UTILIZAR EL TIEMPO

Escribir una carta

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Celín Cebrián | @Celn4

Cuando uno está decidido, muy decidido, a escribir una carta de las de verdad con tal que el buzón de la persona a la que va dirigida la misiva se llene de alma y de sangre, ha de pensar que está cocinando un manjar. Una misiva tiene su aquel, como todo códice.

De pronto, uno escribe como un loco; de pronto, uno deja que se enfríen las palabras, esa lava que suele salir de los adentros, tan candente. La receta la tenemos delante pero luego viene lo de darle el punto, el toque personal, que no es otra cosa que ponerle un poco de ternura. Y también, si queda en el frasco, echarle algo del alma. Y laurel. Y no olvidar la posdata, porque una misiva sin posdata es como un cigarro puro sin vitola.

Concluida, toca ir en busca de un buzón de Correos, que cada vez se parecen más a las huchas de mi infancia y que las han diseminado por todas las ciudades, por si la pensión es abultada, cuando toque, y queremos practicar la caridad. En cuanto la carta entra por la ranura, la ilusión se agranda dentro de nosotros como si fuera un algodón de azúcar. Luego toca esperar. La contestación no es inmediata.

Y no olvidar la posdata, porque una misiva sin posdata es como un cigarro puro sin vitola

Cuando se echa a un buzón una carta, que viene a ser todo un torrente de palabras, uno se queda algo vacío porque, en cierta manera, se desprende de lo eterno, ya que lo que se escribe se lee, y ahí queda, como el chorro que sale del manantial y viaja por un sendero de agua formando un riachuelo, y a mitad del camino se pierde yéndose por los adentros de la tierra y después vuelve a emanar más allá, un poco más abajo de los montes, donde se extienden las huertas. Aquello que fluye tiene que seguir su curso, como la propia vida, cuya razón es la continuidad. Escribir una carta es hablar con uno mismo, abriendo cajones, abriendo el pecho, el baúl, las vísceras, mientras te das un paseo por tu particular laberinto y se lo vas resumiendo a la/el destinataria/o de la epístola, incluida la parte ruinosa, porque toda seducción —y una carta lo es— tiene que utilizar el poder del embrujo para, desde las cenizas, desde el fracaso (donde incluyo lo dantesco) llegar al resplandor, incendiando cada línea con las entrañas para que esas líneas chorreen humanidad, como haría un clásico cuando, para iluminarse y que no desaparezcan los aromas, llena de citronela el quinqué o con aceite el candil, porque lo que queda o va a quedar de nosotros es la solemnidad de las cosas. Una carta no se escribe buscando en el diccionario, sino buscando en la niñez, entre el blanco y el negro de nuestra infancia, entre los miedos y la alegría, pisando los sueños y las sombras para desterrar cualquier disparate de esos que a veces trae la vida metido entre las enaguas. En cada fragmento hay una exégesis de nuestra conciencia y en cada uno de nosotros hay una versión de nuestra madre. Y con muchos fragmentos, se hace un mundo. En ese momento, dada la naturalidad, desnudos, se nos entiende.

Una carta no se escribe buscando en el diccionario, sino buscando en la niñez, entre el blanco y el negro de nuestra infancia, entre los miedos y la alegría

Y… eso es escribir una carta. Y no me importa esperar. Cuantas veces no he escrito una carta huyendo de mi propia casa, siempre tan vacía, de los pasillos silenciosos, de las habitaciones con sus telarañas ante mi desidia, invadido de soledad como una barca que se llena de agua y se inunda, y naufraga… Uno se pone a escribir una carta porque todavía sigue buscando algo, no se sabe qué, aunque sea una luz, un castigo, un ente, porque cualquier búsqueda es un renacimiento que nos ayude a llenar todos los huecos, y también a tapar los agujeros del techo, las rayas de los ladrillos, y quitar el polvo del fracaso… Por eso quizás no me importa esperar, insistir, o echarme en los brazos de un enigma, que es como echarse a dormir en un banco de un parque, una terapia dignísima, la gran metáfora sobre uno mismo, pasar de las tinieblas de un mundo a la complejidad de otro... La ley de toda superación, el intento de levantarse, tras la caída… Y, por supuesto, a todo ese proceso, darle la elegancia que se merece… ¿En qué, si no, mejor que en escribir una misiva, voy a utilizar el tiempo? El tiempo es como el fuego y, si no te das prisa a arder en él, sabes con toda certeza que se va a ir extinguiendo.