viernes. 27.09.2024
Fotograma de la película. Filmaffinity

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La película El 47 (de Manuel Barrena), estrenada recientemente, es un film emocionante. Desde las primeras escenas ya sabes que vas a empatizar hasta el infinito y más allá con ese grupo de hombres y mujeres emigrantes extremeños y andaluces que solo tiene sus manos para sobrevivir. Construyen un techo que poner sobre sus cabezas a destajo y en plena noche en una escarpada montaña de los arrabales de la Barcelona de los años cincuenta del pasado siglo. La ley estipulaba que si una vivienda estaba techada a la salida del sol no podía ser derribada por la autoridad. Así, en la montaña de Collserola noche a noche, mano a mano, vecino con vecina, las viviendas chabolistas de miles de emigrantes crecieron como setas gracias a un esfuerzo comunitario enorme y maravilloso, llegando a configurar con el paso del tiempo lo que hoy se conoce como los Nou Barris. En Madrid sucedió algo parecido en el Pozo del Tío Raimundo de Vallecas, en Orcasitas o en el barrio de la Ventilla. Comunidades de personas que emigraban por razones económicas o políticas −o ambas a la vez−, hermanadas por la pobreza y la necesidad, fueron así bordando con esfuerzo cenefas de pequeñas construcciones en el enorme tapiz que componían los suelos vacíos de la periferia de las grandes ciudades, que crecieron con el impulso de todas esas manos. Si esos barrios se dotaron en algún momento de servicios no fue por la planificación previa o la atención de las autoridades. Los servicios que llegaron con el paso del tiempo fueron peleados uno a uno con el empuje reivindicativo de las luchas vecinales y políticas organizadas. 

Personas que emigraban por razones económicas o políticas, hermanadas por la pobreza y la necesidad, fueron así bordando con esfuerzo cenefas de pequeñas construcciones

Desde este lugar, la película se gana a los espectadores desde las primeras escenas, en un juego emocional que sitúa al grupo humano que quiere trabajar y prosperar ante el desprecio y la severidad de una autoridad antidemocrática que los maltrata sin piedad y a la que solo pueden oponer un desvalimiento que gana fuerza en el apoyo colectivo. Esa solidaridad colectiva y esa unión de clase serán la clave de fondo por la que va discurriendo la cinta hasta desembocar en la narración de la peripecia que motiva la película y le da título, el secuestro de la línea 47 de autobús en la Barcelona de 1978, convirtiendo al activista vecinal Manuel Vital en un héroe cinematográfico, maravillosamente interpretado por el actor Eduard Fernández

Película basada en hechos reales

La película narra hechos reales, cosa que así se certifica al final de la misma con leyendas que puntualizan hechos históricos. Y, sin embargo, en la cinta se echa en falta contexto. Hay ausencias y carencias que merecen una explicación. Sé de sobra que las películas son películas y que a menudo una narración cinematográfica debe funcionar con un ritmo determinado para hacerla más atractiva. Sin embargo, es igualmente cierto que el cine –y más si está basado en hechos reales− es una máquina de asentar relatos y memoria colectiva. Como en este país está constando tantísimo sacar a la luz la memoria histórica y democrática, voy a hacer algunas puntualizaciones que he echado en falta y que igual hubieran merecido algún hueco en la narración. Sin memoria democrática es difícil entender bien quiénes somos como pueblo y lo que hoy sucede.

Tanto el PSUC como CCOO tuvieron un peso político específico y notable en la Cataluña de la época y en concreto, en la propia conformación de todos esos barrios obreros

La película obvia, por ejemplo, que Manuel Vital era miembro del PSUC en la clandestinidad y también después, al igual que lo era de CCOO del transporte. En la cinta se insinúa algún tipo de militancia política clandestina por su parte, pero no se llega a nombrar su procedencia, y lo que no se nombra, se va borrando de la memoria colectiva hasta desaparecer. Y tanto el PSUC como CCOO tuvieron un peso político específico y notable en la Cataluña de la época y en concreto, en la propia conformación de todos esos barrios obreros. En la película tampoco se ven todos los antecedentes que llevaron al secuestro del autobús que protagoniza Vital. Un secuestro, por cierto, que se trata abundando en la acción individual de una persona, un Manuel Vital que en un momento del film decide que ya está bien y que hay que actuar. Esta simplificación, que facilita el trabajo del guionista, es poco creíble, ya que este tipo de acciones se planificaban con organización política y se llevaban a las asambleas vecinales –clandestinas– donde se debatían colectivamente. En la película nada se dice de las anteriores veces que se secuestraron líneas de autobús, dejando en el cajón del olvido que fue una práctica política organizada llevada a cabo con anterioridad y que comienza que se sepa en mayo de 1974, cuando 200 vecinos de Verdúm y Roquetes secuestran la línea 11 para hacerla llegar hasta la parte alta de Roquetes. Con posterioridad −según medios de la época y según aparece en el documental de la TV sueca Mujeres en lucha, dirigido por la documentalista y activista sueca Margareta Hjelm, rodado en España entre 1976 y 1977 y emitido por la TV pública sueca en dos capítulos− el 17 de junio de 1977, un grupo de vecinos y vecinas de otra barriada popular barcelonesa, Prosperitat, secuestran la línea 12 según la propuesta de la activista vecinal Maruja Ruiz Martos, también militante del PSUC. Este último secuestro llevó a 54 personas, incluyendo a Maruja Ruiz, a la jefatura de Vía Laietana. La propia Maruja Ruiz lo cuenta en el documental sueco, que está íntegramente dedicado a las luchas feministas, políticas, sociales y vecinales de las mujeres españolas en la dictadura franquista, y lo vuelve a contar en Por mí y por todas mis compañerasMujeres en lucha, el documental que dirigí en 2019 junto al realizador Iván R. Cuevas y que se hace eco de la situación las mujeres que aparecen en la cinta sueca más de cuarenta años después. Así se llega al secuestro llevado a cabo por Vital en mayo de 1978, que consiguió subir un autobús articulado de la línea 47, de la que él era conductor. Es decir, el secuestro del 47 fue otro más parte de una estrategia política que no se aprecia en la película y que es necesario contar porque si no la memoria se queda coja.

El secuestro del 47 fue otro más parte de una estrategia política que no se aprecia en la película y que es necesario contar porque si no la memoria se queda coja

El gran valor de El 47 reside en traer al presente la realidad de la inmigración española desde las zonas empobrecidas por una guerra cruenta y una posguerra atroz y de rapiña a las ciudades industriales en desarrollo a partir de la década de los años cincuenta en adelante y porque tiene un correlato sensibilizador ante lo que sucede en la actualidad con las personas migrantes a las que negamos derechos humanos en esta Europa, que rapiña todos los sures del planeta. Sin embargo, es necesario hacer la reflexión anterior porque si se quiere entender la lucha de aquellas gentes por mejorar sus vidas no se puede obviar el papel tan importante que tuvo el PSUC en Cataluña, el PCE en el resto de España ni el que jugaron las mujeres durante todos los años de la dictadura y durante la Transición. Las luchas vecinales fueron y son luchas colectivas, en las que las mujeres fueron y son mayoritarias. De hecho, no se entienden las asociaciones de vecinas desde finales de los años sesenta sin el Movimiento Democrático de Mujeres (MDM), una organización feminista nacida en el seno clandestino de PCE, que practicó el entrismo político en las asociaciones de la sección femenina de Falange –únicas asociaciones de mujeres permitidas durante la dictadura de Franco– para usar su estructura y darles un tinte reivindicativo (como explica el libro sobre el MDM del historiador de la Universidad de Alcalá de Henares, Francisco Arriero). Son, sobre todo ellas, las que han puesto su cuerpo para pedir asfalto en las calles embarradas de los barrios obreros, agua corriente, semáforos en los cruces, escuelas públicas, centros de mayores y ambulatorios. Fueron y son, sobre todo ellas, y a menudo se las saca del relato, porque sigue siendo –al parecer– más efectista construir un personaje heroico masculino sobre el que enlazar un relato, que contar una realidad histórica desde el lugar femenino de una lucha colectiva por mejorar las cosas de comer, espacio en el que ellas han estado y están presentes todos los días, como vemos hoy mismo en la Cañada Real en Madrid, donde mujeres y sus hijos e hijas están cada día en la pelea diría por la dignificación de la vida.

Un bus en busca de contexto histórico: la película ‘El 47’ y las luchas políticas y...