APUNTES DE HISTORIA

Sufragio universal y lucha de clases en Francia (1929)

El Socialista número 6362 del día 30 de junio de 1929

Necesitamos tu ayuda para seguir informando
Colabora con Nuevatribuna

 

@Montagut | En la primavera de 1929 tuvo lugar un debate periodístico entre el político radical francés Herriot y el socialista belga Vandervelde en La Depêche, periódico de Tolouse, que apareció durante la guerra franco-prusiana. En 1887, Jaurès fue uno de sus más destacados redactores, y también escribió en sus páginas Clemenceau. El periódico se destacaría en la defensa de Dreyfus. El periódico fue atacado por la Iglesia por su vinculación con la izquierda.

Herriot publicó un artículo en el que afirmaba que la noción de clase había quedado suprimida al establecerse el sufragio universal. El análisis político demostraría a los radicales que había que elegir entre la lucha de clases y el sufragio universal. Queremos recoger, especialmente, la respuesta desde el socialismo democrático en nuestro intento de aportar materiales y reflexiones sobre ideas y pensamientos de la izquierda.

Vandervelde, siguiendo a Jaurès no veía contradicción entre la lucha de clases y la democracia, y admitía la diversidad social evitando la solución bolchevique

Vandervelde replicó en la misma publicación donde afirmaba que se negaba a admitir que no hubiera mas que dos alternativas en la política, la de la dictadura de la minoría, tal como la estaban realizando los comunistas rusos y la de un “democratismo puramente político”, que lo esperaba todo de la acción del sufragio universal, de la conquista del poder por la mayoría de votos”. En todo caso, admitía que tenía razón Herriot si la democracia socialista se limitara a aceptar al pie de la letra la doctrina expuesta en el Manifiesto Comunista en lo referido a la conquista del poder.

El socialista belga afirmaba que no cabía dudar de que en el Marx de 1848, y aún en el Guesde de 1884, el socialismo, basado en el materialismo histórico en su fórmula más rígida, empleaba la expresión “lucha de clases”, desdeñando el sufragio universal, no viendo más salida al conflicto que la revolución, esperando, además, el desplome violento de la burguesía en una catástrofe económica del capitalismo.

A este socialismo, confiado a la acción revolucionaria, se opondría otro de signo democrático, de un Blanc o de un Lassalle. Durante años habrían estado enfrentadas ambas posturas, especialmente en Alemania y Francia, con partidos u organizaciones rivales: lassalianos y lisenaquianos (marxistas) en la primera, y el Partido Obrero de los guedistas y los socialistas independientes en la segunda.

Pero se había logrado una obra de síntesis, según la cual si la democracia, unida a la situación de las clases, no era para la clase obrera un fin en sí misma, constituía un medio importante para realizar la igualdad política, pero también la igualdad social, el fin último. La clase obrera alcanzaría ese fin en la medida en que trabajase con constancia en el marco de la democracia burguesa, conforme ampliaba su fuerza pare el uso de derechos y libertades políticas, creando las condiciones para el establecimiento de la democracia social, que era, el Acuerdo que se había tomado en el Congreso Socialista Internacional de Bruselas de 1928.

Vandervelde consideraba que los partidos socialistas europeos no defendían el socialismo de Estado, y admitía otros medios de lucha que el sufragio universal, como la acción directa, la acción sindical, y hasta podía en algunos momentos históricos practicar lo que denominó “las vacaciones de la legalidad”, una afirmación harto curiosa, sin lugar a dudas, aunque a diferencia de los comunistas los socialistas serían fundamentalmente demócratas, y sería en el seno de la democracia donde había de proseguir su esfuerzo por la liberación económica y política.

Vandervelde quería recordar a Herriot unas palabras de Jaurès, contenidas en su obra L’armée nouvelle. Para el malogrado socialista francés la lucha de clases no solo era un hecho, sino una necesidad mientras existiesen las clases. En los dos polos estarían la burguesía capitalista y el proletariado, pero admitía que entre ambos polos sociales se hallaban escalonadas determinadas fuerzas intermedias, como trabajadores más o menos autónomos, categorías medias en las industrias, el comercio y la agricultura, que participaban de algún modo de ambas clases, intelectuales, profesiones liberales, y propietarios agrícolas. Jaurès atribuía a estos grupos intermedios una función arbitral en la democracia.

Vandervelde afirmaba que cuando en todos los países el proletariado luchaba por realizar la democracia política realizaba una obra revolucionaria y conservadora a la vez. Era revolucionaria porque mediante la misma el proletariado suprimiría los obstáculos artificiales que se oponían a su movimiento, pero también era conservadora porque la fuerza de los obstáculos naturales resultantes de la contradicción y también de la complicación de los intereses, aparecería tanto más claramente al proletariado cuando los obstáculos naturales hubieran desaparecido. La situación misma terminaría por mostrar a la clase obrera sus dificultades y sus exigencias, además de que terminaría por conocer en qué condiciones podía triunfar. Por eso, consideraba que el proletariado no podía sustraerse al arbitraje soberano de la democracia porque la misma era el ambiente en que se movían las clases, y si pretendiera eludirlo sería para agitarse en el vacío y perderse en lo abstracto.

El socialista belga concluía preguntándose a qué quedaba reducida la incompatibilidad que Herriot pretendía entre la lucha de clases y la democracia, pero también a qué se reducían las fórmulas políticas rígidas que hacían abstracción de las clases intermedias, y oponían a los magnates capitalistas la masa proletaria. Así pues, el belga, siguiendo a Jaurès no veía contradicción entre la lucha de clases y la democracia, y admitía la diversidad social evitando la solución bolchevique.

Este debate fue recogido por el El Socialista en su número del día 30 de junio de 1929.