HISTORIA PARA HOY

Fiscalidad y desigualdad: un ejercicio histórico

El Tercer Estado cargando al Primer y al Segundo Estado. (Wikipedia).
Los privilegiados de la vida siguen sin querer pagar, en vísperas de 1789, y ahora en la era digital.

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@Montagut5 |

Las Monarquías absolutas en el Antiguo Régimen ejercieron una intensa presión fiscal en sus Estados para poder sufragar sus constantes y perentorios gastos provocados por las guerras en la lucha por la hegemonía. Los casos hispano y francés son paradigmáticos. Esa presión fiscal se ejercía sobre la población del Tercer Estado, ya que los estamentos privilegiados no pagaban impuestos (en realidad, sí participaban del gasto en cierta medida, pero no, por supuesto, como la burguesía, el campesinado de toda condición y los artesanos). Cuando la presión del gasto fue tal, y no había más arbitrios de los que echar mano (empréstitos, ventas de cargos, privilegios y tierras de realengo, etc.) los gobiernos pidieron el concurso de la nobleza y el clero. Así ocurrió en los años setenta y ochenta del siglo XVIII en Francia, provocando la revuelta de los privilegiados, el precipitante de la Revolución francesa que se llevó por delante el Antiguo Régimen.

Este preámbulo histórico nos sirve para, de nuevo, hacer ejercicios históricos con vocación de presente, aunque siempre con cuidado, ya que hablamos de épocas distintas.

En principio, en nuestros Estados occidentales existe la igualdad ante la ley y la obligación de todos de contribuir al esfuerzo y gasto común, una conquista derivada, precisamente de la Revolución francesa. Es más, después de mucho esfuerzo se alcanza en nuestro universo la progresividad fiscal para intentar conseguir la igualdad social, como trasvase de riqueza en favor de todos a través del Estado del Bienestar.

Los periódicos asaltos neoliberales desde la crisis de los años setenta cuestionan el Estado del Bienestar

Pero los periódicos asaltos neoliberales desde la crisis de los años setenta cuestionan este modelo, cimentado a partir de la posguerra mundial, planteando que los Estados gastan mucho, como los absolutistas, y eso se contempla como inadmisible para determinados sectores sociales, políticos y de opinión en Occidente, en una palabra, para la mayoría de las derechas, y las grandes empresas transnacionales.

En realidad, entre otras cosas, el neoliberalismo vendría a ser una renovada y sofisticada revuelta de los privilegiados frente a las Administraciones, especialmente socialdemócratas, que plantean un mayor esfuerzo fiscal progresivo. Si los gobiernos absolutistas querían más dinero ante sus bancarrotas por sus guerras y el sostenimiento de sus cortes, los gobiernos socialdemócratas intentan conseguir más financiación para evitar que aumente la desigualdad.

Los fines son distintos, pero los contrarios al gasto tienen ciertos parecidos históricos. Si en los siglos XVII y XVIII aludían a su privilegio fiscal, a su origen como estamentos privilegiados, en los siglos XX y XXI aducen que el gasto asfixia a la economía y que, por lo tanto, no genera empleo.

Es evidente que los argumentos han cambiado, pero, en conclusión, es lo mismo, el no querer aportar. Con circunstancias y ropajes distintos, insistimos, al final se reduce a eso, y eso, sí, ahora en detrimento de la igualdad. Si aquellos ministros de Luis XVI, como Turgot, levantasen la cabeza no entenderían muchas cosas, pero algo sí, esto es, que los privilegiados de la vida siguen sin querer pagar, en vísperas de 1789, y ahora en la era digital.