HISTORIA

Burke: la base del conservadurismo

Edmund Burke.

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@Montagut |

Edmund Burke es uno de los padres del pensamiento conservador occidental y uno de los primeros que analizó la Revolución Francesa. En este artículo intentaremos dar algunas claves sobre esta postura, pero antes haremos una breve reseña biográfica del personaje.

Biografía

Burke nació en Dublín en el año 1729. Estudió en el Trinity College con gran aprovechamiento, interesándose por los clásicos, por la filosofía y la política. En 1748 se graduó para pasar a los dos años a Londres. Allí cursó leyes. En 1756 escribió Indagación filosófica sobre el origen de nuestras ideas acerca de lo sublime y de lo bello, donde planteará sus ideas filosóficas y estéticas.

Nuestro protagonista decidió dedicarse de pleno a la política, empujado por la necesidad económica. En 1765 fue nombrado secretario privado del Lord del Tesoro. Al año siguiente ingresó en el Parlamento inglés. Burke fue un gran orador. Este hecho y su sólida formación le catapultaron en política. Tuvo mucho protagonismo en las discusiones sobre la cuestión colonial norteamericana defendiendo su independencia. En este sentido destacaron sus discursos sobre la tasa americana de 1774 y Conciliación con las colonias de 1775. También se interesó por la cuestión colonial en la India.

Burke viajó a Francia y se relacionó con algunos personajes de la Casa Real y de los enciclopedistas. Allí comenzó a consolidarse su pensamiento conservador, que desembocaría en su obra más famosa, las Reflexiones sobre la Revolución Francesa (1790). Burke se enzarzó en grandes polémicas a raíz de sus ideas políticas. Llegó a salir del partido Whig. Su último servicio por la causa conservadora se condensó en sus cartas On a Regicide Peace (1796), donde protestaba contra los rumores sobre las negociaciones de paz con Francia. Burke falleció en 1797.

Su pensamiento

Sus ideas sobre la Revolución Francesa han tenido una gran influencia en determinadas corrientes conservadoras políticas e historiográficas, primero de los émigrés y luego de todos los que han valorado la Revolución como un fenómeno nefasto para Francia y para la Historia.

La Revolución sería, siempre según Burke, fruto de la conspiración de una minoría

Burke pensaba que la sociedad del siglo XVIII no necesitaba grandes cambios o transformaciones porque no presentaba graves problemas. Las instituciones políticas podían ser reformadas de forma gradual, pero sin modificaciones sustanciales, ya que habían servido y resistido el paso del tiempo. Bien es cierto, que Burke consideraba que las instituciones británicas eran las mejores del mundo y, por lo tanto, superiores a las francesas, pero la monarquía absoluta y la sociedad estamental, sin ser perfectas, habían servido históricamente en el país vecino. Partiendo de estos presupuestos, la Revolución es contemplada no como una necesidad legítima de transformación, sentida por la mayoría, sino como el resultado de las maquinaciones de algunos grupos o sectores sociales con vocación subversiva. Los responsables serían los ilustrados, los philosophes que llevaban ya mucho tiempo socavando los pilares de las instituciones y de la sociedad francesa, especialmente con sus críticas a la Iglesia. Hecha esta labor de minado, aparecía el “populacho” ignorante que arramblaba con todo de forma brutal y desde su ignorancia. Así pues, la Revolución sería, siempre según Burke, fruto de la conspiración de una minoría.

La Asamblea Nacional Francesa estaría compuesta por individuos inferiores, por artesanos y personas que ejercían oficios mecánicos y profesiones subalternas. Los derechos del hombre, proclamados en 1789, eran fruto de elucubraciones mentales y no estaban conectados con la realidad, ya que no surgían de la tradición. También atacó el concepto de soberanía nacional o popular, algo que no existiría en Gran Bretaña, porque allí la legitimidad del poder se basaría en la norma que regulaba la sucesión al trono.

La Revolución Francesa se basaba en los principios ilustrados sobre la necesidad de la construcción racional de una sociedad, sustentada en el postulado de los derechos naturales. El privilegio, definidor de la sociedad del Antiguo Régimen, era considerado no sólo antinatural, sino, sobre todo, irracional. El papel que cada uno desempeñaba en la sociedad no se debía sustentar en la cuna, en el nacimiento o pertenencia a un estamento que por tradición tenía privilegios, sino en su contribución a la sociedad. La igualdad jurídica, ante la ley, era un derecho incuestionable y racional.

Para Burke, la Revolución era un medio hasta insensible con la Historia, con el acervo acumulado

Pues bien, Burke combatió estas afirmaciones empleando argumentos, que luego han podido ser empleados por los futuros conservadores. Además de lo que expusimos al principio, los ilustrados y los revolucionarios franceses estaban realizando, realmente, en opinión de Burke, un ejercicio irracional porque estaban cuestionando el saber acumulado durante siglos, generación tras generación. Burke no dudaba de la necesidad de ciertas reformas paulatinas, pero lo que era irracional no era ese pasado que se quería destruir de un plumazo con la Revolución, sino ese intento que menospreciaba todo lo anterior. Recordemos, en este sentido, que los revolucionarios franceses fueron los que primero bautizaron el sistema que querían destruir con la denominación de Antiguo Régimen, en un sentido crítico y peyorativo. Era viejo, era caduco, era irracional, era injusto, y no cabían componendas con el mismo. Esa actitud y esa acción en Burke era, en contraposición, insistimos, lo que hacía irracional a la Revolución, al cambio instantáneo y profundo. La Revolución era un medio hasta insensible con la Historia, con el acervo acumulado.

La violencia desencadenada, el Terror, la guillotina y hasta la esencia del propio régimen de Napoleón hicieron que Burke comenzara a tener éxito en determinados sectores políticos y de opinión, pero, sobre todo, en el futuro, ya que iba más allá de la defensa de los privilegios estamentales, del poder de la Monarquía y de su alianza con la Iglesia, es decir, se hacía más intemporal. El conservadurismo que terminaría conformándose después necesitaba superar lo concreto o coyuntural para recoger fundamentos que pudieran ser aplicados en cada momento. El conservadurismo se convirtió en una opción política, ideológica y hasta de la manera de entender la vida, que defendía el mantenimiento, con algunas actualizaciones, de las estructuras políticas, económicas y sociales acumuladas en el tiempo, y que se enfrentaba a las opciones, ideologías y concepciones de la vida que han combatido y combaten la defensa de la tradición por el simple hecho de serlo, especialmente si los cambios que planteaban tenían que ser profundos y rápidos.

Burke habría tenido, por lo tanto, más éxito en conformar el conservadurismo que las opciones contrarrevolucionarias de un Chateaubriand o un De Bonald, o de los defensores de la Restauración como Metternich, por ser poco populares, por centrarse demasiado en devolver el poder a las Monarquías, y en su alianza con el Altar.