viernes. 27.09.2024
Cartel promocional de la obra de teatro ‘La colección’, de Juan Mayorga

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  1. La osadía de hablar de arte
  2. La paradoja del éxito: ¿Demasiado crítica profesional?
  3. Sacristán y Marzoa: un duelo interpretativo para la historia
  4. Jóvenes talentos a la sombra de gigantes
  5. El enigma de La colección: ¿Un tesoro oculto o un simple juego de espejos?
  6. El juego del coleccionista: una noche de confesiones y sombras
  7. El laberinto de La colección: un juego de máscaras y verdades

La osadía de hablar de arte

Atreverse a opinar sobre una obra como La colección, de Juan Mayorga, es, como mínimo, una temeridad. Incluso decir esto es arriesgado. Salvo contadas excepciones (como la reciente Tots ocells de Wajdi Mouawad), suelo ir al teatro con la mente en blanco: sin leer la obra, sin consultar críticas y, sobre todo, sin prestar atención a lo que el autor o el director quieran decir. Es más, huyo de cualquier intento de explicación, por muy bienintencionado que sea. Si una obra no se explica por sí misma, algo ha fallado en el proceso creativo.

¿Para qué sirven las palabras si la escena no habla por sí sola? Si una obra necesita ser explicada, por muy buenas que sean las intenciones, se cumple aquello que decía Eugenio D’Ors: “Puesto que no podemos ser profundos, seamos oscuros”. Y es que, a veces, la necesidad de explicar lo que debería ser evidente solo consigue confundir al espectador.

Pero si a pesar de esta advertencia, usted, amable lector, lee esta crítica, no sólo lo hace a riesgo propio, sino, como entenderá al final, pasará a ser otro objeto de La colección.

La crítica especializada la ha definido como una pieza ‘compleja’, ‘exigente’, ‘con una gran carga filosófica’ y ‘no apta para todos los públicos’

La paradoja del éxito: ¿demasiada crítica profesional?

La obra de Juan Mayorga, La colección, ha cosechado un éxito rotundo, llenando teatros de toda España. Sin embargo, la crítica especializada la ha definido como una pieza "compleja", "exigente", "con una gran carga filosófica" y "no apta para todos los públicos". Incluso se han traído a colación nombres como Benjamin,Arendt o Braudillard para subrayar su profundidad intelectual.

Mario Martín Lucas, crítico –amateur, aunque esforzado- de la revista Tras la Máscara, acierta al decir:

Espectáculo complejo que exige de los espectadores, concentración y atención, con una gran carga filosófica [...] Propuesta teatral para paladear sin dejarse llevar por lo obvio.”

José Luis Panero, crítico y miembro de la Academia de las Artes Escénicas de España:

Juan Mayorga revienta La Abadía con ‘La colección’, apasionante e intenso thriller filosófico [...] la pieza plantea más preguntas que respuestas, lo cual eleva el nivel de su escritura teatral y hace más aprovechado el camino, si bien es cierto que no todos los públicos pueden acceder a él. No quiero decir, con ello, que la obra no se entienda, sino que exige al espectador que asista con esta disposición.”

¿Cómo es posible que una obra así, tan intelectual según los expertos, haya cautivado al público general? La respuesta, creo, radica en una paradoja: la excelente interpretación de actores como José Sacristán y Ana Marzoa ha conseguido que el espectador se sumerja en la historia sin sentirse abrumado por su complejidad.

Si hubiera leído todas esas críticas antes de ver la obra, probablemente habría acudido al teatro con una prevención tal que me habría resultado difícil disfrutarla. A veces, saber demasiado puede ser perjudicial. En este caso, la sorpresa y la emoción de descubrir la historia a medida que se desarrolla han sido claves para disfrutarla.

En definitiva, La colección demuestra que una obra puede ser intelectualmente estimulante y, al mismo tiempo, profundamente conmovedora. Y que, a veces, lo mejor es dejarse llevar por la historia y permitir que sean los intérpretes quienes nos sumerjan en su significado. Pero para eso se necesitan grandes actores.

Sacristán y Marzoa: un duelo interpretativo para la historia

Si hay algo que ha quedado claro tras las representaciones de La colección, es que José Sacristán y Ana Marzoa han ofrecido una clase magistral de interpretación. Los adjetivos sobran: soberbios, brillantes, magnéticos, vitales, magistrales... son solo algunos de los calificativos que la crítica ha utilizado para describir sus actuaciones. Y es que, la verdad, es difícil encontrar palabras que hagan justicia a la intensidad y profundidad que transmiten a sus personajes.

Sacristán nos presenta a un Héctor que se desmorona ante nuestros ojos, un hombre frágil que busca refugio en los recuerdos. Sin embargo, cuando habla con Susana (la presunta legataria), su entereza parece volver. Marzoa, por su parte, encarna a una Berna sólida, una mujer que ha construido su vida -su colección- a base de esfuerzo y determinación. Su enfrentamiento con Susana es el clímax de la obra, un duelo de voluntades en el que ambas actrices brillan con luz propia.

La excelente interpretación de actores como José Sacristán y Ana Marzoa ha conseguido que el espectador se sumerja en la historia sin sentirse abrumado por su complejidad

Lo que más impresiona es la sutileza con la que ambos actores transmiten las emociones de sus personajes. Sacristán nos muestra la vulnerabilidad de Héctor sin caer en la exageración, mientras que Marzoa nos revela la fuerza interior de Berna sin perder nunca la elegancia.

En definitiva, si La colección es una obra que quedará en la memoria por mucho tiempo, lo será muy merecidamente por la interpretación de Marzoa y Sacristán.

Jóvenes talentos a la sombra de gigantes

Si bien José Sacristán y Ana Marzoa se han llevado gran parte de los aplausos por sus magistrales interpretaciones en La colección, sería injusto no reconocer el excelente trabajo de Zaira Montes y Nacho Jiménez en los papeles de Susana y Carlos, respectivamente.

Montes nos presenta una Susana compleja y multifacética. Pasamos de ver a una mujer familiar y cariñosa, a una coleccionista ambiciosa y calculadora, y finalmente a una posible legataria que en el examen a que la someten descubre las contradicciones de Berna y Héctor. Su interpretación es tan sutil como profunda, y nos deja con la incógnita de si ella misma se considera –o la debemos considerar- parte de la colección.

Por su parte, Jiménez encarna a un enigmático Carlos, cuya función en la historia nunca queda del todo clara. Es un personaje ambiguo, que podría ser un simple ayudante, un examinador o incluso una pieza más de la colección. Su presencia en escena aporta una dosis de misterio y tensión que enriquece la trama.

Ambos actores han demostrado tener un talento innato y una gran capacidad para compartir escena con veteranos como Sacristán y Marzoa. Les quedan años por delante para emular a sus mayores, pero esto lo digo yo por mi cuenta y riesgo.

El éxito de La colección es, en gran medida, fruto del trabajo en equipo de todo el elenco. Los cuatro actores logran crear una atmósfera de tensión y suspense que mantiene al público atento durante toda la representación. Al final el aplauso del público, muchos en pie, en la función a la que asistí hizo que el elenco saliera cinco veces a saludar. Un merecido tributo a la interpretación de los cuatro actores.

El enigma de La colección: ¿Un tesoro oculto o un simple juego de espejos?

Juan Mayorga nos invita a sumergirnos en un laberinto de preguntas en La colección. La obra, a pesar de las magníficas interpretaciones y la sobria puesta en escena, deja un posgusto agridulce. ¿Por qué? Porque, a pesar de la belleza de sus palabras y la complejidad de sus ideas, el espectador puede sentirse desorientado, buscando respuestas que parecen eludirnos.

¿Qué es, en realidad, la colección? ¿Un conjunto de objetos valiosos? ¿Un archivo de recuerdos? ¿O quizás algo más abstracto, una metáfora de la vida misma? La obra nos ofrece pistas, pero no respuestas definitivas. La antesala donde se guarda la colección, descrita como una "caverna" o un "ring", es un espacio enigmático, un lugar donde se entrecruzan el pasado, el presente y el futuro:

Berna- […] A este lugar Héctor le llama “la caverna” porque dice que en él están las sombras de las cosas. Yo le llamo “el ring” porque es donde nos peleamos.”

El papel de "Guimaraes, 5-8-1" es especialmente intrigante. ¿Es un simple macguffin que sirve para impulsar la trama, o encierra un significado más profundo? Algunos críticos lo ven como un instrumento para que avance La colección, pero otros lo consideran la clave para resolver el misterio.

La colección en sí misma es un objeto de deseo y veneración, pero también de misterio. Nadie la ha visto, y su existencia se envuelve en una aura de leyenda. Las descripciones que se hacen de ella son contradictorias y vagas, como un espejismo que se desvanece a medida que nos acercamos. Susana hace referencia a los mitos que ha escuchado acerca del espacio de la colección,

Susana - En cuanto al lugar, una lo describió como un laberinto, otra como un jardín, otra como un vertedero. Dos coincidían en referirse a un mosaico de elipses que vieron, para no pisarlo, desde una plataforma metálica

Las cajas que contienen las historias de los objetos son otro elemento enigmático. Estas historias tienen el poder de transformar los objetos, de elevarlos o devaluarlos. Pero, ¿qué criterios se utilizan para seleccionar estas historias? ¿Y cuál es su relación con la colección en su conjunto?

Juan Mayorga nos invita a sumergirnos en un laberinto de preguntas. A pesar de la belleza de sus palabras y la complejidad de sus ideas, el espectador puede sentirse desorientado, buscando respuestas que parecen eludirnos

A medida que avanzamos en la obra, nos damos cuenta de que las preguntas se multiplican y las respuestas se esconden tras una cortina de ambigüedad. Mayorga parece invitar al espectador a participar en un juego intelectual, a construir sus propias teorías y a encontrar su propio significado en –y de- la historia.

Sin embargo, esta ambigüedad puede resultar frustrante para algunos espectadores. Es posible que muchos salgan del teatro con la sensación de no haber comprendido del todo la obra, de haber sido dejados a mitad del camino. Y es que, a veces, la belleza de una obra radica precisamente en su capacidad para generar preguntas y reflexiones, incluso si no ofrece respuestas claras y concisas.

En definitiva, La colección es una obra que invita a la reflexión y al debate. Es una obra que nos desafía a pensar más allá de las apariencias y a buscar significados ocultos en las palabras. Y aunque pueda dejarnos con un sentimiento de insatisfacción, es precisamente esa sensación la que nos demuestra la complejidad y la riqueza de esta gran obra del teatro contemporáneo.

El juego del coleccionista: una noche de confesiones y sombras

(Advertencia: a partir de aquí destriparemos parcialmente el nudo argumental)

En el corazón de Madrid, una pareja de coleccionistas teje una intrincada red de secretos y revelaciones que pone a prueba los límites entre el arte, la vida y el legado. Héctor y Berna son los guardianes de una colección enigmática. Sin herederos biológicos, buscan a alguien digno de continuar su legado. Entra en escena Susana, una joven y ambiciosa coleccionista de cartas de amor, que se ve envuelta como aspirante a legataria en un juego de espejos donde nada es lo que parece. En una noche cargada de confesiones, Héctor revelará a Susana su colección secreta y un pasado turbio en el que utilizó a Berna para obtener piezas valiosas. ¿Es esta confesión parte de una prueba mayor?

La trama se complica cuando Berna, en un giro inesperado, desvela que conoce los secretos de su marido, incluida una colección oculta de fotografías de boxeadores caídos. El dramaturgo juega con la percepción del espectador, sembrando dudas sobre la autenticidad de cada revelación. ¿Son estas confidencias reales o simplemente parte de un elaborado examen para Susana? La línea entre la verdad y la ficción se desdibuja, creando un ambiente de suspense que mantiene al público en vilo.

La tensión alcanza su clímax con la lectura de una misteriosa carta de amor. Susana, que dice haberla adquirido para su colección, la lee en voz alta, hasta que es interrumpida por Berna, quien recita de memoria el final. La revelación de que Berna es la autora de la carta, y que está relacionada con la caja de Guimaraes, no provoca el caos esperado, sino un silencio cargado de significado.

Mayorga nos lleva más allá de lo evidente, sugiriendo que lo verdaderamente valioso no son los objetos tangibles, sino algo mucho más etéreo y significativo

Mayorga transforma el escenario en un ring metafórico donde se dirimen cuestiones de herencia y valor. Al mismo tiempo, evoca la alegoría de la caverna de Platón, sugiriendo que quizás todo lo que vemos son solo sombras de una realidad más profunda. El desenlace nos lleva a la tan esperada visita a la colección por parte de Susana y Carlos, el enigmático ayudante de la pareja, de donde emergerán transformados, como si hubieran accedido a una verdad trascendental.

Pero tal vez este no sea el final, sino el comienzo de algo nuevo, algo que podrá, o no, ocurrir tras la bajada del teón.

La colección plantea preguntas fundamentales sobre el valor intrínseco de los objetos y las experiencias. Aquello que tiene precio puede perder su valor, mientras que lo verdaderamente valioso no puede ser comprado, solo legado. Esta reflexión sobre el materialismo y la trascendencia resuena con fuerza en una sociedad obsesionada con la posesión y el estatus.

El laberinto de La colección: un juego de máscaras y verdades

Si al final lo que ven Susana y Carlos no son más que objetos (cosas), el estrépito que provocaría el derrumbe del significado de toda la obra sería ensordecedor. Queremos, necesitamos creer que lo que con tanto esmero guardan Berna y Héctor tras la caverna/ring no son meros objetos (cosas).

Por eso, ¿qué es realmente lo que guardan con tanto celo? Mayorga nos lleva más allá de lo evidente, sugiriendo que lo verdaderamente valioso no son los objetos tangibles, sino algo mucho más etéreo y significativo.

Hay que re-pensar, re-visitar, re-ordenar lo que acabamos de ver. La ausencia de hijos en la vida de Héctor y Berna no es un simple detalle biográfico (“No hemos tenido un hijo para no dejarle una herencia que, probablemente, no merecería”, afirman), sino el motor que impulsa la trama. Sin embargo, Mayorga sugiere que no caigamos en la trampa de lo obvio. La obra no trata sobre la paternidad como fuente de sentido vital, sino que utiliza esta ausencia como un macguffin para explorar cuestiones más profundas sobre el legado y la memoria.

Los dos temen, en un plano, que su colección acabe en manos de alguien que las vea como una mera suma de precios o que incluso cuestione su moralidad. Pero a la vez saben de la inutilidad de su esfuerzo por preservar la colección a través de un heredero:

Héctor- ¿Y si un día un político o un funcionario, cualquier mequetrefe, decidiese, por ejemplo, que una obra es inmoral, o que su autor es inmoral, y la metiese en un sótano? No nos fiamos.”

Berna- […] Nosotros no somos importantes, ni lo será nuestro heredero. Es otro -Héctor le llama “el tiempo”- el que abre esa puerta a unas piezas y retira otras.”

Héctor y Berna, aún conscientes de la futilidad de su esfuerzo frente al implacable paso del tiempo, un tiempo que lo devora todo, se revuelven contra el presente y apelan al futuro. Sus diálogos revelan una lucha contra la insignificancia, un intento de trascender a través de la colección que han reunido. "La colección es una protesta contra este tiempo", declara Héctor, mientras Berna sueña con un futuro lejano donde su legado pueda ser comprendido.:

Héctor- […] Esta época no es para los sabios, sino para los astutos, gente práctica que tiene alguna habilidad con que elevarse un centímetro sobre el rebaño. La colección es una protesta contra este tiempo. Un arca en un diluvio de ruido.”

Berna- […] Si algún día, dentro de un millón de años, un ser capaz de pensar y de sentir encuentra la colección, sabrá qué es la humanidad y qué podría haber sido.”

‘La colección’ no es solo un espectáculo teatral; es una experiencia que desafía al espectador a repensar sus propias prioridades y valores.

Ellos, Berna y Héctor, y al final, después de visitar la colección, Susana y Carlos, y tras caer el telón, los espectadores despues de ver La colección, bien saben que Chronos no da paz ni justicia, no da tregua ni cuartel y siempre acaba por comerse a sus hijos. Pero esto es lo obvio, y estamos ante una “Propuesta teatral para paladear sin dejarse llevar por lo obvio”.

A medida que la trama se desarrolla, nos encontramos ante un thriller romántico que juega con nuestras expectativas. La intriga superficial se resuelve, pero es en el subtexto donde Mayorga esconde sus reflexiones más agudas. La verdadera colección, nos sugiere, no es la que se guarda tras puertas cerradas, sino la que se construye con los recuerdos y experiencias compartidas:

Héctor- […] Nosotros no somos importantes. Solo las imágenes importan. […] Fuera de la colección solo hay fantasmas. Por eso es imposible, una vez se ha entrado en la colección, salir de ella. Porque todo lo que luego encuentras fuera, te parece insignificante.

Pero Mayorga nos lleva más allá de estas reflexiones aparentemente pesimistas. A través de la relación entre Héctor y Berna, nos muestra que el verdadero sentido de la vida no viene dado, sino que debe ser creado. Los recuerdos compartidos, las experiencias vividas juntos, son la auténtica colección que da significado a la existencia.

La obra nos invita a reconsiderar qué es lo verdaderamente valioso en nuestras vidas. ¿Son los objetos materiales los que nos definen, o son las memorias y relaciones que construimos? Mayorga sugiere que una vez que entramos en la "colección" de nuestras experiencias vitales, todo lo demás nos parecerá insignificante.

La colección no es solo un espectáculo teatral; es una experiencia que desafía al espectador a repensar sus propias prioridades y valores.

Pues tenían razón los críticos. La obra de Mayorga es un implacable tour de force que exige la total atención del espectador. Cada diálogo, cada gesto, puede contener la clave para desentrañar el misterio central. En última instancia, La colección es una meditación sobre la herencia, no solo material sino también emocional y espiritual. Nos invita a reflexionar sobre qué es lo que realmente queremos dejar atrás y cómo nuestras acciones y elecciones definen nuestro legado. La colección no es solo un espectáculo teatral; es una experiencia intelectual y emocional que continuará resonando mucho después de que se apaguen las luces del escenario.

La colección