ESPACIO POSTSOVIÉTICO

La llamada "revolución de colores", ¿un instrumento de injerencia de EEUU?

'Revolución rosa', Georgia, 2003. (Imagen: Wikipedia)
En Estados Unidos se sigue manteniendo una anticuada concepción imperialista, que lo hace considerarse un país intocable mientras se arroga el derecho de influir y presionar a cualquier otro país.

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El mundo de la geopolítica tiene sus trucos sobre los que conviene estar prevenidos. Uno de esos mecanismos hay que analizarlo con atención, porque comenzó a desarrollarse en el mundo postsoviético. Con la disolución de la Unión Soviética, en los países que la componían, y que fueron construyendo su independencia, comenzó a producirse lo que se llamó “la revolución de colores”. Los líderes que fueron tomando las riendas de los países que iban accediendo a su propia construcción, lógicamente procedían de los antiguos aparatos que conocían el funcionamiento de los mecanismos del poder. Y frente a ellos se fueron aglutinando grupos de ciudadanos pertenecientes a generaciones nuevas, que se amalgamaban con ciudadanos que representaban intereses empresariales, financieros y sectores de comunicación.

Eso, en muchos países, que no procedían de un pasado “occidental” -y que podían recuperar una tradición política más estructurada: Checoslovaquia, Hungría, Polonia…- se traducía en el surgimiento de aspiraciones “pro-occidentales”, más o menos difusas, sin una definición ideológica clara. Tanto, que terminan generando movimientos ciudadanos o políticos, no definidos por posiciones políticas muy estructuradas, y que se identifican por colores: de ahí el nombre de la llamada “revolución”.

Tras la “Revolución de las rosas” en Georgia se sucedieron otros movimientos ciudadanos o políticos identificados por colores

La primera que se produce es la de Georgia, en 2003, frente a las elecciones que acababa de ganar Eduard Shevardnaze, quien había sido -antes de la disolución de la Unión Soviética- ministro de Asuntos Exteriores de Gorbachov. El color fue el rosa, con la llamada “revolución de las rosas”, con una incursión en el parlamento de ciudadanos portando una rosa en la mano. Aquella “revolución” la capitalizó Saakashvili, en un relevo pacífico, porque Shevardnaze -que había luchado muy seriamente contra la corrupción en Georgia- prefirió que se produjera una transición pacífica. Saakashvili presidió Georgia en dos largos períodos, hasta 2013, en los que, por un lado, contribuyó a la construcción de Georgia como nación, y a encarrilar la economía y la eliminación en gran parte de la corrupción, y por otro, incurrió en excesos contra sus opositores, permitiendo y practicando excesos contra los derechos humanos, por los que está reclamada su extradición al país, ya que él huyo de Georgia a Ucrania, donde ocupó un puesto dirigente de Crimea, antes de que ésta fuera tomada por Rusia.

Tras la “Revolución de las rosas”, se sucedieron otros movimientos, identificados por colores: la revolución naranja en Ucrania en 2004, la de los tulipanes, en Kirguistán, la del cedro en Líbano, nuevamente la de las rosas, en Yemen… En general, la mayoría de estos movimientos son considerados en los respectivos países como productos salidos de las factorías fundamentalmente estadounidenses, incluidas en algunos casos las Agencias gubernamentales, como la CIA, con el objetivo de introducir sus ideologías oficiales o predominantes en el país correspondiente, con su concepción sobre el mundo y la política internacional, así como el alineamiento ideológico, muchas veces contrario incluso a la forma de gobierno y de organización política de esos países. Son, por tanto, vistos como instrumentos de propaganda y dominación, y generan controversias en relación con la posible falta de respeto a la soberanía del país.

Hasta el punto de que en Georgia ya hace algún tiempo que se está elaborando una ley sobre injerencia extranjera, que en abril del presente año provocó una disputa, incluso física, en el Parlamento georgiano, entre diputados partidarios de la ley propuesta por el Gobierno y los detractores de la misma, que aducen que es contraria a la libertad de ideas.

En EEUU se sigue manteniendo una anticuada concepción imperialista con derecho a influir y presionar a otro país

Da la casualidad de que los detractores de la ley son ideológicamente atlantistas, partidarios de la OTAN y de los Estados Unidos. Pero no es casualidad que dicha ley mantiene los mismos principios que una ley estadounidense, la Foreign Agents Registration Act, de 1938, pero que se sigue aplicando con mucho celo, y que en Washington se considera un importante instrumento para defenderse de la influencia extranjera en los Estados Unidos y para preservar la seguridad nacional.

Un caso claro de doble vara de medir por partes de los Estados Unidos, cuando se trata de defender su soberanía y su nacionalismo, y cuando se trata de tratar de incidir en la soberanía de otros países y en la seguridad de los mismos. Una contradicción evidente, que no es más que una expresión de que en Estados Unidos se sigue manteniendo una anticuada concepción imperialista, que lo hace considerarse un país intocable mientras se arroga el derecho de influir y presionar a cualquier otro país, según los propios intereses norteamericanos.

Algo que introduce una disrupción peligrosa y que amenaza la armonía y el diálogo internacional.

Alice Sun.