Puigdemont, el fantasma de una ópera bufa

Imagen de archivo.
Evoca la imagen del fantasma de la ópera, que aparece y desaparece como un charlatán de feria.

Necesitamos tu ayuda para seguir informando
Colabora con Nuevatribuna

 

Puigdemont se tiene a sí mismo por un valeroso auto-exilado cuyo épico retorno tiene tintes heroicos. Contra lo que hicieron sus correligionarios, eludió rendir cuentas ante la justicia y se fugó dentro de un maletero. Ha vivido siete años impartiendo doctrina desde Waterloo en un cómodo palacete. Proclamó la República Independiente de Cataluña durante un instante y pretende volver a ese lugar imaginario, pese a que las urnas no han respaldado mayoritariamente al independentismo.   

Se considera predestinado a combatir el españolismo, aunque sabe aprovecharse divinamente de la legislación española cuando le conviene y despreciarla en caso contrario. Con su sola presencia o ausencia pretende posponer una sesión de investidura que cuenta con un respaldo mayoritario. Quien ocupa la presidencia del parlamento no debería dar amparo alguno a un delincuente, al margen de lo que puedan dictarle sus ideas. Lo suyo seria dimitir como acto de protesta, pero no instrumentalizar una institución en aras de su ideario político, porque su cargo exige un arbitraje neutral.

Si quienes ocupan cualquier otro escaño no pudieran comparecer por una u otra causa, el pleno tendría lugar sin más. Eso debería ocurrir hoy. En cualquier caso, Puigdemont debería haber podido asistir a la investidura de Illa y ser detenido a continuación. Eso hubiese arruinado su pueril estrategia de presentarse como un Mesías cuya Epifanía resulta esperpéntica. Con su actitud hace un flaco favor a la causa que presume defender cual caballero andante. La verdad es que da bastante pena ver cómo alguien hace un ridículo tan espantoso por estar fuera de la realidad.

Le queda la baza de tumbar a Sánchez e investir a Feijóo. Eso podría muchas cosas en su sitio. Gobernar con Vox y Junts al mismo tiempo daría una curiosa mayoría. Sería el último gesto de un crío que no sabe cómo manifestar su rabieta porque le impiden jugar con cosas tremendamente serias. Es una lástima que se crea cuanto no es y haya gente que secunde su desvarío.

 

Finalmente ni siquiera se ha dejado detener para salirse con la suya. Su cobardía raya lo anti- sublime, si tal cosa existiera. Si su República Independiente pasa por estas argucias para burlar la soberanía popular, es una suerte que durara tan poquito y que su cacareado retorno haya sido una efímera patraña. Que le vaya bonito en su autoproclamado exilio. Nadie se merece a un representante político con semejante altura de miras. Evoca la imagen del fantasma de la ópera, que aparece y desaparece como un charlatán de feria.