Limpiadores, barrenderos y basureros

Hoy en día, el trabajo de los higienistas urbanos es tan vital como la más prestigiosa de las profesiones.

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Conste desde la primera palabra mi desacuerdo total con el nombre peyorativo que nuestro diccionario da al oficio de quienes se dedican a tener limpias nuestras ciudades, edificios, hospitales, mercados de abastos y cualquier ámbito donde se desarrollen actividades humanas. Ni barrenderos ni basureros son palabras adecuadas para designar a unas personas sin cuyo trabajo no podríamos vivir, más flagrante en el último caso puesto que si los herreros son los que dan forma al hierro, quienes recogen nuestras cantidades ingentes de mierda no tienen esa condición sino la de retirarla de los lugares públicos y llevarlas al lugar adecuado para su tratamiento. En este caso y en los otros, habría que empezar a pensar en otro nombre, higienistas urbanos, técnicos en residuos, limpiadores o cualquier otro que de verdad reconozca su notable labor.

El maltrato empresarial termina aumentando el malestar de un personal dedicado a tareas tan penosas en muchos casos

Además de la nomenclatura, sería preciso que un oficio del que dependemos todos y todas nuestras actividades tuviese no sólo el reconocimiento de la ciudadanía, sino también un salario equiparable al bien que hacen, que nos hacen. Desde hace décadas, la mayoría de los ayuntamientos, dependencias administrativas y entes públicos optaron por la privatización de los servicios de limpieza, quedando en manos de grandes empresas como FCC, Ferrovial o ACS. El sistema es siempre el mismo, se da la contrata de tal ciudad o tal edificio a una empresa de uno de esos grupos por un tanto anual o quinquenal, como plazcan, y después se exprime al trabajador al máximo, bajando sus sueldos para aumentar beneficios. El maltrato empresarial termina aumentando el malestar de un personal dedicado a tareas penosas en muchos casos y con escaso reconocimiento social.

Durante lo más duro de la pandemia tuve la ocasión de observar desde el balcón de mi casa el trabajo silencioso de quienes limpiaban las calles todos los días, calles que en esos días estaban más limpias de lo habitual gracias a que la mayoría estábamos encerrados y no podíamos tirar nuestra mierda a la vía pública. No recibieron aplausos, ni nadie habló de la importancia extrema de su misión, pero si nos detenemos un poco a reflexionar pronto concluiríamos que sin ellos, sin su entrega, sería imposible abrir un quirófano, una consulta médica o un laboratorio de anatomía patológica, es decir, que de inmediato todos los centros hospitalarios y médicos del país tendrían que ser clausurados y ni el mejor de los cirujanos podría desarrollar su trabajo con el mínimo de garantías para la supervivencia del paciente. Quizá no nos demos cuenta, quizá no nos hayamos parado a pensar en lo importante de su actividad, pero lo cierto es que el personal de limpieza es, tal vez, el más necesario de un hospital, puesto que su inactividad o desaparición comportaría la imposibilidad del trabajo de los demás.

Hoy en día, el trabajo de los higienistas urbanos es tan vital como la más prestigiosa de las profesiones

Pero no es sólo una cuestión que afecte a un área tan vital como la sanitaria, pensemos qué pasaría si en los restaurantes, en la industria alimentaria, en las escuelas, en los mataderos, en las fiestas populares, en los campos de fútbol, en los despachos y ministerios no hubiesen personas dedicadas a higienizar, desinfectar y limpiar los restos que esas actividades dejan. En tiempos de cambio climático, con la aparición de virus cada vez más desconocidos y virulentos, el trabajo de los higienistas urbanos es tan vital como la más prestigiosa de las profesiones, empero quienes se dedican a ello no gozan ni de la buena fama ni del reconocimiento que merecen.

Cuando los españoles éramos un pueblo eminentemente emigrante, cuando los campos de buena parte del país se abandonaban por que la estructura de la propiedad no daba para vivir, en Suiza, Bélgica, Francia o Alemania nos esperaban para que limpiásemos sus aseos, sus restaurantes, sus calles. Eran trabajos que los nativos ya no querían hacer debido a la subida del nivel de vida y a la dureza del mismo. Hoy España ya no exporta mano de obra barata, sino profesionales cualificados formados aquí que deberían tener la oportunidad de quedarse en su país, quienes hacen los trabajos más penosos son personas llegadas en patera, cayuco o cualquier otro medio, generalmente clandestino. Son ellos quienes limpian nuestras calles, quienes se encargan de la higiene de nuestros mayores y menores, quienes han de atender las buenas condiciones sanitarias de nuestros bares y restaurantes. Vivimos en la sociedad de consumo más voraz de las hasta ahora conocidas, el nivel de basura que acumulamos a diario ha llegado a niveles difícilmente manejables. No se puede seguir maltratando, explotando y despreciando a quienes de forma reiterada y tenaz luchan cada día para que no nos coma lo que tiramos sin el menor pudor.

Empero, aunque fuésemos personas concienciadas, conscientes de que no existe el derecho constitucional a llenarlo todo de porquería, la propia dinámica del capitalismo voraz en que vivimos genera por si mismo millones de tonelada de inmundicias que es preciso retirar y tratar. Tenemos un reto -uno más- de la máxima envergadura, evitar que el planeta se convierta en la cloaca máxima, que nuestra actividad y nuestro consumismo irracional no terminen por inundar hasta los rincones más recónditos. De ahí la importancia que tiene eliminar los residuos desde el mismo lugar en que se producen, cosa que nos corresponde a todos siendo en extremo cuidadosos con lo que tiramos y al personal especializado que cada día se encarga de ello en nuestras calles, locales y edificios. Reconozcamos de una vez por todas la inmensa labor que hacen las personas que se dedican a tal menester, una labor sin la que casi todas las demás serían imposibles de realizar.