RELATO

Relato del labriego y el eclesiástico

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Les voy a contar una historia.

Una historia verdadera.

Una historia real.

Una historia sucedida hace más de cien años.

Una historia acaecida en Jarandilla de la Vera.

Es la historia de un eclesiástico.

Una historia de un deán que llevaba una calza de hierro muy pesada para poder caminar.

Una historia acontecida también con un labriego.

Les voy a contar la historia de una procesión, de unos pasos de semana santa. La procesión del Viernes Santo, subía por una calle empedrada de Jarandilla de la Vera.

Esta es la historia de los doce monaguillos que empezaron a reírse de los exabruptos del Nazarenio, de los centuriones y del eclesiástico

Esta es la historia del eclesiástico O´Lixeiro que iba delante en la procesión, portando un gran libro de la iglesia. Doce monaguillos iban detrás acompañándolo con cirios muy gordos encendidos.

Esta es la historia de un Nazarenio y dos centuriones, que iban caminando en la procesión detrás de ellos.

Es la historia de una multitud congregada que llevaba también cirios ardiendo.

Les voy a contar la historia de un arado.

Les voy a contar la historia de unas acémilas, de unos jumentos.

Les voy a contar la historia de un labriego qué al ver la procesión de semana santa, la gente congregada y los cirios que portaban, los latigazos al Nazarenio que le propinaban los centuriones, y el gentío allí presente, fue a buscar sus acémilas y un arado. Pone bonitos a los jumentos, con unos cascabeles y unos oropeles, y subió el arado con el que trabajaba a una carreta, y la llevó a la procesión, poniéndose en la parte trasera de esta, detrás del Nazarenio y de los centuriones y empezó a caminar con ella.

Esta es la historia de la gente congregada que al verlo pasar se reía mucho.

Esta es la historia del Nazarenio, que detrás del eclesiástico y de los monaguillos, aguantaba los golpes de los centuriones, mientras soportaba el peso de la gran cruz.

Es la historia de un Nazarenio con una corona de espinas de la que manaban hilillos de sangre. 

Es la historia de dos centuriones que le cruzaban la espalda a latigazos, sin piedad.

Esta es la historia del eclesiástico O´Lixeiro, horrorizado con lo que estaba sucediendo, que echó a correr torpemente arrastrando su pesada calza por la empinada cuesta

Es la historia de una multitud congregada a ambos lados de la calle, que observaba el arado del labriego y se reía.

Es la historia del populacho que incitaba a lacerar aún más al nazareno. Dale, dale más, dale más, al cabrón, le gritaban divertidos a los dos centuriones.

Es la historia del Nazarenio que cayó, tardó en levantarse, doliéndose de la caída y de los golpes, y cargó de nuevo con la cruz para seguir la ascensión por la empedrada callejuela.

Esta es la historia de un hombre cansado de que le siguieran dando golpes sin piedad ninguna. Se deshizo de los maderos, los tiró al suelo, se volvió contra uno de los centurionesy la emprendió a madrazos contra él.

Es la historia del centurión qué al verlo, echó a correr y trató de huir. Un pueblerino le puso la zancadilla. Cayó al suelo, y cuando el Nazarenio lo alcanzó, lo agredió con una golpiza.

Esta es la historia del otro centurión que al ver lo que le sucedía a su colega, echó a correr por el otro lado de la procesión. Otro aldeano le puso el pie para que tropezara y cayera, lo alcanzó, y de nuevo el Nazarenio la emprendió a golpes, mientras le decía: dale hijo de puta, dale al cabrón, dale, y así lo dejó desarbolado.

Esta es la historia de los doce monaguillos que empezaron a reírse de los exabruptos del Nazarenio, de los centuriones y del eclesiástico. Los rebuznos de las acémilas, el ruido del gentío congregado con los cirios encendidos, el arado del labriego y la pelea con los centuriones, provocó que los jumentos se encabritaran y que empezaron a soltar coces al aire en todas direcciones, con un gran algarabío.

Esta es la historia del eclesiástico O´Lixeiro, horrorizado con lo que estaba sucediendo, que echó a correr torpemente arrastrando su pesada calza por la empinada cuesta. Tropezó, pues su vestimenta no era la adecuada para correr y se cayó. Se levantó doliéndose y cojeando de forma ostentosa, e inició de nuevo la huida. Alcanzó a llegar a un convento de monjas, donde golpeó con fuerza la pesada aldaba de hierro de la puerta.

- Por Dios, por Dios, soy el eclesiástico, ábrame la puerta, por Dios, por Dios, llamaba y clamaba en el convento de las Clarisas.

La puerta no se abrió pues la algarabía era muy grande y no se oía.

Cuando vio el labriego la algarabía armada, cogió a sus acémilas, el arado, y se marchó hacia su finca riéndose a carcajadas, estos eclesiásticos no aprenderán nunca, nunca, pensaba.