Esperas diagnósticas

NUEVATRIBUNA.ES - 20.5.2009Hacía mucho que no iba al médico. Tanto que hasta mi médico de cabecera era otra. Me habían cambiado de doctora hace más de un año y yo sin enterarme. Conozco a la pediatra de mi hijo y hasta me suenan las caras del personal de urgencias infantiles. Pero a mi doctora no la conocía. No es ni bueno ni malo. Sólo cuestión de suerte. Pero ahora necesitaba ir a ver a mi doctora.
NUEVATRIBUNA.ES - 20.5.2009

Hacía mucho que no iba al médico. Tanto que hasta mi médico de cabecera era otra. Me habían cambiado de doctora hace más de un año y yo sin enterarme. Conozco a la pediatra de mi hijo y hasta me suenan las caras del personal de urgencias infantiles. Pero a mi doctora no la conocía. No es ni bueno ni malo. Sólo cuestión de suerte. Pero ahora necesitaba ir a ver a mi doctora. Me molestaba una muela, la del juicio (tiene narices a mis años). Me dolía, me costaba abrir la boca y masticar alimentos, el dolor me subía al oído.

Mi nueva y amable doctora me anuncia que tengo un lío en esa parte de la boca. Que hay que ir al odontólogo, que vaya tomando antibióticos para que dentro de unos días el especialista pueda ver más clara la situación y actuar en consecuencia. Me voy contento de la consulta.

La cosa comienza a empeorar cuando de los tres teléfonos de cita con el odontólogo, que atiende en otro centro de salud, unos comunican, otros no son atendidos y otros no son atendidos y luego comunican. Tras más de veinte llamadas, alguien coge uno de los teléfonos y tengo una cita. Creo que tengo una cita porque lo cierto es que cuando varios días después acudo al odontólogo, el buen hombre no me tiene en la lista, aunque, amablemente, me recibe. Una vez observada la situación de mi boca, siguiendo los protocolos, me indica que necesito una radiografía, tras la cual veremos el procedimiento a seguir. Pero él no hace radiografías, hay que ir al ambulatorio. Volante y para allá a pedir cita.

Recuerdo el viejo ambulatorio porque de niño vivía cerca y era mi centro de Salud. Me indican que suba a la planta tres o cuatro. Subo andando. La primera y segunda planta se conservan en formol, tal como, más o menos, las recordaba desde la infancia. Al llegar a la tercera un moderno mostrador , paredes blancas, y forradas de madera en su interior. Estoy en la zona privatizada de un centro de salud público. Televisores con varias cadenas al gusto, cuelgan de las paredes, funcionales asientos de madera, me acogen para esperar mi turno. No tengo que esperar demasiado para que me den cita radiológica para dentro de … más de quince días. No aquí, en la Fundación Jiménez Díaz. No debo estar muy grave, pero me duele, me cuesta masticar, no abro bien la boca.

¿No hay fecha antes? Amablemente, Esto es lo que sale en el ordenador. ¿Dónde está atención al paciente? Amablemente me lo indican. Aquí ya son cuatro las personas que tengo por delante y las quejas son más lentas que las citas.

Amablemente me informan que esos son los tiempos que figuran en el ordenador que si hubiera urgencia me lo habrían puesto en el volante. Que si tuviera muchas molestias vaya de urgencia a mi odontólogo o al hospital. Amablemente. Es lo que hay. Si hubiera alguna novedad ya me llamarán.

Tras quince días, ya no es urgente ni para mí. Ya sólo me duele si mastico por ese lado de la boca. Voy no obstante a hacerme la radiografía, que dentro de una semana estará en el ambulatorio, sección privatizada. De ahí de nuevo al odontólogo que mirará la radiografía y, según me anunció, si es poca cosa, actuará por su cuenta y, si fuera más complicado, de nuevo al ambulatorio y de nuevo al hospital para extraer las piezas en cuestión.

Afortunadamente mi edad y mi estado general de salud me permiten estos tiempos de espera. Pienso, sin embargo, en la cantidad de personas mayores con las que he coincidido en esta peripecia. Su paciencia es infinita, pero su tiempo no lo es tanto, su dolor deber ser infinitamente mayor que el mío.

Pienso en el Consejero Güemes y en la Presidenta Aguirre para quienes las esperas no existen. Pienso que soy afortunado porque, tarde o temprano, me extraerán una muela, o tendré un tratamiento, cosa imposible en numerosos países de este planeta. Que los profesionales lo harán de maravilla. Que todos me han atendido amablemente y lo seguirán haciendo.

Entonces ¿porqué me indigno? ¿Porqué me sublevo y me rebelo aunque sólo sea reconcomiéndome por dentro?. ¿Porqué pienso que seré un viejo insoportable e intratable cuando tenga que recorrer estos tortuosos itinerarios dentro de unas décadas?

Francisco Javier López Martín es Secretario General CCOO de Madrid.

P.D. Si hubiera novedades, seguiré informando.