Nadar a contracorriente en un paraíso: El Cabriel

El río Cabriel

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Celín Cebrián | @Celn4

El futuro debe escribirlo la razón, que no cesará de buscar victorias, aunque sean simbólicas.

El río comienza a tararear su melodía en el Vallecillo, en un magnífico paraje llamado Los Ojos del Cabriel. Luego se baila un pasodoble en Las Chorreras, allá por Enguídanos y, más adelante, pasa de puntillas por debajo de unos estratos que forman unos afilados cuchillos. Al compás de los días, cuando va enfilando la zona de Las Hoces, ahí nos ofrece todo un concierto, moderato cantabile, hasta que, rendido, en tierras valencianas, se queda desplegado como una alfombra mágica sobre la que desfilan multitud de animalillos y de ilusiones.

El río que nos acompaña, que nos lleva, o el río de la vida, a cuyas aguas bravas intentan domar unas cuantas empresas de multiaventura, entre el rafting y el dinero, los intereses y la locura, sin mirar más allá, ni el daño medioambiental que hacen, o si mañana, el río que nos acompaña desde nuestra infancia y que lleva nuestras esperanzas camino del mar, deja de ser uno de los ríos más limpios de Europa y Reserva de la Biosfera.

Al dinero le da igual el río o el sonido maravilloso de sus aguas, la fauna que habita entre las orillas o los árboles que vigilan desde lo alto ese magnífico peregrinar hasta que atisba la localidad de Cofrentes, donde hace yunta con el Júcar y, como dos amigos inseparables, caminan de la mano hasta zambullirse en ese grandioso y espléndido Mediterráneo, que cantó Serrat.

Quiero seguir asombrándome al ver cómo un río navega en mis ojos y recorrer los pueblos y las aldeas que se recuestan en su ribera

Quiero seguir asombrándome al ver cómo un río navega en mis ojos y recorrer los pueblos y las aldeas que se recuestan en su ribera, bebiendo de sus aguas como si fuese sangre que emana de su corazón. Quiero recorrer sus caminos como lo hicieron los pastores, antes de ser agricultores, y escuchar, a lo lejos, el silbido del cuchillero y el afilador, el hombre primitivo que supo qué hacer con el metal. Quiero seguir viendo discurrir el río y el tiempo, porque este río, como tantos otros, en la noche, dibuja almas que se llenan enseguida de sentimientos. Un río es un patrimonio emocional y también un remanso espiritual, donde el corazón descansa de manera definitiva, como le gustaba decir a Lorca.

Hay momentos en los que debe hablar la tierra, que siempre se expresa con elocuencia. Como dijo Emily Dickison “ignoramos nuestra verdadera altura hasta que nos ponemos de pie”. Pensemos que un deseo es la semilla del mañana y un soñador nunca se rinde.

El sonido del agua que fluye está lleno de paz. Y esto es así porque el agua también piensa. Y un río de verdad, está lleno de sueños, mientras no sea invadido por los “dinosaurios de la aventura” en una sociedad que no sabe qué hacer con el tiempo.