sábado. 04.05.2024
Un pobre hombre

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Mariano Benlliure y Tuero, hijo del escultor, retratado por Pepe Campúa
Mariano Benlliure y Tuero,
hijo del escultor,
retratado por Pepe Campúa

@Montagut5 | Mariano Benlliure y Tuero (1888-1951) fue un escritor hoy poco conocido, hijo del célebre escultor Mariano Benlliure Gil, que perteneció al Grande Oriente Español y formó parte del Consejo de Redacción de la revista “Latomia”, fundamental publicación masónica española, editada en los años treinta desde la logia “La Unión”. Benlliure y Tuero fue perseguido por el Tribunal de Responsabilidades Políticas. Entre sus novelas podemos citar, Un pobre hombre, Fragmentos de una novela, o Vivir y Soñar, además del ensayo El ansia de la inmortalidad.

En esta pieza vamos a glosar su visión de la cuestión religiosa en relación con la Masonería, que publicó en el número dos, del año 1933 de la mencionada revista “Latomia”. Hablará de dogmatismo, de tolerancia e intolerancia.

Los masones no podían esgrimir las mismas armas que habían empleado los católicos para defenderse, porque eso sería renunciar al espiritualismo propio de la Masonería

Para Benlliure, la Masonería no podía ser, como creían muchos profanos y pretendían algunos masones, una especie de escuela de ateísmo y de materialismo. Esto era un error, y lo achacaba a que el fanatismo y la intolerancia del catolicismo español había forzado a la Masonería a vivir, aunque fuera a su pesar, en continua guerra defensiva (“legítima y obligada”), y en esa lucha la Orden en España se había extraviado, algo que también veía en la francesa, como se habría comprobado con la formidable batalla provocada por el catolicismo, cuyo último episodio habría sido el asunto Dreyfus.

Como consecuencia de esta lucha obligada cualquier atisbo de religiosidad, o concepción deísta o espiritualista era interpretado por la Masonería española como una concesión al catolicismo y, en consecuencia, infundía recelos.

Cualquier dogmatismo, opinaba, debía estar en contra del espíritu y la letra de la Masonería, incluyendo el “dogmatismo materialista”. Se había pretendido combatir el clericalismo con un anticlericalismo “igualmente simplista, dogmático e intolerante”, y la Masonería se había contaminado de ese anticlericalismo tan poco masónico.

Los masones no podían esgrimir las mismas armas que habían empleado los católicos para defenderse, porque eso sería renunciar al espiritualismo propio de la Masonería.

En la Orden cabían hombres de todas las creencias, y por eso lo único que había que rechazar era la creencia de los que se creían en posesión de la verdad absoluta y en el derecho y hasta el deber de no permitir a nadie “navegar por otros mares”. Tal era el caso del catolicismo, y por eso se excomulgaba a los masones.

La verdadera tolerancia no consistiría únicamente en permitir otras creencias, sino en respetarlas. Y el verdadero respeto a la creencia ajena solamente podía nacer de la sospecha de que acaso pudiera ser cierta o tener algo de cierta, lo cual era imposible pensarlo desde ningún dogmatismo, y menos desde el dogmatismo materialista, que, al parecer, Unamuno habría caracterizado como “ortodoxia inquisitorial científica moderna”.

Además, los masones estaban unidos por aspiraciones comunes, y por lo mismo que dejaban una absoluta libertad de caminos, eran las que imprimían a la Masonería un “sentido verdadera y profundamente religioso”.

Mariano Benlliure y la tolerancia en Masonería