TRIBUNA DE OPINIÓN

No es Puigdemont: es Cataluña

Carles Puigdemont

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Es cierto que la negociación de la amnistía se ha producido a partir de los resultados electorales de hace un año, y ha venido motivada por la posibilidad de dar encaje a los siete votos de Junts dentro de la conformación de una mayoría que permitiera un Gobierno de Progreso. Pero hay algo que demuestra que la amnistía no ha sido un acto de compraventa de votos.

Conocido de sobra el estilo de chalaneo político, la incertidumbre política que alberga Carlos Puigdemont (que quedó patente el mismo día de sus prolongados titubeos cuando la famosa y fallida de origen declaración unilateral de independencia), y su errático comportamiento político -siempre utilizando la amenaza y su comportamiento de quita y pon sin guardar una línea coherente y segura- cualquiera hubiera adoptado una prevención reforzada, a la hora de haberle hecho pagar la amnistía con algo más que con un voto de investidura. No había más que prolongar unos meses la tramitación, exigiendo antes no sólo el voto de los presupuestos de 2024, sino también los de 2025 y alguna cosa más. Y no duden de que -con amenazas o sin ellas- habría otorgado su respaldo, porque si algo ha demostrado es que le teme más a la cárcel que a un huracán.

Sin embargo, Pedro Sánchez no ha caído en esa trampa de utilizar las mismas armas marrulleras. Fundamentalmente porque tenía muy claro que -fuera cual fuese el origen de considerar la amnistía- lo sustancial de considerarla tiene un carácter estratégico dirigido a Cataluña y a la ciudadanía catalana, más que una táctica para lograr unos votos. Una actitud que hace crecer su figura política y de presidente, y que eleva el tratamiento de un asunto de esa envergadura a una valoración que adquiere un carácter de concepción del Estado, y no de una mera negociación para afianzarse en el Gobierno.

Pedro Sánchez no ha caído en esa trampa de utilizar las mismas armas marrulleras. Lo sustancial tiene un carácter estratégico dirigido a Cataluña y a la ciudadanía catalana, más que una táctica para lograr unos votos

Algo que ha sido entendido en Cataluña, según ha quedado demostrado en los resultados electorales de las elecciones a la Generalitat, con una holgada victoria del Partido de los Socialistas Catalanes, y con la última encuesta del Instituto catalán de Investigaciones Sociológicas, que no solamente reafirma e incrementa ese resultado, sino que muestra una variación importante de la actitud respecto a la independencia, donde se alcanza la mayor ventaja hasta ahora de los no partidarios de independizarse (53%) que los partidarios de hacerlo (40%). Es la diferencia de una política de Estado sobre una política de coyunturas enjaretadas para mantenerse en el poder.

Es cierto que con las últimas derivas del partido de Puigdemont se abre una mayor incertidumbre sobre el futuro de la gobernación, y sobre todo de la labor legislativa. Pero también es cierto que se reafirma una consolidación de una política de Estado que a medio y largo plazo terminará siendo entendida por la mayoría de españoles del resto de los territorios, que llegarán a valorar positivamente una política de estabilidad del Estado, sobre los anuncios agoreros de una ruptura de España que no sólo no se produce, sino que -como vemos- se va alejando de nuestro horizonte.

Eso no quita que, ante las zozobras que amenazaron y aún amenazan a la ley de amnistía, sobre todo en el ámbito judicial, haya habido tanteos por parte de Feijoo y su gente en torno a las dudas y temores de Puigdemont, para intentar el apoyo a una moción de censura, a cambio de facilitar el camino de la amnistía en los ámbitos judiciales, en los que el presidente de los populares ve más respaldado su liderazgo. El razonamiento era simple: “ya has logrado la amnistía de la mano de los socialistas y sus aliados, pero ahora necesitas que yo trabaje la voluntad de los jueces para garantizarte su viabilidad sin obstáculos”. Y eso tenía un precio: el apoyo para el derrocamiento del presidente del Gobierno.

El Gobierno de Pedro Sánchez no sólo está teniendo unos logros importantes en lo económico y en lo social, sino que está realizando una política de Estado

A pesar del titubeo de Puigdemont y su gente a la hora de mantener una actitud coherente y de reconocimiento sobre el valor de la amnistía como elemento pacificador de Cataluña, no parece que la oferta de Feijoo haya generado la suficiente confianza. Y por eso el líder de los populares (aunque insinuara algo sobre su posibilidad cuando andaba realizando aquellos tanteos con Puigdemont), no se atreve a hablar de moción de censura, y opta por dejar la iniciativa en manos del jefe del Ejecutivo, incluso para su propia salida del Gobierno: por eso le pide hasta que se someta a una moción de confianza, o que convoque elecciones.

Pase lo que pase -y sabíamos desde la investidura que la legislatura no iba a ser un camino de rosas para el Gobierno-, queda en cualquier caso algo muy claro: el Gobierno de Pedro Sánchez no sólo está teniendo unos logros importantes en lo económico y en lo social, sino que está realizando una política de Estado, por encima de cálculos partidistas. Y frente a los cálculos interesados y con poca altura de miras de los de Puigdemont, y a ese machacón intento de fomentar el malestar de la sociedad que practican Feijoo y sus huestes, sin presentar el menor intento de generar alternativas estratégicas coherentes, y sin ser capaces ni de romper de veras con la extrema derecha (ahí están los 140 ayuntamientos donde siguen juntos), ni de deshacer las leyes retrógradas contrarias a la igualdad y que fomentan la xenofobia y la añoranza de la dictadura, que votaron conjuntamente con Vox en las autonomías.

Una difícil gobernanza que coloca las políticas de Estado por encima de los regates coyunturales, y que es capaz de transformar, incluso estos regates que algunos aliados coyunturales plantean, en operaciones que pueden tener un largo recorrido y que pueden hacer progresar al conjunto de territorios y preservar la igualdad de los ciudadanos, vivan donde vivan.