jueves. 18.07.2024

Úrsula San Frutos | @_suula_

Li Ruijun presenta en El regreso de las golondrinas un drama rural que explora la fragilidad de las relaciones humanas en la adversidad. A través de Ma (Wu Renlin) y Guiying (Christina Hai), los protagonistas, la soledad, la comprensión y la complicidad fluctúan al ritmo de la tierra y el campo.

Ma es el único miembro de su familia que no se ha casado. Giuying, por otro lado, es discapacitada e infértil. La edad adecuada para contraer matrimonio pasó hace años. Sus respectivos entornos les fuerzan a casarse. Ambos están acostumbrados a estar solos, a no tener a nadie con quien compartir su día a día, y de repente se ven forzados a ocupar la misma cama y vida. Lejos de convertirse en un incordio para el otro, Ma y Giuying pronto aprenden a convivir en armonía. Se desarrolla entre ellos una especie de amistad, parca en palabras, que se basa en la compañía y el respeto.

Un drama rural que explora la fragilidad de las relaciones humanas en la adversidad

Como el trigo, la vida de Giuying y Ma es constante, equilibrada. Esfuerzo y largas jornadas de trabajo dan como recompensa un pequeño sueldo con el que construir una pequeña casa en el campo que poco a poco se vacía de gente.

El regreso de las golondrinas es de esas obras con diálogos escasos. Un personaje pregunta a otro y, en vez de responder, el plano se queda fijo en algo tan poco significativo como un par de palillos sobre un cuenco vacío. Es recurrente, este recurso de dejarse las preguntas sin respuesta (literalmente) en favor de imágenes que se alargan sin sentido. En dos horas y cuarto de película se intercambian menos palabras que en una biblioteca. Para reflejar la calma y la soledad del campo no está mal, pero hacer todo un largometraje valiéndose de ello es muy arriesgado.

Los protagonistas, la soledad, la comprensión y la complicidad fluctúan al ritmo de la tierra y el campo

Sí es cierto que hay planos bellísimos, no porque sean estéticamente “bonitos”, sino porque cumplen muy bien con su función y transmiten exactamente el mensaje para el que se concibieron. Es el caso del camino del burro, cargando del carro, por medio de la ciudad, o de esos cultivos infinitos de trigo a medio segar. La pesadumbre, la miseria, el sacrificio, son perfectamente legibles en la imagen. El burro, por cierto, es uno de los grandes símbolos de la obra. Con su cascabel al cuello, su propio leit motiv, encarna el trabajo duro y la permanencia. Es lo único de lo que Ma es realmente dueño, presente de inicio a fin casi como un coprotagonista.

El final de El regreso de las golondrinas es muy amargo. Tanto el desenlace en sí de la película como el destino de Ma y Giuying. Al fin y al cabo, Ma termina como empezó: solo. Estos the end así, realistas, siempre dejan al espectador con mal sabor de boca. ¿De verdad no va a ser feliz al final? ¿Para que la he visto entonces? Este tipo de final suele ser el mejor.

El regreso de las golondrinas es una buena historia mal ejecutada. Uno sale de la sala con la sensación de que la mitad de la película no era realmente necesaria, tan solo imágenes vacías para rellenar. 

El regreso de las golondrinas, un agricultor que no sabe ir al grano