viernes. 27.09.2024
Rafael Soler
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Poesía | RAFAEL ESCOBAR                                      

Memoria y no. Título no solo contundente sino inquietante. Porque desliza una sombra de sospecha sobre el valor terapéutico del recuerdo y la visión del tiempo ido que reconstruye ante nosotros. Es difícil no poner en duda ese consuelo de la memoria cuando el propio hecho de vivir nos suscita escepticismo. Cuando se percibe, como en el poema con que arranca el libro (“Toda una vida te lleva ser mortal”), como una caída, un lanzamiento a la intemperie desde un ámbito quizá más amable (da igual que sea el útero o la nada) a otro en que experimenta un largo aprendizaje de dolor hasta diluirse en aquello de lo que fue siempre metáfora el mar.

Abunda en el libro una sensación de estupor, de incredulidad que produce el hecho de existir y más aún en qué nos hemos convertido cada uno de nosotros. Así como, más dolorosamente, el de la ausencia de afectos fundamentales cuya intensidad al amarlos nos creó una ficción de perdurabilidad que se hizo añicos (“Reina de las mariposas”, “Primera puerta al frío” o el emocionado recuerdo de la madre en “La otra parte de mi nombre”). Los que marcharon se aparecen desde algún otro frente espiritual cuyo carácter indefinido no les impide bendecirnos (“Pocos tienen un hermano con alas”). Pese a la triste sospecha de lo imposible que es la comunicación, a la vez para comprender y ser comprendido, los ausentes rodean al poeta como una suerte de coro de ánimas. A los que se atiende más por voluntad de consolar, como si fueran los muertos de un relato de Rulfo, algún dolor que aún les pueda herir que por deseo de que alivien el propio (“Azorados en decir su nombre”).

Es difícil no poner en duda ese consuelo de la memoria cuando el propio hecho de vivir nos suscita escepticismo

Dicha memoria que afronta el libro se nos entrega a menudo como trazos dispersos (objetos, impresiones sensoriales, sentimientos), como un rosario de cuentas deshechas cuya coherencia íntima se desconoce y se intenta identificar obligándonos a un ejercicio de sugestión (ese “puedo hacerlo”) a menudo inútil. En dicha rememoración alcanza un papel relevante lo sensorial, como su faceta quizá con más posibilidades de arraigar en el recuerdo y persistir (… y una alfombra de moras/extiende ante nosotros/aquel olor primero/que perdura/la tapia/el grillo y sus gemelos/cada tos del buen cañaveral en “Permitidme empezar por el final”).

Esa mirada atrás hace preguntarse si reconocer con honestidad el fracaso se premia no con la felicidad pero sí al menos con su pequeño sucedáneo que es la serenidad (“Una cuna tan parecida a un barco”). Y la proximidad de la muerte, además de a una suerte de sarcasmo desesperanzado (“Dejaré de madrugar bien lo sé”), predispone a una conciliación urgente con uno mismo y los demás. A asistir a cómo la comunicación se convierte en soledad meditabunda (“Empieza el tiempo de descuento”) y se ven como clausurados hasta los ciclos vitales que más se prestaban a ser mitificados (…ahora que cierran/del futuro las esclusas,/y comprendo que la infancia/como el pan/también claudica al final de “¿Merezco un poco de esperanza”?). A veces, es como si existiera un desdoblamiento entre el yo y el que acoge a su versión anciana como si el poeta intentara convencerse de que aún puede sentir ternura por sí mismo (“A recogerme llega, y mal venido”). Una descomposición de la palabra, sincronizada con el desplome general del cuerpo y la mente, da lugar a escenas que escalofrían, como la del anciano siendo enseñado a pronunciar una de ellas en “Que nadie cargue mi pasado en un camión”. La vejez se convierte en una atalaya, una distancia desde la que se percibe la inutilidad de todo y se mira, entre la condescendencia y la tristeza, la lucha de los que aún se sienten lejos de su dominio por el placer (“Tengo una ojiva nuclear en la nevera”).

Esa mirada atrás hace preguntarse si reconocer con honestidad el fracaso se premia no con la felicidad pero sí al menos con su pequeño sucedáneo que es la serenidad

Para concluir con los líneas temáticas principales del libro, parece necesario aludir a que no existe algo que podamos definir como “crítica social”, y menos en el sentido estrictamente realista del término que no encajaría con la estética formal de estos poemas, pero sí un sarcasmo de poso amargo (“Este anuncio en vano para el tablón de anuncios” es un texto divertido… pero también salvajemente triste) ante un mundo que da la espalda a lo inexcusable de la vejez por carencias tan relativas a los valores humanos como a la madurez que requiere asumir el peso/paso del tiempo.

Finalmente, creo que estamos ante uno de los libros más estilísticamente complejos de toda la trayectoria de Soler. Y por tanto sus técnicas constructivas, tan diversas como complejas, requieren un comentario. Por ejemplo, el poso “cortaziano” en la ironía aplicada a poemas planteados como una tipología expositiva de tipo instruccional (“Para un retrato del que vive enfrente”). O una permanente huida del tono confesional que podría ser previsible en una obra de tanto contenido elegíaco y su sustitución por perspectivas de enunciación que permitan una toma de distancia. Y también la ironía sobre las singularidades de su dicción, su huida de la expresión tópica o estandarizada que es un rasgo de identidad que podría cohesionar formalmente casi la práctica totalidad de sus libros (ese “lenguaje sencillo/de un mal Neruda” con que se califica en “Del cabecero al baño”).

Creo que estamos ante uno de los libros más estilísticamente complejos de toda la trayectoria de Soler

Frente al monólogo subjetivo más obvio, técnicas de descripción objetiva en que se van filtrando detalles de intimidad o biografía que sin embargo rompen esa impresión de distancia. No se pueden sino destacar sus imágenes, tan originales y con tanto poder sugestivo. Como el tren “llegando con la solemnidad de una ballena herida” o él mismo en dicho paisaje como “un cazador que a la espera enderezo el dorsal”, ambas en “Estación Término”. O el “lazareto” que puede representar a la vez la decrepitud y la muerte ya consumada. O las teñidas de un poso irracional que desprende expresividad trágica (las serpientes en “Una tras otra bajando por la espalda”). Debido a la mencionada irracionalidad, hay una proximidad a tonos cercanos a la escritura automática, al “collage” de impresiones yuxtapuestas que rompen la linealidad lógica del poema (perceptible en textos como “Aconteciéndome pues en otras bocas”). Se impone una sensación de inquietud angustiosa en las voces en cursiva que abundan en la tercera sección del poemario. Por no saber si salen de la boca de vivos que rodean el tránsito a la muerte aunque sea con una intención piadosa o protectora (¿ o no?, ¿o acaso es solo un funcionariado gris, “sabelotodos a su jornal atado” que está completamente alienado y ya no distingue a los seres humanos de las piezas de una fábrica de montaje?) o ya directamente de espectros. En una faceta más “reflexiva” o metalitaria, resultar fascinante la caracterización del poema como “impostor”, el que “hablará de ti sin conocerte”, un carroñero que se alimenta de lo más íntimo de nosotros para engullirnos justo en el instante en que ya nos ha hecho desaparecer como realidad física.

En conclusión, y regresando al “debate” inicial que nos plantea el título del libro… memoria (es una opinión subjetiva) sí. Hay un consuelo implícito en el recuerdo que se afronta con exigencia a la hora de enunciarlo y con lucidez en la voluntad firme de no rehuir sus aspectos que puedan situarnos enfrente del desgarro y hasta la culpa. Y eso es lo que consigue este excelente libro. Hasta cuando duele en un planto “metafísico” (la probable inanidad de la vida) y social (la configuración, en grado de responsabilidad compartida, de un mundo que arrincona y desprecia la vejez porque antes no tuvo coraje para crecer) consigue, aunque sea desde la cualidad abrasiva de un tratamiento de quimoterapia para el espíritu, sanar.

Memoria y no. RAFAEL SOLER. Colección Rayo Azul. Huerga y Fierro editores. Madrid, 2024. COMPRA ONLINE


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RAFAEL ESCOBAR es escritor y crítico literario

 

‘Memoria y no’, de Rafael Soler