UNIVERSIDAD DE SALAMANCA

El caso del muy ladino rector de Salamanca y su moraleja para con las evaluaciones académico-científicas

El rector de la Universidad de Salamanca, Juan Manuel Corchado. (Foto: Diario Público).
La transferencia del conocimiento a la sociedad no se mide con tablas de impactos o descargas.

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Tendemos a cífrarlo todo en estadísticas. Reverenciamos los números aunque sus indicadores no respondan a la realidad que deberían abordar. Los datos macroeconómicos no suelen reflejar en modo alguno cómo van las cuentas cotidianas del común de los mortales. Pero los políticos las utilizan como si fueran una verdad revelada por alguna divinidad infalible. El índice de precios al consumo sirve como referencia del hipotético aumento salarial, aunque deje muchas cosas fuera y su correspondencia con los gastos reales tampoco sea muy exacta.

En lo tocante a la salud manejamos también algunos datos que podrían ser orientativos, pero que se utilizan como si fueran marionetas del detonó completamente ajenas a nuestra voluntad. Otro tanto sucede con la educación. Las notas de corte frustran vocaciones y espolean hábitos artificiosos centrados en preparar competiciones absurdas con tests ambiguos.

A la hora de valorar las publicaciones académicas y científicas decidimos hacerlo por medio del impacto. En teoría era un sistema tremendamente objetivo que neutralizaba la subjetividad propia de quienes debían ponderar una trayectoria profesional universitaria o investigadora. Parecía una suerte de piedra filosofal. Tu valor académico se correspondía con tus impactos y sanseacabó. Tantos tienes, tanto vales, y no hay más que hablar.

El problema es que, como pasa con todos los datos estadísticos o codificados formalmente, la fotografía que nos proporcionan tales indicadores presuntamente objetivos e impecables acaban revelándose muy poco fiables. Esta errónea veneración ha provocado muchos agravios comparativos, marginando a magníficos profesionales volcados en su labor docente, así como a quienes optaban por modular su vertiente investigadora sin quedar atrapados por el frenesí del currículum de diseño.

El caso del rector de Salamanca vuelve a recordarnos que debemos revisar constantemente nuestro sistema evaluador

Por el contrario, ha encumbrado a personajes irresponsables cuya mayor habilidad consistía en adaptarse al sistema y recurrir a la picaresca, por decirlo con cierta delicadeza, para mejorar sus propios indicadores de impactos. Con una u otra intensidad este colectivo se ha llevado el gato al agua. Sin embargo, una situación tan escandalosa solo transciende a los medios cuando, para colmo de males, algunos llegan a regentar cargos de una gran responsabilidad y prestigio en instituciones que salen mal paradas por sus tejemanejes. El caso del Rector de Salamanca vuelve a recordarnos que debemos revisar constantemente nuestro sistema evaluador, tal como a mi juicio está intentando hacer con gran entrega y honestidad Pilar Paneque como Directora de la ANECA. 

Hay materias que requieren un tratamiento específico, cual es el caso de las humanidades en general, cuyos tiempos nada tienen que ver con el actual culto a lo efímero, porque necesitan tener su recorrido y, lejos de caducar, sus resultados a veces van ganando con el paso del tiempo. Pero en cualquier caso, nada debería poder absolvernos de ponderar los contenidos, al margen del medio de difusión utilizado. La transferencia del conocimiento a la sociedad no se mide con tablas de impactos o descargas. Los cambios requieren calar a fondo en el imaginario colectivo, como desde siempre han hecho las ideas filosóficas, diseñando sin proponérselo nuestros valores morales, prioridades políticas o códigos jurídicos.

Al evaluar hay que hacerse una idea global del conjunto de las aportaciones y por mucho que pretendamos modular las calificaciones, la evaluación más justa y objetiva no se puede basar en referencias computacionales o algorítmicas. La métrica responsable puede ser muy útil para orientar un juicio, pero jamás debería sustituirlo, al igual que los dilemas morales no pueden verse resueltos por aplicación alguna. Nada es infalible y por eso debemos aprender de los errores cometidos en el pasado para intentar no repetirlos. Hay que corregir las desviaciones propiciadas por un sistema cuya presunta objetividad ha dado lugar a una situación manifiestamente mejorable. No podemos olvidar que las trayectorias profesionales van adaptándose al sistema destinado a evaluarlas.