Otro socialismo

La crisis de identidad que padece el partido socialista y cuyo pernicioso corolario es la falta de criterio en todos los ámbitos del debate político, no es una crisis coyuntural, sino de índole profunda que afecta a la misma razón de ser del partido y a los elementos más sensibles de su función política y su modos de relacionarse con la sociedad.

La crisis de identidad que padece el partido socialista y cuyo pernicioso corolario es la falta de criterio en todos los ámbitos del debate político, no es una crisis coyuntural, sino de índole profunda que afecta a la misma razón de ser del partido y a los elementos más sensibles de su función política y su modos de relacionarse con la sociedad. En ningún ámbito polémico de la vida pública se ubica de forma determinante el partido socialista, salvo vaguedades dialécticas y orfandad de ideas que convierten su posición en un simulacro, un repertorio de actitudes de atrezzo demasiado elementales como para ser convincentes.

Permutar una situación de tal calado demanda el destierro de la rutina. Sólo otro PSOE -otro PSOE distinto al actual- puede diluir la crisis del socialismo. Sobresanar la invisibilidad con que lo percibe la ciudadanía, que es falta de crédito social previo a la irrelevancia política, demanda nuevos liderazgos nacidos de un proceso abierto de regeneración sin prevenciones ni inercias de intereses clientelares. Porque no hay otra salida que no pase por el rearme ideológico y la capacidad de materializar un proyecto creíble que recupere la verdadera función del socialismo en la sociedad, un proyecto transformador con propuestas claras a los desequilibrios económicos y sociales.

Como afirma Vattino, el pensamiento débil (o postmetafísico), adoptado por la izquierda, rechaza las categorías fuertes y las legitimaciones omnicomprensivas, es decir, ha renunciado a una “fundación única, última, normativa.” Es esa confusión entre lo contingente y lo permanente que hace que muchos actúen como oscuros personajes de Shakespeare en busca de un sentido que no es sincero, sino acomodaticio a su causa personal, sin darse cuenta que ya no es posible una procesión en la que se reverencia al santo sin necesidad de que haga un milagro ni un desfile en el que la gente aplaude a la tropa sin necesidad de que aplaste al enemigo.

Los ciudadanos han manifestado que no es la hora de los burócratas pragmáticos que creen que el socialismo es poco más que filantropía y, por tanto, opuesto a la racionalidad de los mercados; y así, el socialismo es para ellos solamente algo que los viejos apóstoles habían traído “de su excursión a las nubes”, para decirlo con las palabras del utilitarismo de Bentham, que, por otra parte, dudaba de que existieran las leyes económicas. El déficit de credibilidad que sufre el PSOE procede de un déficit ideológico decantado en una gestión a la que le estorbaban las ideas socialistas y a una vida orgánica donde no era de buen gusto hablar de ideología, sin tener en cuenta que para el acto político en sí era más insignificante un elefante muerto que un ratón vivo.

El problema actual del socialismo no es tanto a lo que se arriesga como hallar la manera de salvarse como tal socialismo, con todo lo que eso comporta. Necesita perentoriamente una tesis filosófica y política que debe extraer de sus cimientos ideológicos o gritar, como Lucano, que “también las ruinas perecieron.”