jueves. 03.10.2024
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La ebriedad colectiva de los treinta años gloriosos en Occidente y su correspondiente resaca fue un paréntesis excepcional, un oasis en el desierto. Aquel acercamiento entre Capital y trabajo, fruto de circunstancias muy particulares, se esfumó tiempo atrás. La brecha que separa ricos y pobres no hace sino crecer. El consenso socialdemócrata al que se adhirieron la izquierda y los conservadores moderados y que dio origen a Estados de bienestar robustos y longevos ya no existe.

Todo esto es vox populi. Se comenta menos que también los diques intelectuales que durante décadas mantuvieron a raya la barbarie se están resquebrajando. El limes de la Razón está a punto de saltar por los aires. Es un hecho el retorno a primer plano de discursos casposos y malolientes, más que tolerados, directamente alentados. Racismo, machismo, xenofobia, homofobia, aporofobia y otrofobia en general han vuelto a ser doctrinas respetables, según la sacrosanta opinión mediática. Retóricas que parecían olvidadas en las brumas del tiempo reaparecen a pleno sol.

El ideario neoliberal en lo económico y ultrarreaccionario en lo social está en auge

El ideario neoliberal en lo económico y ultrarreaccionario en lo social está en auge. Y desengañémonos, la situación en España es igual o peor que en otros países de nuestro entorno. Una diferencia básica es que allí –hasta ahora– los partidos conservadores tradicionales o sus retoños han hecho caso omiso de los cantos de sirena ideológicos del nacionalpopulismo. Son las innegables ventajas de contar con una burguesía ilustrada y una población con un nivel cultural medio aceptable. Y aun así…

Aquí, la que debería ser –y nunca ha sido– una formación moderada se ha dejado abducir por lo más rancio y obtuso del espectro ideológico. Claro que no toda la culpa es de unos dirigentes oportunistas y unas élites y medios nada escrupulosos. Hay una audiencia netamente sensible a discursos rebosantes de zafiedad, violencia verbal, indolencia intelectual e incuria ética, y bañados en toneladas de bilis. Una sociedad en la que no pocos identifican la libertad con las terrazas de los bares, la caza mayor o menor y las corridas de toros tiene un serio problema. Mejor dicho, tiene muchos, y muy graves.

El trumpismo, esa quintaesencia del nacionalpopulismo, ha secuestrado al Partido Republicano casi en su totalidad

Para muestra un botón. Algunos que venían a reformar la política salieron disparados de su partido cuando empezó a desmoronarse, siguiendo órdenes superiores. Pero no para irse a casa, qué va. Acudieron en tromba a cobijarse a la sombra de un PP del que echaron pestes durante años por su corrupción y malas artes. La cuestión es seguir viviendo de un opíparo sueldo público mientras se defiende con uñas y dientes la privatización de todo. Alaban la audacia de los emprendedores exitosos unos sujetos que se han pasado la vida a la busca y captura de sinecuras. Naturalmente, son recibidos por sus nuevos correligionarios con honores y absueltos de sus pecadillos, ahora que han visto la luz –al final del túnel–. Si Roma no pagaba traidores, como comprobaron los asesinos de Viriato, hace ya tiempo que tal máxima yace en el olvido. Pero así es la cosa y con estos mimbres hay que fabricar el cesto.

Siempre es interesante repasar lo sucedido en Estados Unidos. El trumpismo, esa quintaesencia del nacionalpopulismo, ha secuestrado al Partido Republicano casi en su totalidad. Con todo, la sociedad fue capaz de reaccionar y articular un frente anti-Trump para quitárselo de encima, al menos de momento. La última palabra está lejos de haber sido dicha. Solo cabe esperar que sea la de la Razón y la Ética.

En nuestro hospital, el paciente no parece mejorar. La línea en los monitores se mantiene tercamente isoeléctrica. Más vale que no tengamos que terminar recurriendo a esa frase tan terrible que reza «hemos hecho todo lo que hemos podido».

A pleno sol