Ser de izquierdas en la encrucijada del fútbol profesional masculino

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Hace unos días tuvimos la oportunidad de leer en este mismo medio un muy bien conducido artículo que planteaba un acertado paralelismo entre la película La Lista de Schindler y los recientes éxitos de la selección masculina de fútbol, para acabar señalando la disonancia cognitiva que debe padecer el, por así llamarlo, casticismo español, frente a la existencial tesitura de cantar o no los goles de Lamine Yamal. Y no es que no esté de acuerdo con la observación compartida por el compañero Jose María Agüera, sino que, más bien, creo necesario alertar de algo que sucede con frecuencia en el ámbito de la discriminación, y es que observaciones como ésta puedan servir también para que se desatiendan otras manifestaciones del racismo, como por ejemplo la condescendencia (muy presente en gente de izquierdas, por cierto) o, sobre todo, todo aquello que tiene que ver con la explotación. 

El deporte profesional masculino en general y el fútbol en particular nos lo pone muy difícil a la gente de izquierdas para afrontar esas disonancias cognitivas siempre en mayor o menor medida presentes

Porque, en términos históricos, racismo es también dar utilidad a una pretendida inferioridad mediante el lucro, en lo que suele representar una maniobra discursiva para vender el lucro como salvación (seguro que les suenan cosas como “si no lo torturásemos hasta la muerte, el toro bravo se extinguiría” de boca de sesudos analistas como Fernando Savater, no olviden que el racismo trata a sus víctimas como desprovistas de moral, como se hace con los animales). Así, a cierto empresariado agrícola le viene de perlas forrarse a costa de gente a la que no tiene siquiera que despreciar, pues nuestro estado de derecho ha previsto los eufemismos necesarios para términos que deniegan la humanidad, como “ilegal”. En este sentido, incluso Vox ha puesto en primera línea a un tonto útil, el pseudoperiodista Bertrand Ndongo. En definitiva, es necesario considerar no sólo al racismo, también al clasismo o al sexismo, como una puesta en práctica: por ello, actuar desde una conciencia individual racista conlleva implícita la búsqueda de vías para su afirmación, de igual modo que la falta de conciencia lleva a la persona racista a justificarse frente a las contradicciones que se le plantean, con sentencias del tipo “¡cómo voy a ser racista, si tengo amigos negros!”. Pues bien, la explotación sigue siendo la más eficaz de esas vías para la afirmación. Valga como prueba esta publicación de todo un cenutrio de Twitter que, precisamente, se presenta con el apodo “Disonancia cognitiva”:

Así pues, la gente racista, que no es sólo, por cierto, de extrema derecha o de derecha extrema, puede reconducir con facilidad los goles de Yamal hacia un terreno en el que la disonancia cognitiva no tiene lugar, al dejar la patria de ser beneficiaria para convertirse en salvadora. Y es en ese sentido que el joven jugador puede convertirse en objeto de deseo de las ideologías reaccionarias que logren ver en él un amortizable filón: ¿qué ideología sin escrúpulos renunciaría a la ingente base popular que pone a disposición el fútbol? Sin necesidad de hacer un esfuerzo se antojan relatos en esta línea: “España da una oportunidad a Lamine para esquivar la delincuencia”.

Esta última temporada hay quién ha hecho ingentes esfuerzos por hacer de Vinicius, jugador marrullero y maleducado donde los haya, una versión millennial de Nelson Mandela

Sí es verdad que Lamine Yamal abre un panorama novedoso si se consagra como goleador principal de la selección (hubo un caso antes que él, el de Ansu Fati, cuyo desahucio daría para otro artículo), porque, hasta ahora, Donato o Senna se habían limitado a cumplir con el prejuicio encomendado de imprimir rocosidad al equipo (ambos fueron grandes jugadores). Especialmente aceptado (aquí sólo me baso en mi memoria) fue el primero, que pasó de ser el dulce y cándido portavoz de una secta cristiana en España en su etapa de jugador a enaltecer, ya retirado, el belicismo en favor de Bolsonaro. Parece difícil incurrir en más contradicciones, aunque cuidado, ahí está también la clave: el problema se le plantea claramente a aficionadas y aficionados de izquierdas, que se encuentran en la encrucijada de tener que optar por enfrentarse a la disonancia cognitiva o consolarse con la siempre socorrida anteposición de artista a obra.

Entiendo que resolver el entuerto enfrentándose a la disonancia cognitiva es la manera que corresponde a alguien que se dice de izquierdas. Y es ahí donde una izquierda necesitada cae sistemáticamente en la homologación de referentes por la vía rápida. Esta última temporada, por ejemplo, hay quién ha hecho ingentes esfuerzos por hacer de Vinicius,  jugador marrullero y maleducado donde los haya, una versión millennial de Nelson Mandela. Convertir en referente de la lucha antirracista a gente mediática sólo por el color de su piel, aunque hayan sido atacados injustamente, no es apoyar esta noble causa sino simple y llanamente condescendencia. Sí, de esa que nos hace sentir patéticamente superiores. 

¿Se acuerdan del violador atenuado Daniel Alves, el de la celebrada sentencia ejemplarizante, más allá de que vaya a disfrutar del veranito gracias a su libertad condicional? Pues, igual les sorprende, pero es tan español como Felipe González colombiano, y en su momento el seleccionador Luís Aragonés se interesó por él para convocarlo (lo impidió la FIFA por razones administrativas). ¿Se imaginan que lo hubiéramos convertido por la vía rápida en nuestro particular Malcolm X? Desde luego, se daban algunas condiciones más allá de que Vox no necesitara existir (el PP de entonces lograba ya mantener el pabellón de la ignominia bien alto): el seleccionador español había sido cazado refiriéndose a Thierry Henry, entonces jugador del Arsenal, como “negro de mierda”; parte de la afición del Sevilla apodaba al propio Alves en aquellos años “macaco”; incluso el mismo Alves, años más tarde, mordisqueó un plátano lanzado desde las gradas del campo del Villarreal, obteniendo por ello la solidaridad de mucha gente. Existen referentes claros de la lucha antirracista en el deporte profesional masculino, dos buenos ejemplos son el futbolista Lilian Thuram y el baloncestista Craig Hodges. Sólo hay que buscarlos. 

¿Acaso han visto en algún medio de izquierdas hablar del entusiasmo con que Yamal saludó a Pedro Sánchez? Pues busquen el vídeo y entenderán lo que les digo

Aun así, lo cierto es que el deporte profesional masculino en general y el fútbol en particular nos lo pone muy difícil a la gente de izquierdas para afrontar esas disonancias cognitivas siempre en mayor o menor medida presentes. Para curarme en salud, recordaré que hace poco menos de un año confesé no tener ni idea de fútbol amén de tragarme pocos partidos: ninguno, de hecho, desde el último Sevilla-Cádiz de la primera división masculina, a lo que accedí a expresa petición de don Pedro Martínez Forero, mi tío. Hasta entonces siempre habíamos militado en equipos contrarios, pero ese día nos sorprendimos cantando al alimón el agónico gol del Cádiz. Fue tan mágico todo que ahí decidimos dejarlo.

Pero, ¿cómo vencer a la disonancia cognitiva en casos como el de la selección española masculina de fútbol? Yo creo que la envergadura del asunto invita a aclarar algunos puntos desde la izquierda, empezando por reconocer que el fútbol no es un ascensor social, sino un teletransportador especulativo de plazas muy reducidas. ¿Puede una persona de izquierdas sentirse identificada con este grupo de jugadores? Pregúntenselo ustedes de otro modo, ¿tiene que ver la falta identificación que presenta habitualmente la gente de izquierdas respecto a la policía con el muy escorado voto de las armas? Creo que el CIS no se encarga de estas cosas, pero tampoco parecen necesarios los datos sobre intención de voto de los multimillonarios futbolistas: al fin y al cabo, el propio seleccionador estuvo entre quienes aplaudieron con las orejas al Rubiales del “no voy a dimitir”; muchos de estos jugadores participaron acríticamente en el infame mundial de Catar; jugadores como Laporte o Nacho no tienen el menor inconveniente en jugar para la liga de Arabia Saudí, mientras que muchos de ellos han participado sin rechistar en las diferentes ediciones de la Supercopa de Rubiales celebradas en dicho país; ninguno de estos jugadores apoyó públicamente a Jenni Hermoso por la agresión sufrida, incluso Carvajal le negó el estatus de víctima; jugadores como el reincidente Carvajal o Unai Simón han afeado a algunos futbolistas franceses pidieran el voto contra el Frente Nacional; a ninguno de ellos parece importarles que no haya constancia de colegas homosexuales.

Carvajal, incluso, nos ha brindado estos días el mejor de los ejemplos, al compaginar el “no hay que meterse en política” con el desaire al Presidente

En definitiva, el futbol profesional masculino en general y este equipo en particular, incluyendo en él tanto al entrenador como al recién inhabilitado presidente de la federación, y a pesar de las excepciones que pudiera haber, representa el típico reaccionarismo con ínfulas hegemónicas que trata de hacerse pasar por sentido común. Y esto es precisamente gran parte de lo que la izquierda combate. Carvajal, incluso, nos ha brindado estos días el mejor de los ejemplos, al compaginar el “no hay que meterse en política” con el desaire al Presidente. 

Por todo ello, me cuesta entender que alguien de izquierdas se pueda identificar con este equipo o que medios de izquierdas sin sección de deportes cubran con entusiasmo la “gesta”, celebrando una especie de comunión nacional en torno al fútbol. Y más aún que con una mano critiquen los cánticos sobre la españolidad de Gibraltar durante la celebración de los futbolistas, lo cual brilla por su coherencia, sin renunciar a pescar con la otra a jugadores que presuponen generosamente diferentes por el color de su piel, ocurrencia esta que tiene las patitas muy cortas y que sólo puede acarrear contradicciones insalvables: ¿acaso han visto en algún medio de izquierdas hablar del entusiasmo con que Yamal saludó a Pedro Sánchez? Pues busquen el vídeo y entenderán lo que les digo.