Experiencia, identidad y sujeto feminista. (En torno a Judith Butler)

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El valor del feminismo y la identidad feminista

Hay que diferenciar identidad de género e identidad feminista. La mujer, las mujeres -a veces con una larga y variada tipología-, no son el sujeto del feminismo. No existe un sujeto previo a la experiencia emancipadora, sino que se constituye con ella, con esa práctica sociocultural.

Ya Simón de Beauvoir decía que la ’mujer se hace, no nace’, poniendo el énfasis en la experiencia vital en la formación de la identificación que, más tarde, se definió de género y que, muchas veces, conllevaba una actitud progresista y liberadora, en el marco de la segunda ola feminista de los años sesenta y setenta.

Se es feminista no por ser mujer, sino por participar en los procesos igualitarios por la liberación femenina

Aquí, sin la connotación existencialista, desde un cierto constructivismo social, multidimensional y vital, le damos un contenido sociohistórico y político-cultural, y lo aplicamos al feminismo, como sujeto social, no a la feminidad (o la masculinidad) en cuanto identidad de género. Se es feminista no por ser mujer, sino por participar en los procesos igualitarios por la liberación femenina, y de todas las personas discriminadas por su opción sexual y de género. La composición empírica mayoritaria del feminismo es de mujeres, las más directamente afectadas y sensibles, pero también de varones solidarios. Su identificación feminista, o su ‘orgullo’ de pertenencia, deriva de su comportamiento, su práctica relacional, no de la adscripción a un sexo, género u opción sexual.

Sin embargo, no hay que infravalorar la experiencia vivida. La conexión con la realidad discriminatoria es lo que acerca más a las mujeres y personas con opciones sexuales y de género no normativas a esa sensibilidad, conciencia y actitud transformadora. Pero, para mantener una conducta transformadora, son decisivas su conformación subjetiva, su experiencia relacional, su actitud moral respecto de los tres grandes valores progresistas: libertad, igualdad y solidaridad. 

El sujeto del feminismo son las personas que han rechazado y combatido una realidad de discriminación y dominación

Judith Butler

La conformación del sujeto no deriva mecánicamente de la existencia de una realidad sociodemográfica discriminatoria, tal como dicen las teorías estructuralistas o deterministas, dominantes en décadas pasadas. O sea, la mujer, por su condición objetiva, biológica o de subordinación, no es el sujeto del feminismo; el sujeto del feminismo son las personas que, práctica y sociohistóricamente, han rechazado y combatido, individual y/o colectivamente, una realidad de discriminación y dominación, y han adquirido una experiencia emancipadora, igualitaria y solidaria que refuerza su conciencia feminista.

Desde este punto de vista, hay que intensificar, no diluir, la identificación feminista, opuesta al machismo. Esta identificación no constriñe una voluntad transformadora, sino que, con espíritu crítico, la refuerza, favorece el sentido de pertenencia colectiva, con articulación de apoyos y alianzas, y es capaz de renovar sus propias características identificadoras y estratégicas.

La identidad de género femenino (o masculino o indefinido) puede ser ambivalente: negativa, si es que refleja una trayectoria rígida de subordinación resignada o impuesta; o positiva, en la medida que exprese un papel sociocultural, económico-laboral y reproductivo más igualitario y libre, en combinación con otras identificaciones particulares interseccionales con impacto variable en su experiencia vital.

Una identidad fuerte de género tradicional -de ama de casa dependiente o con la normativización esencialista heterosexual… y dentro del matrimonio- sí se puede decir que constriñe la libertad individual para explorar y cambiar de experiencia, estatus e identificación. Una identidad de género débil o casi nula permite la transición sin ataduras a la nueva personalidad, opción sexual y de género y posición social; es más abierta y ofrece más oportunidades.

Existen diversas tipologías femeninas: desde la mujer ‘tradicional’, ama de casa, esposa y madre, pero subordinada a una estructura patriarcal y dependiente de una función social subalterna, que el feminismo apuesta por transformar; hasta la mujer ‘liberada’ que se ha ido abriendo paso igualitario y que es objeto de toda la ofensiva conservadora y reaccionaria como causa de la destrucción de su orden social y moral dominador.    

Pero aquí hablamos, sobre todo, de identidad feminista como refuerzo solidario, igualitario, emancipador, como pertenencia colectiva, con una trayectoria transformadora; opuesta al machismo, a su identificación y a la prepotencia relacional, como expresión de dominación y privilegios, o sea, vinculado al poder opresivo y, a veces, violento del orden establecido. En ese sentido, una identidad sociopolítica liberadora y una ética fuerte, anclada en los derechos humanos y la democracia, favorece el compromiso cívico por la igualdad y la libertad; es positiva para las mujeres y para la humanidad, es decir, encierra un contenido universal.

No se trata, por tanto, de la diferenciación o simple interacción entre géneros más o menos marcados y plurales, con distintas feminidades y masculinidades y posibilidades combinatorias, sino de la diferenciación entre feminismo y machismo y, por otra parte, entre un feminismo elitista o solo retórico, centrado en romper los ‘techos de cristal’, y un feminismo popular, que apuesta por superar los ‘suelos pegajosos’.

Cómo avanzar en la liberación y la igualdad femenina

Pues bien, la autora ha tenido y tiene la prioridad por la superación del género y la heteronormatividad obligatoria, como sistema divisivo, discriminatorio y limitador de la libertad humana, la cual debería estar asentada en la propia voluntad. Su enorme aportación crítica ha ido hacia la deslegitimación de las principales trayectorias opresivas contra la libre elección de sexo/género y opción sexual, con garantías para una vida digna.

Al ir ‘deshaciendo el género’, se terminaría el problema de la desigualdad de género. Seríamos personas indiferenciadas por sexo/género, es decir, éste no sería un factor relevante, lo cual garantizaría la liberación. Se rompería el pretexto del poder establecido para imponer la división social… aunque ello no evitase la imposición de nuevas segmentaciones y discriminaciones, en particular, a las propias minorías sexuales o de género no binario. La duda es el alcance generalizador de la indiferenciación por sexo/género frente al sistema divisivo en tal categoría sobre la que se asienta el orden establecido, y una vez garantizado el derecho a la libre determinación.

Pero esa lógica liberadora ya estaba inscrita en el pensamiento feminista y la acción progresista, al menos, desde el siglo XVIII. Se trataba del impulso emancipador e igualitario del revalorizado estatus de ciudadanía, de los derechos humanos y civiles y más tarde políticos y sociales… independientemente del sexo/género, es decir, sin discriminación por sexo, según dictaminan las constituciones modernas. Sabemos, por la experiencia de estos más de dos siglos, que ese relativo igualitarismo retórico, jurídico o formal ha costado mucho esfuerzo feminista y solidario para implementarlo y que queda mucho por hacer.

Hay que consolidar unas relaciones igualitarias y libres de dominación, independientemente del sexo/género

No obstante, ese enfoque emancipador sigue siendo acertado: hay que consolidar unas relaciones igualitarias y libres de dominación, independientemente del sexo/género (la raza, el origen nacional o la clase social…), o sea, destacando el elemento común de las personas: los derechos humanos. Así, se supera el sexo/género como factor de desventaja o discriminación, aunque se mantenga la diversidad identitaria.

Todavía hoy persisten graves lacras sociales que perjudican a la mayoría de mujeres y opciones no normativas sexuales y de género, empezando por la violencia de género, acerca de la que la autora tiene una sensibilidad especial. Precisamente, la indignación cívica y la respuesta feminista, apoyada y legitimada por unos dos tercios de mujeres y un tercio de varones, ha generado en España la cuarta ola feminista, con la prioridad de combatir la violencia machista y garantizar la libertad sexual y el libre consentimiento en las relaciones sexuales e interpersonales en general.

Junto con ese primer nivel de conciencia feminista existe, propiamente el movimiento feminista, compuesto por unos cuatro millones de personas, la mayoría mujeres, que han participado en las movilizaciones feministas, entre ellas las miles de activistas más estables, pertenecientes a grupos diversos e impulsoras del movimiento social. Esos tres niveles son los que configuran el sujeto colectivo feminista.

Todo ello ha puesto de relevancia la necesidad de un avance en condiciones y derechos feministas, de la articulación del propio sujeto feminista y, también, del impulso de una teoría crítica que fundamente esta nueva fase de conformación feminista. 

Por tanto, el pensamiento posestructuralista de Judith Butler tiene sus límites para hacer frente a los desafíos que suponen la consecución de la igualdad y la libertad de las mujeres. Desde distintas corrientes feministas se están realizando muchas contribuciones interesantes. Por citar otra feminista eminente, contamos con su colega estadounidense Nancy Fraser, con aportaciones críticas significativas sobre el papel subordinado de las mujeres en la reproducción social y de cuidados y su vinculación con la segmentación capitalista y la división racista.

Evidente es la situación en España. Por un lado, hemos asistido a una gran movilización feminista y de colectivos LGTBIQ+, masiva y viva, particularmente contra la violencia machista y por la libertad sexual y la igualdad, con una gran participación de base social y asociativa, y hemos conseguido reformas significativas en el ámbito institucional.

En el campo feminista en España hay una rica y variada experiencia, pero bastantes deficiencias en la articulación orgánica y de liderazgo

Pero, por otro lado, el movimiento feminista presenta una dinámica fragmentada y sin liderazgos consolidados, lo cual agudiza ciertas tendencias -también desde la política- elitistas, unilaterales, sin arraigo sólido, a apropiarse del movimiento, a hablar en nombre del (no) sujeto social ‘objetivo’ y pasivo, pugnando por su orientación y articulación.

En definitiva, en el campo feminista hay una rica y variada experiencia, pero bastantes deficiencias en la articulación orgánica y de liderazgo. A ello hay que añadir una relativa orfandad y retraso teórico que el feminismo debería abordar desde un enfoque crítico, multidimensional y relacional.

El sujeto social, imprescindible para la transformación colectiva

En consecuencia, la acción feminista, individual y colectiva, junto con el cambio de actitudes y mentalidades más igualitarias, ha forjado una identidad feminista, en el contexto histórico y estructural específico de las cuatro olas feministas. El sujeto es esa movilización feminista, esa corriente social y cultural emancipadora de claro sentido progresista.

No está definido por sus rasgos materiales u objetivos, biológicos, sexuales o de posición social dominada, con sus rasgos étnicos y de clase social, sino por su práctica sociocultural contraria a la discriminación y a las desventajas por razón de su sexo/género; es decir, por su comportamiento relacional, en el que interviene su subjetividad, frente a las ventajas comparativas de los varones, y la persistente segmentación, discriminatoria por sexo/género, de la vida pública, la actividad productiva y la reproducción social y de cuidados, derivadas de las estructuras patriarcales de un sistema opresivo ancestral.

Además, esa dinámica feminista está conectada en cada fase histórica con las estructuras económicas, sociales, culturales y políticas dominantes. En ese sentido, la base analítica de esas relaciones sociales y esa experiencia vivida está más vinculada a las ciencias sociales críticas que a las -también necesarias- abstracciones filosóficas o al psicoanálisis individualizador.

La cuestión es cómo superar la desigualdad de género a través de la acción colectiva y la identificación feminista de un sujeto sociopolítico

La cuestión es cómo superar la desigualdad de género a través de la acción colectiva y la identificación feminista de un sujeto sociopolítico, junto con la ciudadanía progresista, capaz de transformar esas dinámicas discriminatorias. La teoría de Butler sobre la importancia de la performatividad y las normas y discursos en la conformación del sujeto de género tiene elementos valiosos frente al determinismo y el esencialismo, dominantes en otras tradiciones, y hoy instrumentalizados por el feminismo transexcluyente, como bien critica la autora.

El constructivismo social o de género rompe con los fundamentos discursivos naturalistas, positivistas o deterministas tradicionales y pone el énfasis en la capacidad de agencia de los propios seres humanos. El problema de un constructivismo voluntarista o irrealista, como la propia Butler reconoce, es la infravaloración de la realidad social o material (los propios cuerpos), que a veces se niega o se rechaza como incognoscible, y la sobrevaloración de la capacidad arbitraria y voluntarista de las ideas individuales.

Así, existen posiciones postestructuralistas que ponen el acento en la preponderancia de la siempre necesaria subjetividad -sentimientos, discursos, deseos o proyectos- en la conformación de la realidad social, pero desconsiderando los otros dos ejes fundamentales y complementarios que interactúan: el punto de partida de la realidad relacional, y la experiencia práctica de las trayectorias emancipadoras y articuladoras. Con esa interacción de los tres componentes, realismo situacional, experiencia colectiva y subjetividad transformadora, se forjan nuevas dinámicas relacionales desde las que se conforman nuevas identidades feministas y de género (o de clase y étnico-nacionales…) y posiciones sociales liberadoras.

La relevancia de la experiencia vivida e interpretada

Existe una amplia experiencia y literatura sobre la conformación de las naciones y los nacionalismos, así como de la construcción de los pueblos, en su versión de populismo de derechas y autoritaria y en su versión de izquierdas y democrática. Quizá, por su interpretación sobre la formación procesual del movimiento obrero y popular y, por tanto, asimilable a los procesos de configuración de los nuevos movimientos sociales como el feminismo, es de destacar la aportación del gran historiador británico -y activista pacifista de una izquierda renovadora- E. P. Thompson, desde los años sesenta.

En su investigación referida a las clases trabajadoras y su formación sociohistórica, el sujeto colectivo o la clase social es una categoría "histórica”, la clase y la conciencia de clase -o la identidad feminista, diríamos aquí- son siempre las últimas, no las primeras, fases del proceso real histórico. O sea, su identificación está interactuando con su estatus social y su experiencia relacional, junto con su interpretación vivida y soñada, es decir, con sus aspiraciones, demandas y deseos.

Antes de la constitución del sujeto social hay una realidad sociodemográfica concreta, pero no existe el sujeto ‘objetivo’ o en potencia

Antes de la constitución del sujeto social hay una realidad sociodemográfica concreta, pero no existe el sujeto ‘objetivo’ o en potencia. Su formación y su articulación es más compleja y mediada por otros mecanismos institucionales, asociativos y socioculturales. El factor fundamental para su constitución tampoco son los discursos o las ideas de unas élites que los socializan entre la población. La conexión se establece por la experiencia vital de la gente, que se asocia a su realidad material vivida y a sus aspiraciones.

Se trata de un enfoque realista, relacional, crítico… y, en cierta forma, también constructivista, en un sentido sociohistórico, en oposición al mecanicismo estructuralista u objetivista o a los excesos irreales y voluntaristas de cierto posestructuralismo, ambos con distintos componentes idealistas. Este constructivismo social e histórico, con ligeras connotaciones gramscianas, es más complejo, interactivo y multidimensional que la teoría performativa de Butler, más influida por los intelectuales posmodernos franceses, y que, por cierto, parece ser desconocido para ella. Este enfoque crítico, a pesar de ser minoritario entre las izquierdas políticas y académicas, es de gran relevancia teórica y conecta con la experiencia articuladora de los movimientos sociales igualitarios de estas décadas, y más allá.

Nos muestra la importancia de poner el énfasis en la valoración y la vinculación con la experiencia social, en las costumbres en común de las capas populares y en las mediaciones institucionales y socioculturales y su relación con la realidad de sus condiciones materiales de existencia, así como de sus sueños, valores e ideales. Y todo ello, mediante un exhaustivo análisis empírico de las prácticas colectivas de las clases y capas subalternas, sus organizaciones y representantes en el marco de las estructuras económicas y de poder en cada ámbito.

Se da una interacción entre posición socioeconómica y de poder, conciencia y conducta, aunque no mecánica o determinista en un sentido u otro. Pero, frente al esencialismo identitario, hay que analizar a los actores en su trayectoria, su interacción, su multidimensionalidad y su contexto. El sujeto colectivo emancipador se va formando a través de la experiencia relacional en el conflicto socioeconómico, la pugna sociopolítica y la diferenciación cultural respecto de las capas dominantes.

Urge colaborar en la formulación de una teoría crítica feminista respecto del sujeto transformador y la identificación sociopolítico-cultural

Judith Butler ha hecho una extraordinaria aportación, especialmente sobre la liberación sexual y de género y en defensa de los colectivos LGTBIQ+, pero conviene superar esas dos limitaciones y atender a la reelaboración de un enfoque relacional, interactivo, procesual y multidimensional sobre la imprescindible formación del sujeto social, como palanca transformadora igualitaria-emancipadora, y la reafirmación de un feminismo social y crítico, para afrontar mejor las relaciones desiguales de género.

Urge colaborar en la formulación de una teoría crítica feminista respecto del sujeto transformador y la identificación sociopolítico-cultural, superadora de la experiencia dispersa, los liderazgos locales y las dependencias ideológicas y políticas, y promover su vinculación con las estrategias progresistas y transformaciones globales. El feminismo sigue plenamente vigente.  


Carmen Heredero es feminista y sindicalista, autora del libro Género y coeducación (Morata, 2019).
Antonio Antón es sociólogo y politólogo, autor de Feminismos. Retos y teorías (Dyskolo, 2023).