OPINIÓN

El voto en los tiempos de incertidumbre

Salvador Illa
Estamos en tiempos de malabarismo parlamentario similar al de los circenses platillos chinos.

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No sé si estamos en tiempos difíciles para la lírica, ya que, aunque hay muchas cosas que cantan, también es cierto que desafinan. De lo que estoy seguro es de que no son tiempos para certezas en política. A las pruebas hay que remitirse.

Atrás parecen haber quedado los tiempos de las mayorías absolutas, esos tan denostados en los que, por miedo a moverse y no salir en la foto, se daban hasta mayorías a la búlgara. Por el camino de la disidencia, primero ideológica y, mas tarde, política, se fueron constituyendo partidos que, aunque no llegaron a la antigua sopa de letras pre-bipartidista, fueron fragmentando el voto ciudadano. Ahora, excepto algún ejemplo puntual en parlamentos autonómicos y ayuntamientos, lo que predomina es el juego de minorías que tienen que ponerse de acuerdo para lograr una mayoría por muy exigua que sea. Un solo voto puede hacer una mayoría, o perderla, con lo que no hay, no ya coalición, sino ni un partido que pueda asegurar el cien por cien de sus votos en cada votación. A base de tamayazos, errores o votos en conciencia, tenemos ya ejemplos suficientes para saber que, eso, es así.

Mantener una mayoría supone un ejercicio de malabarismo parlamentario similar al de los circenses platillos chinos

Así pues, estamos en tiempos de incertidumbre en cada votación de cada parlamento y mantener una mayoría supone un ejercicio de malabarismo parlamentario similar al de los circenses platillos chinos, en los que se pierde el juego si se te cae uno solo.

Salvador Illa, en el Parlament, se ha podido encontrar con un problema similar al de Pedro Sánchez en el Congreso de los Diputados. Así como Sánchez, tiene que negociar cada propuesta parlamentaria no solo con sus aliados, con todos, sino con sus socios de gobierno, Illa ha tenido, no solo que negociar con los líderes de Esquerra, sino esperar que las bases de ese partido refrendaran el acuerdo. Y, ni siquiera eso podría asegurarle su investidura, ya que, en el momento de escribir estas líneas, parece haber duda de que una sola diputada de Esquerra pueda votar autónomamente el día de la votación por mor de su pertenencia a la organización juvenil de ese partido. Cosas de la coexistencia de listas cerradas de los partidos y propiedad privada del escaño de cada diputado.

Y, ¿qué hacer para resolver estos problemas de gobernabilidad en tiempos de representatividad diversa? Hay quien confía en las elecciones para resetear estos problemas. Aunque, eso de pedir nuevas elecciones al poco tiempo de haberse celebrado las últimas, me recuerda al mus. En este juego cuando a un jugador le han entrado cartas que no le gustan, dice mus para que le den otras mejores. Lo que pasa es que, para que ocurra eso, todos los jugadores sentados a la mesa tienen que decir “mus”. En cuanto hay uno que está satisfecho con sus cartas, dice “no hay mus” y los demás tienen que jugar con las cartas que tienen, ya sean buenas o malas.

En política pasa algo parecido, pero solo parecido. Siempre hay alguien que, aunque en la noche electoral proclama su victoria incontestable, luego se da cuenta de que no es así y se pone a pedir nuevas elecciones, para ver si mejoran sus cartas. Lo que ocurre es que el mus es un juego de consenso, no democrático, y, como he dicho antes, tiene que estar de acuerdo todos para que se repartan, nuevamente, las cartas.

En democracia, en la española por lo menos, no. Aquí es el jefe de Gobierno el único que tiene la facultad, democráticamente establecida, de decir si hay mus o no. Siempre que haya un jefe de gobierno, claro, porque puede ocurrir que los representantes elegidos no se pongan de acuerdo para designar a uno.

Y, esta es la diferencia entre los casos de España y de Cataluña. En España, anda el Partido Popular pidiendo nuevas elecciones desde el día siguiente a las elecciones de julio pasado. En su caso, podemos estar de acuerdo tanto en la ineficacia de esa petición como en la utilidad de la misma, ya que, aunque sabe que no va a conseguir nada pidiéndola, tiene que hacerlo ante la carencia de otras iniciativas políticas. Y, lo de Begoña Gómez, tiene el alcance que tiene.

Pero, en el caso de Cataluña, una sola diputada puede tamayear y hacer que los ciudadanos tengan que volver próximamente a las urnas para ver si hay suficientes arrepentidos de su voto anterior para establecer un nuevo escenario político.

Pero, es lo que hay y, como en tiempos de tribulación las mudanzas no son buenas, no es momento, ni hay posibilidades reales, de pensar en reformas legislativas que, primando la gobernabilidad sobre la representatividad, faciliten la toma de decisiones parlamentarias.

A nuestros representantes solo les queda hablar, convencer y ceder para pactar

Así pues, a nuestros representantes solo les queda hablar, convencer y ceder para pactar. De donde pueden salir decisiones que no gusten, con tal de que se aprueben otras de mayor calado. Es el viejo debate de los fines y los medios para conseguirlos. Claro que siempre queda el plan B, ese de insultar, fabular y acudir a los tribunales mediante persona interpuesta. No es lo mismo, pero algo tienen que hacer para autosatisfacerse y, con un poco de suerte, encontrar algún alma gemela entre el electorado.

Y, por si acaso, pedir nuevas elecciones deseando que lo bueno por conocer sea mejor que lo malo conocido. No suele ocurrir pero, como dijo el maestro, ¿y si sí?