CONFLICTO PALESTINO-ISRAELÍ

Plan Biden

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El pasado 1 de junio, Estados Unidos presentó una propuesta de solución al conflicto palestino-israelí en Gaza supuestamente acordada con Israel, lo que, inicialmente se consideró como una posible propuesta de Israel a Hamás. No parece que fuera una interpretación acertada, porque fue el propio Israel quien al día siguiente declaraba que la propuesta estadounidense no se ajustaba exactamente a sus pretensiones y objetivos: “No habrá alto el fuego hasta que no se hayan eliminado completamente las capacidades militares y políticas de gobierno de Hamás”. 

A pesar de lo cual, este 11 de junio, el Consejo de Seguridad ha sancionado la propuesta con catorce votos a favor y con la abstención rusa, aunque ligeramente rectificada, ya que añade la observación de que “las dos partes enfrentadas deben implementar los términos de la propuesta sin demora ni condiciones”, la prescripción de que “rechaza todo tipo de modificación territorial o demográfica en Gaza” y la propuesta de “unificar Gaza y Cisjordania bajo la autoridad de la ANP (Autoridad Nacional Palestina)”.

El propio Israel al día siguiente declaraba que la propuesta estadounidense no se ajustaba exactamente a sus pretensiones

¿En qué consistía esta propuesta para resolver el conflicto palestino-israelí en Gaza? ¿Es factible? ¿Cuáles son sus inconvenientes? 

En resumen, el Plan propone:

1. En una primera fase:

  • Alto el fuego completo de seis semanas
  • Liberación parcial por Hamás de prisioneros civiles israelíes (mujeres, niños, heridos y restos de fallecidos)
  • Liberación por Israel de “cientos” de presos, de los que los “civiles” podrían volver a sus lugares de origen 
  • Inicio de negociaciones
  • Entrada diaria de 600 camiones de ayuda humanitaria en la Franja

2. En una segunda fase:

  • Alto el fuego permanente
  • Libertad del resto de prisioneros israelíes, incluidos los soldados.
  • Retirada completa de la Fuerzas de Defensa de Israel (FDI) de la Franja

3. En una tercera fase: 

  • Operación de reconstrucción de Gaza

La primera fase no es sino una copia de las muchas propuestas de “tregua”, que no de “alto el fuego permanente” (que sería el auténtico fin de la guerra), que se llevan proponiendo desde el principio del conflicto al ritmo aproximado de dos por mes y, de las cuales, solamente la mediada por Catar y Egipto en noviembre de 2023 se hizo efectiva con un alto el fuego temporal de cuatro días (28 de noviembre a 1 de diciembre), en la que se intercambiaron 108 prisioneros israelíes por 240 presos palestinos. Tregua rota por Israel alegando que “la organización terrorista Hamás/Estado Islámico ha violado los términos del acuerdo. No ha cumplido sus obligaciones de liberar a todas las mujeres que mantiene secuestradas y ha bombardeado con cohetes a ciudadanos israelíes” (hecho que no pudo ser comprobado), dejando claro a continuación que su objetivo “sigue siendo el mismo: acabar con Hamás”.

El problema y las incógnitas, pues, surgen en el paso de esta primera fase a la segunda, que es la que debe ser elaborada en esas “negociaciones”, cuyo inicio se propugna como condición a cumplir durante la primera fase.

¿Qué se supone que va a hacer durante ese mes y medio de tregua el ejército israelí ya desplegado en toda la Franja? ¿Se le está pidiendo a Hamás que no aproveche esa supuesta tranquilidad de mes y medio para recuperarse y reorganizarse? ¿En qué consiste un alto el fuego temporal en territorio ocupado? ¿Sólo en “no disparar”? ¿Qué movimientos y redespliegues podrán hacerse y cuáles no? ¿Quién los va a controlar y/o prohibir/permitir? ¿Qué reabastecimientos militares serán permitidos? Mes y medio es demasiado tiempo para pretender inmovilidad absoluta.

El Consejo de Seguridad ha sentido la necesidad de “completar” la propuesta estadounidense, advirtiendo su rechazo a cualquier tipo de “modificación territorial o demográfica en Gaza”

No es lo mismo una tregua (alto el fuego temporal) en un frente convencional, en el que las fuerzas contendientes están “físicamente” separadas, que puede soportar sin invalidarse violaciones circunstanciales de corta duración y pequeña entidad, que en un territorio ocupado por un ejército convencional y milicias armadas mezcladas en el terreno con la ocupación y todo ello en medio de la población civil (en muchos casos indistinguible de la resistencia armada), especialmente en un área tan densamente poblada con la franja de Gaza.

Son este tipo de razones las que llaman la atención sobre la propuesta de “iniciar las negociaciones” en plena primera fase, con la tregua ya implantada. No. Parece indispensable una fase previa de negociaciones, de negociaciones operativas, para que las partes (las partes, entre ellas, no a través de intermediarios supuestamente neutrales y supuestamente sin intereses en el conflicto) acuerden cómo se va a funcionar durante ese mes y medio de tregua, de intercambio de prisioneros/presos, de incremento sustancial de la asistencia humanitaria y de negociaciones políticas para el día después de la guerra, para esa segunda fase -la realmente importante y más complicada- de alto el fuego permanente con retirada total de las Fuerzas de Defensa de Israel de la Franja y liberación completa de prisioneros israelíes a cambio del número y tipo de presos palestinos que se acuerde. 

Sin olvidar, aunque no figure en el buenista Plan Biden (que no auténtica propuesta “de paz”), las condiciones de vida de los palestinos de Cisjordania, hoy día bastante lamentables, que muy probablemente tendría que incluir algún tipo de reglamentación de los derechos, deberes y restricciones (hoy día demasiado laxas e inconcretas) de los asentamientos judíos en ella y de los colonos que las habitan. De hecho, el propio Consejo de Seguridad ha sentido la necesidad de “completar” la propuesta estadounidense, advirtiendo su rechazo a cualquier tipo de “modificación territorial o demográfica en Gaza”. 

Un brindis al sol para intentar mantener en los medios de comunicación el mayor tiempo posible como parte de la difícil campaña electoral

Y si en Gaza no podría/debería haber “modificaciones territoriales o demográficas”, por qué no se estipula lo mismo para Cisjordania, si también se está exigiendo que ambos territorios, Gaza y Cisjordania, se unifiquen bajo la Autoridad Nacional Palestina, reconocida por las propias Naciones Unidas e incluso por el propio Israel (Acuerdos de Oslo, 1993), como el único representante legítimo de los palestinos. 

En definitiva, tan inconcebible parece que se pueda alcanzar la segunda fase sin un adecuado desarrollo de la primera, como que ésta lo pueda hacer sin esa fase previa de negociaciones operativas, que ni siquiera se plantea.

 Primera fase, que sí, que podría llegar a iniciarse, con negociaciones operativas previas o sin ellas (más bien sin ellas). Pero no duraría (el alto el fuego, la tregua temporal) desde luego seis semanas; bastante menos. Siempre sería un alivio (temporal) que no hay que desdeñar, pero no sería ni la solución del largo contencioso palestino-israelí (que data de los primeros años noventa del siglo pasado, cuando no desde la independencia israelí de 1948 o de la Declaración Balfour de 1917) ni el fin de la actual guerra en Gaza.

¿Qué es entonces el Plan Biden? ¿Una seria y auténtica propuesta de paz que busca la liberación de todos los rehenes (aspiración israelí) y la salida de todas las Fuerzas de Defensa de Israel de la franja de Gaza (aspiración palestina) o un brindis al sol a intentar mantener en los medios de comunicación y en los conciliábulos internacionales el mayor tiempo posible como parte de la difícil campaña electoral que le ha tocado al presidente Biden en suerte frente al inefable Trump?