Y cuando acabemos con la política, ¿qué?

Los estudios periódicos que el Centro de Investigaciones Sociológicas lleva a cabo sobre la opinión pública española reflejan una coincidencia casi exacta entre los ciclos de deterioro de la economía y las etapas de mayor desprestigio de la actividad política. Resulta lógico. Los ciudadanos responsabilizan de la recesión y el paro a quienes dirigen las instituciones públicas.

Los estudios periódicos que el Centro de Investigaciones Sociológicas lleva a cabo sobre la opinión pública española reflejan una coincidencia casi exacta entre los ciclos de deterioro de la economía y las etapas de mayor desprestigio de la actividad política. Resulta lógico. Los ciudadanos responsabilizan de la recesión y el paro a quienes dirigen las instituciones públicas. Conforme la crisis se agudiza, el descontento ciudadano se hace más patente. Hasta aquí, nada nuevo.

Resultan menos lógicas, sin embargo, las campañas contra la política que se desarrollan desde el propio seno de la actividad política. Cuando el diputado de UPyD Antonio Cantó aprovecha un debate sectorial poco concurrido en el pleno del Congreso para hacer una fotografía y difundirla en las redes sociales, como una supuesta prueba de la desidia de los políticos, se está deslegitimando la acción pública desde la institución central de la democracia.

Cuando el partido que gobierna España ofrece como solución a los males de la economía la reducción del número de diputados, se está consolidando la idea de que el problema del país reside en su “clase” política. Y cuando unos y otros admiten que la profesionalidad, la independencia y la solvencia de un curriculum vitae para asumir determinadas responsabilidades requiere la ausencia de cualquier vínculo político partidario, se está dando por buena la estigmatización del servicio público a través de la tarea política.

Durante los últimos años se ha convertido en lugar común para muchos periodistas, tertulianos, académicos, empresarios y profesionales hacer de la política y de los políticos el pim,pam,pum sobre el que descargar culpas propias y ajenas por la situación dramática que sufren administraciones, empresas, universidades y medios de comunicación. En este río revuelto prueban a pescar incluso algunos políticos con un perfil oportunista y demagógico ampliamente contrastado. El colmo de la paradoja reside en el intento pueril de Rosa Díez de erigirse en azote de los políticos al uso, cuando a lo largo de los últimos treinta años no ha hecho otra cosa que vivir de la política, eso sí, cambiando de sillón y de camiseta conforme le iba conviniendo.

La política y los políticos merecen examen crítico y reproche democrático cuando se equivocan, cuando frustran expectativas y cuando actúan contra la ley o la moral, claro está. Y en una etapa de grandes dificultades para mucha gente, la crítica fundada a partidos y representantes institucionales y, sobre todo, la reclamación de un trabajo eficaz, se hace del todo imprescindible. Ahora bien, tal actitud de exigencia democrática no debe desembocar en una descalificación global y denigratoria sobre la tarea política en general y sobre todos los políticos sin distinción. Porque no es justo, y porque no lleva a ninguna conclusión positiva. Más bien al contrario.

Los políticos tienen una responsabilidad grande sobre los problemas que padece la economía y la sociedad en crisis, pero no es una responsabilidad exclusiva. Determinados banqueros, empresarios, profesionales y periodistas han tenido también algo que ver en las causas del drama que padecemos. Y no se ha demostrado más insolvencia ni más corrupción entre los políticos que entre algunos otros colectivos. ¿O debemos convertir en un modelo de eficacia y moralidad al último presidente de la CEOE? ¿O al primero de los jueces españoles? ¿No tuvieron nada que ver con los burbujeos nuestros banqueros más eminentes? ¿Y no comulgaron con el apalancamiento superlativo las empresas de comunicación que hoy pontifican contra los políticos, entre ere y ere?

Pero la pregunta más relevante es otra. ¿Dónde nos lleva esta dinámica de “todos contra la política”? Ya sabemos qué buscan Rosa Díez o el PP madrileño: buscan votos escarbando en la basura de la demagogia oportunista. Y ¿a qué aspiramos como sociedad denigrando la tarea de administrar el espacio común que compartimos? Si la política es desidia, es mentira y es corrupción, ¿qué llenará el vacío que deje la política a la hora de dirigir el destino común? La experiencia histórica nos habla de taumaturgos que se presentan con soluciones fáciles y directas, sin las complejidades tramposas de la política.

La culpa de nuestros problemas la tienen los judíos, se dijo tras Weimar. Acabemos con los judíos y acabaremos con los problemas. Quizás ahora se dirá que la culpa la tienen los inmigrantes, o los homosexuales, o los pobres, o los desintegradores de la patria, o los que pitan en los campos de futbol, o… ¿quién? Suprimamos parlamentos, sustituyamos a políticos por técnicos sin ideología (confesa), prescindamos de intermediarios entre el ciudadano y el poder. Y cuando nos hayamos cargado todas las instituciones y procedimientos que conforman el Estado democrático y garantizan nuestros derechos, ¿a quién reclamaremos?

Critíquese tal o cual política. Cámbiese al político que no hace bien su trabajo. Pero ojo con el juego oportunista de la demolición dela política. Porqueel vacío que deje la política democrática en la administración del poder se llenará. Y puede que nos arrepintamos.