lunes. 08.07.2024
democracia real ya
Imagen de archivo.

¿Alguna sorpresa con relación al título? No lo creo. Ni conceptual, ni fácticamente. Hay una alharaca por todas partes acerca del hecho de que la ultraderecha está avanzando en el mundo y aplastando al liberalismo político, o sea lo que llamamos democracia. Curiosamente, el nombre angelical del capitalismo. Que la izquierda ha perdido el norte y que la derecha se corre, cada vez más, hacia la ultraderecha, después de haber ayudado a construirle una barrera sanitaria… 

La izquierda debe darse cuenta de que la clase media baja, los trabajadores y los sintrabajo, votan a la ultraderecha porque la primera no le ha dado respuesta a su existencia negativa

Lo que queremos dejar claro en estas líneas es que no ha lugar a esa alharaca, como no sea el de sembrar miedo hacia cualquier tipo de reformas que alteren en lo más mínimo el statu quo (correcta, y originalmente, Status quo), ese “orden” social, estructura, o maquinaria de relaciones (in)humanas, concentradora de la riqueza en una parte ínfima del conglomerado social (que no “Sociedad”, en términos sociológicos), e indigencia, pobreza y desesperanza, en el polo de las mayorías. Y que la izquierda debe darse cuenta de que la clase media baja, los trabajadores y los sintrabajo, votan a la ultraderecha porque la primera no le ha dado respuesta a su existencia negativa, es decir, a su forma de respirar, por la cual, en este mundo en que vivimos, son considerados “nadies” (lo que es lo mismo que “nadas”), obstáculos sociales, “des-graciados”, y creo no equivocarme si nos inspiramos en el Calvinismo, aquellos a quienes Dios no concedió su gracia. Entonces, como buenos cristianos, no metemos a la Divinidad en el cuento, sino que nos “paganizamos” y los llamamos los desheredados de la Fortuna. Es decir, le echamos la culpa a una lejana y abstracta diosa romana de la tragedia provocada por una organización socioeconómica: el capitalismo. Es más: esta “comunidad” cristiana que fundamenta su razón de ser, es decir, de tener una vivencia con un sentido trascendente, en el amor al prójimo (“próximus”, en latín, el que está cerca) por amor a Dios, ha encontrado un término hiriente de modo terrible: “desechables”. No son solamente los (y “las”, siempre; inmersas en el “los”) que están en la calle y mendigan una moneda, o compiten con los perros en los basureros por un desecho de comida. No. La “desechabilidad”, es un torbellino que se ensancha ferozmente, con cada deseo del capitalista, sea individuo, familia, o corporación, que desee aumentar el valor de las acciones de la empresa, o que haya adquirido un artefacto basado en Inteligencia Artificial, ese artefacto, “diabólico” en el contexto de un sistema socioeconómico cuyo objetivo es la ganancia, cada vez mayor, a cualquier costo. Acaba con el trabajo. Labora 24/7, no se queja, no organiza sindicatos, no hace huelga, no se embaraza y “no”, muchos etcéteras más. Entonces tú que tienes 40, 50 o 60 años y le has dedicado tu vida a la empresa, puedes, de la noche a la mañana convertirte, no sólo en un desempleado sino, por ello mismo, en un “desechable”, porque con esa edad ya no encontrarás trabajo y menos podrás pensionarte. 

La derecha, la izquierda, la ultraderecha. Y… ¿el centro? Creo que eso no es algo definible en política. Pero sí sirve para ubicar la conciencia “líquida”, siguiendo la caracterización de algún autor. Es esa que nos permite el compromiso de no comprometernos. Izquierda y Derecha, inician su separación en una línea imaginaria e imaginada, que no existe en la realidad. Esa línea da identidad al Centro. Si somos centristas, querremos mover las fichas con la seguridad de no alterar nuestro “egostatuquo”. Diremos que claro, que sí queremos cambio, pero que sea lento, particularizado y consensuado. Con las necesidades sociales que hay, bastaría con la primera condición para no hacerlo. Y no faltará quien nos grite que somos una derecha disfrazada. Pero nos habremos lavado las manos, lección que hemos aprendido desde hace dos mil años. 

Pero la discusión que hay es sobre el avance de la ultraderecha lo que implica la muerte de la democracia y la llegada del fascismo. Todo esto cimentado en un esencialismo político, ajeno a un análisis de la totalidad social. La crisis depende, entonces, de una falla de los partidos políticos y sus programas, cuando no, de los políticos con nombre propio. 

Hace veinte años, con motivo de la anterior caída de la Unión Soviética y el dominio planetario del Neoliberalismo, escribíamos en un pequeño libro: 

“Las relaciones económicas… van absorbiendo las relaciones políticas y culturales (éstas, en el más amplio sentido), de tal manera que la política se convierte en el arte del discurso vacío y la cultura en una informática publicitaria de carácter consumista” (1). 

A partir de lo anterior, nos explicábamos, también, la crisis de las Ciencias Sociales (las institucionales que surgieron como ideologías legitimadoras del Sistema) y el cierre de facultades de Humanidades. 

Lo planteábamos así: 

“Y… ¿las Ciencias Sociales? Creemos que están cesando en su función. Surgidas como parte integral del Estado-Nación, al ir desapareciendo éste, en la tarea asignada de regulador “consensual” del conflicto social, aquellas también van cesando en su papel de detectar las “disfunciones” del sistema y de recomendar al Estado, vías de solución. Por eso sus anunciadas e implementadas reestructuraciones son, casi exclusivamente, de orden administrativo y delimitativo de microcampos de estudio, porque “La Sociedad”, (así con mayúscula), como La Historia y como el Espacio y el Tiempo, están desapareciendo en la marea globalizadora del capital posmoderno cuyo único objetivo es la realización de los seres humanos (cada vez más pocos por su capacidad adquisitiva), como consumidores, en ese templo de la profanidad que se llama Mercado Mundial” (2). 

“Economizada”, no sólo la política sino la vida toda en lo que Michel Foucault llamó “biopolítica”, como resultado del ejercicio del “biopoder”, todas las relaciones humanas quedan sometidas a la lógica del capital, cada vez más, sin límite alguno. 

Entonces, ¿por qué surge y crece la ultraderecha? Porque, por lo expuesto antes, ni la izquierda ni la derecha, dieron respuesta a las necesidades sociales. Éstas y la lógica del capital, crecen en sentidos contrarios. Y, ¿qué han hecho los politicos? Legislar de acuerdo con esa lógica, o entregar sus facultades legisladoras al Ejecutivo, que las pide para aceitar más rápido la máquina de concentrar riqueza y moler empleos porque, para eso fue nombrado. “Elegido”, ficcionalmente, por la afectada mente de los desesperados que no tenían nada que perder y, de pronto, algo que ganar, con las promesas populistas de los neo-salvadores. Pero no habrá nada de eso. Los quejosos, o reclamantes, encontrarán que estos supuestos nuevos políticos no suprimirán las necesidades que tienen, sino a los necesitados. El elector esperanzado, se ha convertido en un hazmerreir porque no hay tal poder del voto. Y casi nunca lo hubo. Menos ahora cuando el capital, particularizado, como siempre, compite, ferozmente, a nivel mundial y no deja, no puede, dejar ingreso social que le afecte. En este contexto, ¿ha muerto la democracia? ¿Era, realmente, el gobierno del pueblo, con el pueblo y para el pueblo, como lo dijo Lincoln? Comenzando: lo que entendemos, o imaginamos, hoy, por “pueblo”, no es el The People de Lincoln, inventado por la Gentry inglesa en su lucha con el rey en el siglo XVII, ni el Démos griego que le dio el nombre al régimen político, ni el Pópulus romano, ni el Popólo Grasso de Maquiavelo porque ninguno tiene un carácter universal. A grandes rasgos, hoy podemos entender el “pueblo” en dos formas: a) El pueblo político que nos abarca todos los establecidos en un territorio soberano, con los derechos respectivos y b) El pueblo “social”, término casi despectivo para referirse a “los de abajo”. Es la gente que lucha por sobrevivir día a día. En los llamados países subdesarrollados, las mayorías. 

Dicen que el pueblo tiene los políticos que se merece. Yo digo que los políticos también tienen el pueblo que les acepta el cabestro

Pues bien, la democracia que “muere” no es la de estas mayorías que nunca fueron sujetos políticos reales. Es la democracia liberal de carácter oligárquico donde la política estatal la deciden pequeños grupos de poder pero que, por la lucha de “los de abajo”, han tenido que establecer en las constituciones algunos derechos sociales que implican gastos del Estado. Esto último se constituye en un obstáculo para la economía neoliberal y hay que suprimirlo reescribiendo la Constitución, o saltándola, sin más, con un poder más fuerte: el ultraderechismo de carácter fascista. Pero, ojo, esa democracia no muere sino que se transforma. Sufre una metamorfosis de acuerdo con la metamorfosis de su generador, el capital. Como hemos dicho, éste se concentra cada vez más en pocas manos, en una lucha feroz, por lo tanto, el poder político, su mano derecha, debe ser cada vez más concentrado (autoritario) y fuerte. El fascismo es la etapa superior de la democracia. Su última cara. La democracia no muere sino que se transforma. Y, por lo que se ve, a nivel histórico y de conocimiento, ya no deja opciones. “Si no tienes con qué vivir y te mueres de hambre, es cosa tuya, no responsabilidad del Estado”. Es lo que más o menos ha dicho por ahí algún gobernante. Elegido por el pueblo para “des-socializar” el Estado. Dicen que el pueblo tiene los políticos que se merece. Yo digo que los políticos también tienen el pueblo que les acepta el cabestro.

En síntesis: la izquierda ha desaparecido, en la mayoría de los casos por absorción del sistema y buen acomodamiento en él. Otras veces por expulsión del sistema que no quiere saber nada de alteraciones a la tasa de ganancia. Los primeros han quedado muy cerca de la derecha con quien se entienden muy bien. Y la derecha que, como hemos dicho, no tiene nada qué ofrecer, se mezcla y trabaja con la ultraderecha. Eso es lo que llamo las democracias fascistas. No ha habido una “des-democratización”, como dice una respetable autora. Simplemente, la democracia está transformándose y ese cambio obedece a la necesidad de una vivencia de mayor jerarquía, la vivencia del Capital. NO OLVIDEMOS QUE EL CAPITAL ES EL SUJETO DE LA MODERNIDAD. Si no entendemos eso, no entenderemos el desquiciado mundo en que estamos viviendo. 

Hacia las democracias fascistas