CINEASTAS

'Armonías de Werckmeister', de Béla Tarr

El poema visual de un rey que afina los planos para que bailemos bajo las estrellas.

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Celín Cebrián | @Celn4

Béla Tarr nació en Pécs, Hungría en 1955. Es uno de los mayores cineastas contemporáneos, pero poco conocido en España, donde sólo se ha estrenado El caballo de Turín (2011), una obra que culmina su proyecto cinematográfico, junto a otras siete películas y algunos cortos. Como dice Jacques Ranciére en su libro El tiempo después, “si nuestra vida es el tiempo de espera, si vivimos a la espera de recuperar el paraíso perdido con esa revolución permanentemente postergada, el cine de Béla Tarr lo que viene a preguntarnos es: ꟷ“¿Qué hicimos mientras esperábamos?”. Es en ese “mientras tanto” donde se halla la posibilidad de consumar nuestros sueños.

Estamos ante una mirada espeluznante sobre el ser humano

Estamos ante uno de esos directores capaces de pintar el tiempo mientras abre una ventana imaginaria por donde entra la esperanza. En Armonías de Werckmeister estamos ante una obra maestra. No es un cine para cualquiera. Eso ya lo sabemos. Pero, como dice Emilio Arias, si te gusta el cine y esto no te gusta nada, es que no te gusta el cine.

En este caso en concreto, la obra está dirigida por Béla Tarr y Agnes Hranitzky, su mujer, que es la guionista de sus películas, una obra basada en la novela de Lászlo Krasznahorhai que viene a ser una reflexión sobre la demagogia popular y la manipulación mental. La película recibió en 2001 el Premio de la Asociación de Críticos de Chicago y fue Nominada a la Mejor Película Extranjera. Estamos ante una mirada espeluznante sobre el ser humano. Cuando estás viendo está película, sientes que no eres tú el que está viendo esas imágenes, sino otro, un espectro o quizás un fantasma. Esto no es Hollywood. Esto es una película húngara, extraña, en la que quizás lo importante no sea entender, sino tener la oportunidad y la experiencia de visualizar esas poderosas imágenes, y dejarse envolver por su fascinante estilo, original, único.

Béla Tarr es una de los mejores directores de cine vivos. El buen cine, el cine de verdad, aquel que nos hace reflexionar, quizás porque el director, de joven, quería ser filósofo pero se negó a entrar a la universidad después de rodar un cortometraje en 8 mm sobre los trabajadores gitanos en Hungría. Es el cineasta del blanco y negro y de los silencios inabarcables. Desde el día de su boda con Ágnes Hranitzky, en 1979, el cine se convirtió en el motor de sus vidas, que siguen haciendo películas a cuatro manos, un cine entre Tarkovsky, tan metafísico, y el de Fassbinder, lleno de emociones.

Una vez que optamos por ver Armonías de Werckmeister (2000), y estamos metidos en la sala y sentados en la butaca, ya no podemos escapar. Entonces, pasamos a formar parte del espectáculo: de la grandeza de sus planos, de esa precisión de la puesta en escena y de la serenidad con la que  rueda, a lo que añadir la fotografía de Gábor Medvigy o Fred Kelemen. Lo queramos o no, una vez que empieza la película sabemos que estamos atrapados. Y al salir, podemos preguntarnos cómo es posible que en la época de Tik Tok, Netflix y otras plataformas todavía siga existiendo este cine, este milagro, esta maravilla dirigida a todos los soñadores del mundo, a esos que tenemos un corazón valiente, los mismos que vamos a ver el cine de Ozu, Tarkovsky, Bergman, Dreyer, Bresson o Malick.

Béla Tarr y Agnes Hranitzky vienen a decirnos que el autoritarismo y la tiranía colectiva siempre son una amenaza

El relato nos presenta a un cartero llamado János Valuska, que se ve inmerso en un verdadero caos, entre el fuego apagado de una estufa y una ballena varada en la plaza. Corren los años ochenta. La monótona vida de una fría y pequeña ciudad se ve alterada con la llegada de un circo ambulante, acompañado por una enigmática figura a la que llaman El Príncipe, que promete exhibir a la ballena más grande del mundo. Este insólito acontecimiento, añadido al clima sofocante de la “caza de brujas” contra los disidentes políticos, provoca una ola de recelo y desconfianza, que acaba de forma violenta. Frente a esa masa humana, un individuo, el joven y soñador János, se interesa por todo cuanto le rodea y se siente fascinado por cuanto ve: un enorme cetáceo muerto con un ojo que le mira. Béla Tarr y Agnes Hranitzky convierten esta película en un poema visual con el que vienen a decirnos que el autoritarismo y la tiranía colectiva, además de que anulan la inteligencia, siempre son una amenaza, puesto que la fuerza bruta desestabiliza.

El cadáver de la ballena gigante, un trozo de carne putrefacta en medio de la plaza, es una de las imágenes más inquietantes y extrañas que ha generado el cine en las últimas décadas. Mucho se ha escrito de lo que representa la ballena…, sin embargo, Béla Tarr se ha desmarcado de ciertas interpretaciones y significados que, algunos críticos y analistas, le han querido dar a esas imágenes, alegando que todo eso tiene mucho que ver con lo cósmico. Y añade: “Siempre he conservado una sensibilidad social. Me pongo al lado de la gente que sufre. Denuncio todas las formas de humillación y no soporto la violencia contra el ser humano. Al profundizar más, comprendí que los problemas, en un momento determinado, también podrían ser ontológicos. El mundo es cósmico. Esa es la historia de la humanidad”.

Hablar de Béla Tarr es hablar de un maestro indiscutible. Su filmografía deslumbra por la profundidad de sus temas y la belleza de sus imágenes, así como por su incansable exploración del alma y del ser humano como ser social. Como dice Juan Patricio Riveroll, “si Lars von Trier hizo un camino desde el preciosismo técnico en sus primeras películas hasta llegar al naturalismo con el Dogma 95, Béla Tarr tomó el camino inverso, yendo del realismo, en sus primeros trabajos, al artificio formal, a partir de su adaptación de Macbeth. Werckmeister harmóniák, cuya traducción sería Armonías de Werckmeister, en alusión al músico y teórico germano Andreas Werckmeister (1645-1706), es la que más me conmueve”.

Hablar de Béla Tarr es hablar de un maestro indiscutible. Su filmografía deslumbra por la profundidad de sus temas y la belleza de sus imágenes

Es una película  en la que destacan muchos momentos: el primer encuentro de János con la ballena dentro del camión, el viejo desnudo dentro de la bañera…, pero sobre todo ese prólogo con un interminable plano secuencia que tiene lugar en la taberna, que está a punto de cerrar. Puro lirismo. Es ese momento en el que el cartero hace representar el funcionamiento de la rotación de la tierra alrededor del sol y de los eclipses, y pone a los clientes, bastante ebrios ya, a girar como si fueran astros y satélites, y les dice: ꟷ”Y ahora veremos una explicación que nos ayudará a comprender, incluso a gente sencilla como vosotros, el significado de la inmortalidad. Lo único que os pido es que caminéis conmigo en la constancia por la inmensidad, la quietud y la paz que reinan en un vacío infinito…”.

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Un drama oscuro, lento…, aburrido en ocasiones, pero un deleite para la vista, compuesto por 39 secuencias, la mayoría de ellas rodada en plano secuencia, casi sin música, llenas de silencios y de pesimismo. Hay quien ha llegado a afirmar que en esta película no hace frío, hiela; no hay pobreza, hay miseria; no hay bares, hay tugurios; no hay suciedad, hay mugre. Y además también hay caos, violencia y donde, salvo los borrachos, nadie sonríe. Pero, como no podía ser de otra manera, en esta película también hay luz. Y los personajes gozan de una profunda humanidad.

Armonías de Werckmeister no deja de ser una fábula, un relato con tintes misteriosos, que consigue reflejar el daño que hace el ejercicio del poder

Todo está en ruinas, la ruina de la modernidad, ese proceso de decadencia en el que está inmerso el sujeto contemporáneo, un paisaje muy análogo al actual en el que el individuo tiende a la soledad, al vacío, sin un horizonte que divisar a lo lejos.

El cetáceo del film se introduce en la plaza del pueblo y en sus creencias como si fuera un caballo de Troya, escondido en la parafernalia circense de charlatán, ecos del comunismo, que, en Hungría concretamente, tras la Segunda Guerra Mundial, sustituyó al colaboracionismo fascista de la Cruz y la Flecha de Szálasi. El príncipe alienta de la destrucción, como en su día Nietzsche y su león y su sentido estético nos previnieron de que serían vendidos al nazismo.

Armonías de Werckmeister no deja de ser una fábula, un relato con tintes misteriosos, que consigue reflejar el daño que hace el ejercicio del poder, su presencia y su implacable objetivo: dirigir y someter a los ciudadanos, manipular a las masas, ya sea a través de la extorsión o del miedo. El miedo es el símbolo de los esclavos.