HISTORIA DE LA MASONERÍA

Cuando el integrismo vio una conspiración judeo-masónica en los comuneros y los agermanados

‘Ejecución de los comuneros de Castilla’, por Antonio Gisbert (1860)

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‘La masonería en España’,
de Mariano Tirado y Rojas

@Montagut | El discurso antimasónico tiene en la teoría de la conspiración uno de sus argumentos preferidos para demostrar la supuesta influencia de la masonería con el fin de subvertir el poder político tradicional y católico en España. Su última gran formulación fue la franquista condensada en la teoría de la conspiración judeo-masónica, y que luego en nuestra democracia actual ha seguido con algunas correcciones en medio del imperio de las “fake news”.

La teoría de la conspiración solía aplicarse para entender, supuestamente, parte la Historia española desde la época de la Ilustración en adelante. La masonería habría estado detrás de la difusión de las ideas ilustradas, liberales y republicanas, y como agente fundamental en procesos de cambio, insurrecciones, pronunciamientos y revoluciones, siendo fundamental para entender, siempre según este discurso, la llegada de las dos Repúblicas en España y, por supuesto, el desarrollo de la secularización, el laicismo y el librepensamiento en la sociedad.

La masonería habría estado detrás de la difusión de las ideas ilustradas, liberales y republicanas

Pero este discurso tuvo también una derivación hacia atrás, hacia épocas alejadas de la contemporaneidad, aunque se moviera en arenas un tanto movedizas porque si para la contemporaneidad se podían emplear documentos, aunque sacados de contexto, tergiversados e interpretados de forma apriorista, en la época moderna las supuestas fuentes primarias eran inexistentes. En este sentido, el conocido escritor antimasónico, después de haber pertenecido a la Masonería, Mariano Tirado y Rojas, en su obra en dos volúmenes, titulada, La masonería en España, y en su primer volumen (1892) dedica un capítulo para intentar plantear la posibilidad de la participación judía y masónica en las Comunidades de Castilla y las Germanías valencianas. Para ello, empleará una argumentación con la que pretendía, como veremos, presentarse como un autorizado historiador.

Tirado ya había sentenciado que la masonería era de origen judío en la introducción de su obra. Para propagar sus teorías y creencias los judíos habrían creado centros masónicos. A partir de la expulsión de los mismos, justificadísima para este autor por la necesidad de salvaguardar las creencias y la seguridad de los españoles, podría pensarse que el peligro se había conjurado, pero dejaron un número grande de adeptos, es decir, de masones. Había que tener en cuenta esto para entender su relación con la rebelión de los comuneros, inserta en un conjunto de movimiento populares europeos que, si no fueron simultáneos, tampoco estaban muy alejados en el tiempo, habiendo una conexión entre todos ellos. Aquí metía la Jacquerie francesa, las Comunidades castellanas, las Germanías valencianas, y la Guerra de los Campesinos alemanes. Así pues, los movimientos ocurridos en la crisis de la Baja Edad Media y en los comienzos de la Edad Moderna estarían movidos por una conspiración organizada, que, según Tirado, sería calificada de socialista cuando el escribía, y contra todos los Estados de Europa. No importaba que no hubieran estallado al mismo tiempo (añadamos, por nuestra parte que la Jacquerie es de mediados del siglo XIV), porque todo dependía de una especie de huella impresa por las “malas doctrinas” en distintos lugares, más o menos propensos a caer en el error.

Tirado señalaba la intervención judía en el fomento de las rebeliones y así poder desbaratar la obra de la Reconquista, y poder regresar a España

Para Tirado había un motivo especial para atribuir ambos movimientos a los judíos, y no era otro que el rencor o despecho de los mismos por la expulsión. El instrumento para ponerlas en marcha habría sido la masonería.

La existencia de los masones estaría probada en España hacia 1514 por los pormenores de la construcción de la denominada capilla de Mosén Rubí que, como sabemos está en Ávila y recibe su nombre en honor de Mosén Rubí de Bracamonte, señor de Fontesol, y que presenta símbolos propios de la masonería. Ese sería, realmente, la única prueba que podría presentar el autor, no escrita pero sí material. De ahí se montaba toda la interpretación posterior.

Pero lo importante, insistimos era su defensa de la intervención judía en el fomento de las rebeliones y así poder desbaratar la obra de la Reconquista, y poder regresar a España. Para Tirado no había nada extraño que para cumplir con estos objetivos se valieran de los adeptos de la masonería, que existía como probaría la existencia de dicha capilla. El razonamiento de Tirado no se podía basar en ningún documento histórico, como el mismo admitía, sino en lo que el definía de “simple inducción” para explicar esa intervención porque no quería admitir unos supuestos escritos masónicos del momento en que escribía su obra en los que se presentaba como masones nada más y nada menos que a Padilla, Bravo y Maldonado. Al decir esto, Tirado, aunque su argumento de la inducción era muy endeble, quería demostrar que el no se basaba en falsificaciones. Así pues, intentaba ofrecer una imagen seria de investigador cuando, en realidad, no pudo nunca demostrar nada con fuentes de ningún tipo.

Tirado termina admitiendo que todo se basaría en inducciones, que constituían indicios pero que faltaban pruebas

En relación con las Germanías, Tirado aludía a un “escritor liberal, á quien Dios haya perdonado”, Alfonso Antonio Bermejo, que habría publicado en fecha reciente una efeméride en La Correspondencia de España, titulada “Ataque á Játiva, defendida por los agermanados” donde explicaba el hecho histórico, hablando de que había existido un “hombre misterioso” que alentaba a los agermanados en Játiva, y que era conocido como “El encubierto”, un personaje, al parecer, singular, que hablaba varios idiomas, era muy valeroso, se daba aires de apóstol y que decía que estaba predestinado por Dios para acabar con los moriscos, haciéndose llamar “Hermano de todos”. Cuando el marqués de Zenete entró en la localidad prometió una elevada recompensa a quien lo entregara. Fue encontrado en Burjassot donde fue asesinado una noche. Su cadáver habría sido llevado a Valencia y allí sería quemado por el Santo Oficio. Después se habría sabido que era de origen judío y con un pasado complejo entre Valencia y Orán. Pues bien, aquí Tirado vuelve a utilizar la misma táctica en relación con los supuestos documentos de afiliación masónica de los comuneros. Acusa a Bermejo de no ser un buen historiador porque su artículo estaba lleno de meras fantasías basadas en tradiciones populares, pero sí admitía el origen judío y el apodo que tenía el Encubierto como "Hermano de todo el mundo”, por lo que tenía que ser masón.

En todo caso, y en línea con lo que decimos, Tirado termina admitiendo que todo se basaría en inducciones, que constituían indicios pero que faltaban pruebas. Así pues, si por un lado afirmaba claramente la afiliación judía y masónica de las revueltas, como hemos visto, al final, dejaba un interrogante, el mismo que insertó en el título del capítulo.

Esta interpretación fue duramente criticada años después desde la revista masónica Latomia en su número de 1934, en la sección de rectificaciones históricas, donde se arremete contra la falta de pruebas documentadas de todas las afirmaciones de Tirado, “uno de los renegados de la masonería”.

Los interesados pueden leer la obra de Tirado en la red, y la revista masónica en la Hemeroteca digital de la BNE.