HISTORIA

Plantíos de árboles y resistencias en la época ilustrada

La Real Sociedad Económica Matritense de Amigos del País es una institución filantrópica de la Ilustración creada por el rey de España Carlos III en 1775 en Madrid. Puerta de acceso al edificio.
En la localidad toledana de Yepes, en los últimos años del reinado de Carlos III, se destacaron dos personajes locales por su interés en el arbolado y por las dificultades que tuvieron que vencer.

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@Montagut |

Uno de los aspectos que pueden ayudarnos a comprender las dificultades contra las que tuvieron que luchar los ilustrados para fomentar el plantío de árboles en el siglo XVIII, estaría en la oposición que encontraron en algunos de los sectores del campo español. En este sentido, ya Sarrailh nos relató en su clásica obra sobre este período la cuestión de las rutinas, ignorancias y supersticiones contra las que se toparon los interesados en plantear cambios. Con la perspectiva del tiempo, podemos contemplar a aquella minoría de hombres y, también de mujeres, como un conjunto de individuos con fuertes impedimentos que hicieron fracasar sus intentos de modernizar el país, sin olvidar, claro está, sus propias contradicciones, pero, quizás, éstas se han exagerado en demasía y no valoramos en la historiografía española la importancia de la fuerza de los enemigos de la Razón. Si por un lado terminaron por colisionar con los intereses de los estamentos privilegiados, no cabe duda de que por otro lado, la nula formación de la mayor parte de la población y, sobre todo, del campesinado, no fue un obstáculo baladí. Este modesto trabajo trata precisamente de esta última cuestión, a través de las iniciativas de dos vecinos inquietos en el Yepes de finales del reinado de Carlos III, en sus intentos de fomentar el plantío de árboles.

Los principios ilustrados de conocer, saber y aplicar los conocimientos no fueron privativos de las élites cultas cortesanas

En la España ilustrada no faltaron personajes de segunda fila, dentro de la minoría ilustrada, no conocidos en los círculos cortesanos, ni residentes en las principales ciudades, pero que se interesaron vivamente por el progreso económico y cultural de sus lugares y, que precisamente por no pertenecer a esos círculos selectos no los conocemos. Muchos de ellos eran miembros de las Sociedades Económicas de Amigos del País, mientras que otros solamente eran simples suscriptores de obras y publicaciones periódicas por las que intentaban conocer los avances del mundo, o simplemente inquietos y no conformistas con la rutina secular de sus pueblos. Este trabajo tiene que ver, lógicamente, con alguno de esos protagonistas y las cuitas que tuvieron que padecer en sus anhelos de progreso, además de comprobar que los principios ilustrados de conocer, saber y aplicar los conocimientos no fueron privativos de las élites cultas cortesanas.

El plantío de Antonio de Águila y Rojas

En la localidad toledana de Yepes, en los últimos años del reinado de Carlos III, se destacaron dos personajes locales por su interés en el arbolado y por las dificultades que tuvieron que vencer: Manuel Antonio Naranjo y Francisco Antonio de Águila y Rojas.

El segundo de nuestros personajes, Águila y Rojas, estaba preocupado por la situación de muchos terrenos sin árboles del término de Yepes, que solamente se usaban para pasto y tampoco con mucho rendimiento. No sabemos el porcentaje de estos yermos, pero Águila hablaba de un excesivo número de fanegas de tierra sin beneficio; a lo sumo algo de esparto. En el memorial que dirigió al Ayuntamiento, el 2 de junio de 1786, se refería al pasado fértil de las lomas de Yepes, llenas de frutales y a la necesidad presente de tener que comprar madera para los aperos de labranza fuera de la localidad, sin olvidar la escasez de leña para la calefacción de las casas porque no era suficiente la producida por las viñas y los olivos.

Águila pedía, como luego lo haría Naranjo, un terreno en un cerro pelado para poder experimentar con una plantación. Lo consiguió, pero no sin ciertos recelos por una razón a la que muchos personajes con luces del momento tuvieron que hacer frente; nos referimos a que algunos consideraban que estos experimentos no se habían hecho anteriormente. Estaríamos ante el consabido argumento de la autoridad de la costumbre y la tradición frente a las innovaciones que pretendían buscar soluciones a un panorama que se presentaba desolador al contar con un término totalmente deforestado, en un Yepes que en el siglo XVIII estaba lejos de su prosperidad anterior.

La prueba comenzó el día 23 de febrero de 1787 y a finales de marzo pudo comprobar que las plantas estaban brotando

Águila había comprobado que el terreno cedido podía ser apropiado para plantar un monte de almendros en su parte alta, mientras que en la baja parecía mejor poner álamos negros y chopos de Lombardía. Acudió al rey y se le franquearon cuatrocientas plantas. Este vecino debió ser un hombre cauto porque, como se trataba de una prueba, se decidió por una plantación modesta de unos cien pies de álamos y chopos quedando libre un terreno apropiado de otros doscientos pies para, una vez, comprobados los resultados del primer experimento, decidir si merecía la pena ocupar todo el terreno. La prueba comenzó el día 23 de febrero de 1787 y a finales de marzo pudo comprobar que las plantas estaban brotando.

El problema que presentaba el terreno era la falta de riego, pero ante esta dificultad nuestro protagonista, hombre de recursos, construyó una esclusa con compuerta para subir el agua de un arroyo y llevarla a través de una acequia. Para regar los árboles a los que este sistema no podía dar agua se haría a mano. Al parecer, los dos métodos estaban dando buen resultado.

El 25 de febrero comenzó el plantío de almendros, concluyendo esta tarea el día 6 de marzo.

Para proteger el plantío, nuestro protagonista levantó dos vallados: uno de tierra guarnecido de piedras y otro de piedras con un foso por delante.

Los almendros alcanzaron una altura media de unos diecisiete dedos, hacia el mes de mayo y que permitía a Águila ser optimista sobre el resultado de su experimento y podría darse el desengañar a los incrédulos.

El problemático plantío de Manuel Naranjo

Por su parte, el hacendado Manuel Antonio Naranjo, en diciembre de 1786, se dirigió al Ayuntamiento haciendo presente, también, la decadencia del arbolado, fundamentalmente de álamos y arbustos y proponiéndose, como su convecino, para intentar remediarlo con plantíos y viveros. Él pensaba que se podían tener más árboles sin perjuicio de los pastos. Para desarrollar estos objetivos necesitaba tierra. Por ello, pedía que se le concediese un terreno en la zona conocida con el topónimo de Cierzos, cuyos pastos arrendaba el abastecedor de carnes. El Ayuntamiento discutió el asunto y en la junta celebrada el 28 de febrero de 1787 y, oyendo al procurador síndico, se acordó que se le concediese provisionalmente un terreno baldío. Este terreno estaba hasta dos terceras partes formado por cerros y el restante era llano. Pero el Concejo tenía dudas legales sobre esta concesión e instó a Naranjo para que se dirigiese al Consejo de Castilla.

Otras experiencias e ideas surgidas en Yepes

Águila y Rojas aparece como un verdadero innovador y con ideas sobre los árboles. El fomento de los olivos era una de sus preocupaciones, aleccionado con la lectura de los Viajes de España de Antonio Ponz y su defensa de la plantación de los olivos para ver correr ríos de aceite. Pues bien, nuestro protagonista se propuso cercar parte de sus viñas con olivos. Llegó a plantar en dos años unos trescientos cincuenta y ocho pies de olivo. Como los ganados podían dañar los pies los defendió con cercos de arbustos. Pero la malicia siempre aparecía y pudo comprobar cómo se habían producido destrozos por haberse robado las defensas. Pero no se amilanó y se convirtió en un defensor de los cercados, cuestión candente en la Ilustración española.

En el memorial que dirigió a la Real Sociedad Económica Matritense relatando todas sus empresas e ideas, va a hacer un alegato a favor de los cerramientos. Va a pedir que las autoridades obligaran a todos los labradores a cercar sus olivares y viñedos y así conseguir el renacimiento olivarero de Yepes: de los veinticuatro molinos de aceite del pasado sólo quedaban ocho y no funcionaban todos los años, eso sin entrar en las prácticas de cultivo en su pueblo que, al entender de Águila, era muy errónea. En este sentido conviene recordar que Carlos III dio una disposición sobre cerramientos.

Nuestro hacendado conocía la bibliografía agronómica del momento y la empleaba para apoyar su defensa de los cercados. Al respecto, va a citar la obra de Valcárcel, en concreto el tomo segundo donde demostraría el aumento de rendimiento de una heredad que estuviera cercada, y planteaba los distintos métodos para realizar el cercamiento. Una vez leída esta obra Águila, un modesto personaje pero que encarga las virtudes de la Ilustración –razón y experiencia- quiso comprobar estas enseñanzas en la práctica. Para ello, no sólo había cercado sus viñas con olivos, sino que en otras heredades empleó el arbusto Pita, muy utilizado en cultivos de las Nuevas Poblaciones de la Sierra Morena. Allí se proveyó de la misma con una instrucción para poder plantarla con provecho. No tuvo esta vez mucho éxito, ya que la plantó en invierno y los fríos impidieron que sobrevivieran la mayoría: de quinientas cincuenta y ocho plantas sólo le sobrevivieron ciento noventa y dos en dos cercados. Pero Águila era un optimista y esperaba de las supervivientes proporcionarían nuevas plantas y él había aprendido la lección porque iba a hacer un nuevo plantío en una estación más cálida, como podía ser al principio de la primavera; en marzo. En la instrucción que trajo del sur no explicaba estas cuestiones, así que la experiencia le había enseñado que debía cambiar.

El reconocimiento a una labor

Aunque pueda parecer muy modesta la recompensa a las ideas, proyectos y realizaciones de estos dos personajes, la Matritense los felicitó y les otorgó sendas medallas de plata como reconocimiento. El anonimato histórico y el escaso interés historiográfico en descender a estas aparentes menudencias no parece muy adecuado. Estos personajes leían, se informaban y experimentaban. Seguramente cometieron muchos errores, pero la experiencia nos ha demostrado que sólo cometen fallos los que toman decisiones y los que actúan, no los que se confían a la indolencia o a aquellas prácticas consuetudinarias que habían demostrado secularmente que no eran apropiadas.

Bibliografía y Fuentes:

DOMÍNGUEZ ORTIZ, A., Sociedad y Estado en el siglo XVIII español, Barcelona, 1986. SARRAILH, J., La España ilustrada de la segunda mitad del siglo XVIII, Madrid, 1992, los capítulos segundo y tercero de la primera parte, “El peso de la rutina” y “La ignorancia y las supersticiones”. Archivo de la Real Sociedad Económica Matritense de Amigos del País.