De Cine X a Sala Equis
La historia del cine erótico Alba, que no murió nunca y que se ha transformado en espacio emblemático de la vida cultural madrileña. Un reportaje de Inés Villodre y José An. Montero.
Inés Villodre | Antes de que el telón de la dictadura cayera, el único protegido del pecado erótico y de los besos en el cine era el censor. Roces y pieles que una vez vistos con más o menos lujuría se eliminaban del film, se empalmaba la película y se dejaba ver al resto de mortales. Muerto Franco, las tetas se convirtieron en símbolo de democracia y libertad. El destape traído por el turismo y por el aperturismo llegó a las playas con las suecas, después a las revistas y acabó llenando las pantallas de un género que derrochaba en dosis iguales libertad y cutrez. Eso debía ser el libertinaje por el que rasgaban las sotanas camino de Perpiñán.
España se llenó de cines que cultivaban el erotismo como insignia de una nueva manera de entender el sexo, la pareja y también a la mujer. El Alba de Lavapiés, fue uno de esos templos del descubrimiento anatómico desde que su apertura en 1979 con el destape y evolucionando hasta convertirse en el último cine equis que cerró en Madrid en 2015. Tras su cierre, finalizaron treinta y seis años de historia del cine más aperturista primero y más underground. Una historia unida a la memoria de Luisa Martínez, taquillera, y del operador Rafael Sánchez, este autor de más de mil carteles alternativos realizados a mano para anunciar cine porno en las calles de Madrid. Una colección maravillosa reunida en el libro “Cartelex” que se recorre también en el documental “Paradiso”, dirigido en 2013 por Omar A. Razzak, contándonos la historia de un cine ya herido de muerte.
Cual camaleón que lucha por su supervivencia, el Cine Alba fue adaptándose a los tiempos conforme fueron viniendo, siempre manteniendo cierta integridad como lugar público e histórico
Cual camaleón que lucha por su supervivencia, el Cine Alba fue adaptándose a los tiempos conforme fueron viniendo, siempre manteniendo cierta integridad como lugar público e histórico. En 1913 se convirtió en sede de la redacción de El Imparcial, fundado por Eduardo Gasset y Artime, abuelo del filósofo. En este mismo lugar se creó “Los lunes de El Imparcial”, probablemente el suplemento cultural más importante jamás editado en castellano en el que escribieron plumas como Pío Baroja, Miguel de Unamuno o Azorín.
Lorenzo y Luis Gil durante la entrevista. Foto de Diana Ruiz)
Tras su cierre en 2015 parte de aquella gran mole ha sido reconvertido en un espacio cultural y gastronómico con el nombre de “El Imparcial”, en homenaje a aquella redacción. Desde esa punta de lanza se luchó por mantener en pie el cine que amenazaba con caerse a plomo manteniendo su esencia como espacio cultural. “Cinco chicos y chicas, todos muy locos, todos muy distintos entre sí, pero con mucha valentía para decidir invertir dinero, energía y mucho tiempo muy este edificio y convertirlo en lo que siempre fue, un cine”, nos cuenta Luis Gil, que junto con su hermano formó el estudio Plantea, encargado de la rehabilitación del edificio. Un trabajo que les valió el Premio del Colegio de Arquitectos de Madrid (COAM) en 2018.
El cine Alba siempre formó parte de la identidad del barrio. Era importante que los vecinos los siguieran sintiendo como un espacio propio que recordará aquel lugar al que se miraba de reojo al pasar y al que cuando se pasaba, lo más importante no era el título de la película. El cine Alba debía seguir siendo un cine y no un hipermercado o una tienda de ropa. El objetivo era mantener la esencia de lo que siempre fue. Un concepto de ética que superó siempre lo puramente estético y sobre el que giró la intervención del Estudio Plantea.
“Sala Equis” se convirtió de su mano en una gran plaza pública, en un espacio multiusos con el cine en el centro de todo, desde una gran pantalla ubicada en el centro del edificio en el que se proyectan películas mudas que sirven de telón de fondo a los conciertos en directo. Paredes en las que han vuelto a la luz los materiales primigenios y el descubrimiento de las antiguas fuentes, adornadas por guirnaldas con plantas. También una cafetería con grandes cortinas de terciopelo rojo, a medio camino entre un decorado de Twin Peaks y un antiguo club de lujo. Paredes decoradas por algunos restos de carteles del destape que parecen resistir al tiempo y al amor traicionado por un cine cada vez más alejado de lo humano.