domingo. 30.06.2024

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El muy galardonado título cinematográfico de los hermanos Cohen caló entre nosotros por su trama y la espléndida interpretación de Javier Bardem. Me refiero a “No es país para viejos”. Cabría parafrasearlo y afirmar que Madrid no es ciudad para viejos”. Esto es así en general, porque todas las urbes que han crecido desmesuradamente y padecido la especulación inmobiliaria no son amables para sus habitantes. Cada vez miran más por los transeúntes, el denominado turismo de masas que arruina los núcleos urbanos con algún interés. Los precios de venta y alquiler de la vivienda suben astronómicamente al proliferar lo que se llaman apartamentos turísticos. El parque de vivienda social brilla por su ausencia, cuando no se vende a fondos buitres para sanear unas cuentas en apuros, tras rebajar los impuestos a las rentas más elevadas y los patrimonios de mayor postín.

Algunas personas mayores mantienen contratos de alquiler anteriores a la Ley Boyer, pero son la excepción y sufren la presión de grandes promotores inmobiliarios que normalmente consiguen echar a esos inquilinos en extinción. Mientras tanto ven cómo su entorno ya no tiene las tiendas de barrio donde te conocían desde siempre y menudean comercios que son flor de un día. Para colmo proliferan los bares y cafeterías con sus terrazas que generan unos empleos de temporada muy mal pagados, aunque las molestias al vecindario tengan carácter perpetuo. Los arbolitos del barrio también han desaparecido en la enésima e incomprensible reforma de tu plaza más cercana. En su lugar hay árboles de plástico portátiles para poder colocarlos allí donde convenga dar el pego. Sentarse a la sombra en un banco es una misión imposible.

El parque de vivienda social brilla por su ausencia, cuando no se vende a fondos buitres para sanear unas cuentas en apuros

Los problemas de movilidad tampoco son muy tenidos en cuenta por el transporte público y ni siquiera se respetan los asientos destinados a quienes más precisan acomodarse dentro del metro por ejemplo. En este contexto tan adverso, cabría promocionar las residencias para mayores, diseñadas como pequeños oasis urbanos con sus zonas verdes y servicios a tono con las necesidades de sus residentes. Pero esta fantasía se desvanece al haber quedado convertidas en un lucrativo negocio. Las tarifas no responden al salario medio y mucho menos a las pensiones al uso. Con todo, se decide invertir los ahorros de una larga vida, e incluso el piso cuando lo hay, en satisfacer un precio desaforado. El problema es que las prestaciones y la infraestructura no se corresponden con esa onerosa factura. Gente poco preparada y muy mal remunerada tiene que atender a un enorme número de residentes con muchas necesidades, lo cual resulta matemáticamente imposible.

Madrid no parece ser una ciudad idónea para los más veteranos. El maltrato dispensado a la población más vulnerable nos retrata como sociedad

Se considera que los ancianos ya no son productivos, lo cual es un pecado capital en una sociedad capitalista donde se intenta sacar beneficio de cualquier manera y con malas artes. Ayuso sigue resistiéndose a disculparse por una decisión espantosa que pretende justificar con un cinismo cruelmente inhumano. Los viejos que no tenían cobertura sanitaria privada se iban a morir ir igual y no merecía la pena trasladarlos a un hospital, siendo así que tampoco recibían atención médica en sus aposentos de la residencia. La política usurpó una prerrogativa del personal sanitario, la del triaje para decidir quién debe recibir asistencia en primer lugar. Las familias de los ancianos afectados continúan esperando una simple disculpa que se les regatea con saña, como si ganar unas elecciones pudiese justificar actuaciones tan repugnantes.

Acabar en una residencia parece un destino funesto con ese tipo de gestores que solo atienden a los imperativos mercantiles y consideran a las personas una mercancía en la última fase de su vida. Los escándalos que salpican a cierta funerarias completan este diabólico círculo tremendamente vicioso. En resumidas cuentas, Madrid no parece ser una ciudad idónea para los más veteranos. El maltrato dispensado a la población más vulnerable nos retrata como sociedad. Vivimos en comunidad para proteger los derechos de la infancia, las personas mayores y cuantos requieran de asistencia transitoria o permanentemente. Al menos en la selva los percances no se rematan con esas vejaciones de tipo simbólico que manejan como nadie Ayuso y Almeida. La limpieza va por barrios y todo lo demás también. Es muy triste que así sea.

Madrid no es ciudad para viejos