planeta para hacer turismo, o negocios.

Aunque la pandemia produjo un retroceso puntual del comercio mundial, casi 20 billones de dólares se mueven cada año en el comercio de mercancías, sin tomar en cuenta el libre comercio de servicios. Es el desarrollo acelerado de las nuevas tecnologías, las comunicaciones, internet, lo que hace posible esta explosión de la producción, los servicios y las transacciones comerciales.

Las personas, pero sobre todo las empresas, los gobiernos, se comunican al instante y sin fronteras. Intercambiamos informaciones, conocimientos avances, nuevas habilidades tecnológicas. Aprendemos, desaprendemos, chismorreamos, creamos noticias falsas y las hacemos correr, programamos actividades de todo tipo. Las comunicaciones, el conocimiento, la conectividad, son partes esenciales de esa globalización en la que vivimos.

La globalización tiene efectos sobre la población. Produce movimientos migratorios de cientos de millones de personas que buscan una vida mejor y un empleo decente. Muchos españoles, casi 3 millones de personas, viven en otros países.

Muchas personas originarias de Siria, Afganistán, Senegal, Bangladesh, Kurdistán, Marruecos, Mali, Pakistán, toda Latinoamérica, o ahora Palestina y Ucrania, escapan de la guerra, la tortura, o la miseria, llegan a nuestro país, buscando un destino mejor o un camino de tránsito.

La globalización, tal como la conocemos hoy, ha producido un nuevo orden mundial

La globalización, tal como la conocemos hoy es un fenómeno que no podemos comparar con los procesos coloniales e imperialistas de siglos anteriores. Ha producido un nuevo orden mundial. Podemos observar una uniformidad cultural impensable hace poco tiempo. Todas las diversidades, la mezcla de tradiciones y de valores, son aceptadas, siempre que se encuentren al servicio del mercado, del beneficio, del dinero, de la riqueza de unos pocos.

De vez en cuando nos informan de las reuniones del G-7, del G-20, del Foro de Davos, o del Club Bildelberg. Creemos que alguien se ocupa del mundo, aunque sea en la sombra, a oscuras. Creemos que gobiernan el mundo, controlan el proceso de la globalización, pilotan el nuevo orden mundial.

Sin embargo la apertura de nuevos negocios, los acuerdos comerciales internacionales, la liberalización o el cierre de esos mercados, es el fruto de una competencia brutal que anuncia la decadencia del imperio estadounidense y el surgimiento de otros actores como China, en alianza con potencias ancestrales, como Rusia, o bien otras potencias emergentes, como India, Brasil, o la India, que ponen en cuestión el reparto de la tarta mundial.

Podemos aceptar un futuro de autocontrol y autolimitación del consumo desbocado. Podemos asumir nuestras responsabilidades y comenzar a gobernar el destino de nuestras comunidades, o bien aceptamos vivir en un mundo de libertades imitadas, desigualdades sangrantes y opresión extrema.

Lo primero sería más deseable, pero la segunda opción es no sólo posible, sino bastante probable. La conjunción de un individualismo rampante y radical, junto a un poderoso sistema de poderes económicos y políticos absolutos, totalitarios, en manos de corporaciones oligárquicas, puede dar lugar a un escenario de aplastamiento de disidencias, en nombre y representación del pueblo.

Mientras las personas sufrimos, esos poderes siguen alentando y promoviendo guerras, confrontaciones, vulneraciones de los Derechos Humanos, repartos injustos de las riquezas y aumento de las desigualdades.

En un mundo tan interconectado las islas no existen. Nos necesitamos unos a otros

En un mundo tan interconectado las islas no existen. Nos necesitamos unos a otros. El mundo que se avecina debería ser local, cercano, cooperativo, de dimensiones humanas, respetuoso con el medio ambiente y con el resto de seres vivos que comparten con nosotros el planeta.

Lejos de lo que nos cuentan el problema no es salvar el planeta, porque, a fin de cuentas el planeta seguirá adelante con o sin nosotros, con o sin nuestra extinción. Somos nosotros los que estamos en riesgo de desaparecer.

Por eso, como bien decía Leopoldo Abadía, el problema que debería preocuparnos no es qué planeta dejamos a nuestros hijos, sino qué hijos dejamos a este planeta.

Nada está escrito y nadie debe escribir el final de esta historia sin nosotros. Vamos a darle una vuelta a eso de la globalización, tú y yo, este verano.