La ultraderecha alemana y los ciudadanos sin identidad de la antigua República Democrática Alemana

Recuerdos de la RDA de venta en Berlín.
La Ostalgie, término alemán usado para referirse a la nostalgia de la vida en tiempos de la antigua RDA, está presente en muchos de los aspectos de la realidad alemana actual.

“Prefiero morir apuñalado en el metro de Nueva York que de aburrimiento en las seguras calles de Moscú”, afirmaba Felipe González. Pero para los ciudadanos de la antigua República Democrática de Alemania (RDA) los años posteriores a la caída del muro es posible que hayan sido bastante decepcionantes y les resulte ilegible el apuñalamiento capitalista. 

Un ciudadano de la RDA como Bertolt Brecht decía que había muchas maneras de matar: “Se puede clavar a alguien un puñal en la barriga, quitarle el pan, no curarlo de una enfermedad, recluirlo en un tugurio, hacerlo trabajar hasta que reviente, empujarlo al suicidio, llevarlo a la guerra, etc. Sólo unas pocas están prohibidas por nuestro Estado”.

Hay varias generaciones del Este, según algunos analistas, afectadas de forma distinta por la caída del Muro en 1989

Cuando el último ladrillo del muro cayó, los alemanes orientales comenzaron a experimentar una despedida particular: la de la promesa de que era posible vivir en una sociedad mejor, donde cada cual aportara lo que podía y recibiera lo que se merecía. Los expertos afirman que la Ostalgie, término alemán usado para referirse a la nostalgia de la vida en tiempos de la antigua República Democrática Alemana, está presente en muchos de los aspectos de la realidad alemana actual, desde los souvenirs de viaje hasta los discursos políticos de ciertos partidos, como el ultraderechista Alternative für Deutschland (AfD). Hay varias generaciones del Este, según algunos analistas, afectadas de forma distinta por la caída del Muro, y depende con quién hables dirá algo distinto sobre la Ostalgie. Entre los más viejos será común encontrar a quienes extrañan el régimen en sí. Era una sociedad con un sistema, y todos tenían un lugar dentro de ese sistema. Sin embargo, entre la gente más joven la idea de que las promesas de la reunificación no se cumplieron o que apenas se cumplieron en forma parcial. En ese sentido no es que se añora algo concreto, sino que lo que se extraña es el tiempo pasado, la idea de “entonces al menos éramos alguien”.

Anna Kiminsky, directora de la Bundesstiftung Aufarbeitung, una fundación oficial ocupada en el estudio de la realidad de Alemania Oriental, explicó: “La Ostalgie es un fenómeno surgido en los noventa como reacción de los ciudadanos del Este ante las esperanzas y expectativas creadas con la caída del Muro en 1989. Muchos fueron tomados por la decepción, sobre todo ante una serie de experiencias traumáticas experimentadas masivamente por los trabajadores de la ex RDA: el desempleo, la pérdida de perspectivas personales y profesionales, y las angustias del futuro. Así surgió entre muchos una especie de angustia por lo perdido, de la mano de una forma idealizada de la “vida buena y segura” que existía en la RDA —muchas veces basándose en un recuerdo distorsionado de lo que efectivamente había sido—”.

Los trabajadores de Alemania Oriental han sido definidos como los “grandes perdedores de la reunificación”

En la actualidad, pocos alemanes de los antiguos territorios de la RDA se ve a sí mismo del lado ganador. Esto tiene que ver con que los trabajadores de Alemania Oriental, que en el año 1990 eran nada menos que el 63% de la población, han sido definidos como los “grandes perdedores de la reunificación”. La mitad de esos trabajadores se han visto obligados a jubilarse anticipadamente, a acudir a programas de empleo, a trabajar en nuevas empresas de capitales occidentales y, en el peor de los casos, al desempleo. En suma, en el país que es actualmente el motor europeo, un cuarto de la población vive actualmente en circunstancias económicas poco favorables. Esta información forma parte de un trabajo titulado “La República Democrática Recordada. Representaciones de Alemania Oriental desde 1989”, del investigador Thomas Ahbe, y publicado como parte del libro “Narrativas en competencia: la política en la historia y el discurso de identidad en tres sociedades alemanas.” Según Ahbe, el sentimiento de ser “ciudadanos de segunda clase”, extendido entre los alemanes orientales, se basa tanto en la sensación tangible de estar materialmente peor, como en el sentimiento de que los recuerdos, las interpretaciones y los valores específicos de la mayoría de la población de la antigua RDA no son parte de los discursos en los medios, en la educación o en la política; simplemente son ignorados o estigmatizados.

La caída del Muro de Berlín y la posterior reunificación alemana, junto al desmembramiento de la URSS y la restauración del capitalismo en estos países, inspirarían una ofensiva político ideológica acerca del fin de la historia, del fin de las ideologías y la victoria final y contundente del capitalismo neoliberal. El soporte filosófico para este capitalismo sin responsabilidad social era la posmodernidad. Sin las bases de la igualdad, Europa queda reducida a un grupo de financieros jugando al monopoly. Hay otro aspecto del proceso que no tiene que ver con el plano exclusivamente económico, sino más bien con el simbólico. Los ciudadanos de Alemania Oriental tenían un lugar en la sociedad, y por lo tanto también un propósito. Votaron por la ultraderecha, lo que plantea la posibilidad de que las mismas personas que en algún momento fueron entusiastas de la Alemania Oriental, treinta y cinco años después y con varias frustraciones encima, sean votantes de Alternative für Deutschland.

Es posible que las mismas personas que en algún momento fueron entusiastas de la Alemania Oriental voten ahora a AfD

El fenómeno, sin embargo, está vinculado con algo que no es exclusivo de la realidad alemana. Giorgia Meloni, los españoles de Vox y gran parte del PP, Marine Le Pen, pero también Donald Trump, Milei y Jair Bolsonaro han conquistado a importantes franjas de votantes basándose en un discurso que apela, por un lado, a las frustraciones y, por el otro, a la identidad, con el objetivo de vehiculizar el descontento social. En este contexto, los relatos políticos suelen articularse sobre la base de un conflicto antagónico. Como recuerda Sarasqueta, la tensión narrativa de cualquier relato político, singularmente de la derecha, se sostiene mediante el conflicto y esto nos lleva a determinar que, con el objetivo de captar la atención, los discursos políticos presentados de manera narrativa dibujan enfrentamientos y establecen dicotomías categóricas. El enemigo en los discursos de la derecha radical califican a la parte contraria como intrínsecamente perversa (de ahí que haya que combatirla y derrotarla) y eso altera el debate político convirtiendo al adversario en irreconciliable enemigo. La necesidad de construir otredades para estructurar los sistemas ideológicos es vista por Žižek, recuperando los planteamientos lacanianos, como una forma de mantenimiento del “deseo ideológico” que necesita “inventar un objeto específico en el que se materialice y exteriorice la causa de la insatisfacción del deseo.”

La derecha en España intenta construir frustraciones artificiales que generen antagonismos irreconciliables: criminaliza a los migrantes, instrumentaliza a la justicia contra la izquierda, reactiva las identidades franquistas como fierabrás patriótico y alienta el conflicto territorial contra Cataluña. Todo ello para consolidar la más caliginosa de las mentiras: la confusión. Una confusión que relativiza los valores morales e ideológicos al objeto de configurar un escenario de equívocos donde la derecha y las minorías influyentes mantienen la hegemonía conceptual.

 

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