HISTORIA LABORAL

La jornada máxima laboral. Notas históricas imprescindibles

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La democracia formal y el sindicalismo oficialista e institucionalizado, así como la rebeldía empresarial al cumplimiento de las mejoras sociales que la historia y las condiciones de privilegio que vivimos en España van imponiendo de manera inevitable, han ablandado y adormecido las reivindicaciones legítimas de los trabajadores. Nada como las largas jornadas y la negación del descanso evocan tanto la esclavitud que vivimos hasta antes de ayer y que es el padre ilegítimo del mal llamado contrato de trabajo. Y es así porque, en la realidad, son muchos los trabajadores que aún hacen entrega de su tiempo vital al empresario a cambio de su salario. Todavía hoy en algunos sectores, como el de las Empresas de Seguridad, se constata judicialmente que hay trabajadores que doblan jornada de trabajo realizando hasta 3.600 horas al año.

Empecemos por decir que el sindicalismo nace y se desarrolla inicialmente en reivindicación de condiciones vitales: un salario justo y una jornada y descansos compatibles con la subsistencia. Es posible que hoy lo hayamos olvidado, instalados en el confort que nos permite nuestra pertenencia al mundo que está por encima de la raya que separa el norte del sur y que nos debería enseñar cómo la desigualdad, lo mismo que la energía, ni se crea ni se destruye, sólo se transforma y se traslada. El sistema capitalista se funda en un principio muy conocido: el desarrollo desigual. Las ventajas de unos se montan sobre las desventajas (lean semi-esclavitud) de otros. Así hoy la riqueza de unos países requiere la miseria de otros. Las beneficiosas condiciones de las “aristocracias obreras” sindicadas (bancarios, tecnológicos, personal de vuelo, etc.) se cimientan en la desgracia de los trabajadores no sindicados, que no llegan a la negociación colectiva y a los que se aplican, si acaso, las condiciones legales mínimas. Con verdadera usura. Hasta el punto de crearse un Derecho laboral para “ricos” (no tanto) y un Derecho laboral para pobres (¡de solemnidad!). Esa es la clave de los jueguecitos, entre otros, de las contratas y subcontratas o la deslocalización: lucro para unos pagado con desgracia, para otros. Y los beneficios de que gozamos en los países desarrollados se fundan sobre la explotación de la mano de obra infantil en el Tercer Mundo y femenina en el primero, segundo y tercer mundos. Siento tener que recordarles algo tan amargo. Y que esto ha sido posible gracias a la inestimable colaboración sindical que se ha olvidado del mandato de solidaridad y la esencia de clase. De este modo, los Sindicatos ex de clase se han transformado en lobbies de defensa de grupos sociales particulares. 

El sindicalismo nace y se desarrolla inicialmente en reivindicación de condiciones vitales: un salario justo y una jornada y descansos compatibles con la subsistencia

Una manifestación destacada de todo esto, es el elogio, ahora cotidiano, en que se han instalado y viven Sordo, Álvarez, Garamendi y cía del llamado “diálogo social”. Alguno lo ha puesto estos días por encima incluso de la labor legislativa del Parlamento. Puro corporativismo. Defienden “lo suyo”. Pero no podemos pasar por alto que el “diálogo social” no es otra cosa que una reserva de veto a los empresarios, de condicionar los avances sociales a su conformidad. ¡Vamos dados! Ya estamos viendo las consecuencias. Nuestra clase empresarial y sus organizaciones solo admiten ventajas que no pagan ellos. Como todas esas cuestiones, importantísimas por otra parte, relativas a la conciliación de la vida laboral y personal que acontecen pocas veces en la vida del trabajador y que son atendidas finalmente con fondos públicos.

La jornada laboral y sus descansos (anual/semanal/diario) constituyen, junto a la salarial, la más elemental y básica reivindicación histórica de los trabajadores. Si estos entregan su tiempo vital al empresario ¿en qué se diferencia el trabajo asalariado de la esclavitud en la que todo el tiempo le pertenece? Cuestión meramente cuantitativa. Si el salario es insuficiente y no asegura la subsistencia (y en esto progresamos de manera inadecuada) cuál la diferencia con un régimen en que se trabajaba sin salario. Cuestión, también, meramente cuantitativa. Sin que, desde luego, quepa una equiparación absoluta.

El sistema capitalista se funda en un principio muy conocido: el desarrollo desigual. Las ventajas de unos se montan sobre las desventajas de otros

Y por eso está la jornada en la base del sindicalismo original y genuino. Por eso a fines del XIX y principios del XX se extendió la entonces llamada reivindicación de los tres ochos (ocho horas de trabajo/ocho horas de descanso-sueño/ocho horas de ocio). Esa reivindicación se concretó en la llamada Huelga general de La Canadiense (1919) que concluyó con la victoria (teórica) de la CNT sobre la Patronal agrupada en Foment Nacional del Treball. Solo doce años antes de que se proclamara la II República. Victoria que se concretó en que fuera la legislación española, la segunda en el mundo, tras la URSS, en reconocer la jornada laboral máxima de ocho horas diarias y que, sin embargo, nunca jamás ha sido admitida y asumida por la Patronal. Nunca, ni siquiera hoy ha sido efectiva porque se han hecho todas las trampas legales y fácticas posibles para convertirla en ficticia. Volveremos sobre ello.

Un hecho, la Huelga citada, de importancia radical en la Historia de nuestro país. Con incidencia transcendental en la instauración de la Dictadura de Primo de Rivera, la II República y el golpe militar iniciado en 1936.

En primer término, porque determina la configuración del sindicalismo en nuestro país hasta el fin de la II República (en cuya Constitución el art. 1 definía España como “República de trabajadores”). No puede pasarse por alto el prestigio social cenetista que se traduce en dos millones y medio de afiliados en 1934 en un país de veintiséis millones de habitantes. El 10% de la población, sin descontar niños, ancianos y resto de la población pasiva. Ese dato solo, aislado, explica por sí el golpe franquista. Súmese la afiliación al sindicato ugetista, mayoritaria en otras regiones y territorios.

Todavía hoy en algunos sectores, como el de las Empresas de Seguridad, se constata judicialmente que hay trabajadores que doblan jornada de trabajo realizando hasta 3.600 horas al año

En segundo término, porque la patronal catalana Foment Nacional del Treball, organización que durante el franquismo se convirtió en Fundación, y con la democracia recuperó su denominación y funciones anteriores, nunca admitió su derrota. Diríase que todavía hoy no ha admitido la limitación de la jornada. Exitosamente, como veremos en una entrega posterior. Es una línea roja en la política de los empresarios catalanes y españoles. La jornada laboral, nunca ha sido una cuestión menor y ha condicionado nuestra historia desde fines del siglo XIX, cuando menos. 

En tercer lugar, porque la Huelga de la Canadiense determinó una severa venganza. Que en los años siguientes se generalizase el terrorismo patronal - el pistolerismo- que ocasionaría en las filas de la CNT casi un millar de muertos (tantos como los ocasionados por ETA en un periodo muchísimo más dilatado, eso sí sin placas, homenajes ni pensiones, sin investigaciones, juicios ni condenas). Líderes o dirigentes (aunque desde la CNT nunca admitan estas denominaciones) sindicales. Entre ellos, Salvador Seguí, el Noi del Sucre (1923) o Evelio Boal (1921). Asesinados por los pistoleros de la patronal y sus Sindicatos Libres, protegidos por el Gobernador civil de Barcelona (Martínez Anido) y el jefe Superior de la Policía de Barcelona Miguel Arlegui y ejecutados por sicarios y policías coordinados por, el además espía alemán, Manuel Bravo Portillo. Todo ello en un tiempo en que Primo de Rivera era Capitán General de Cataluña. Los nombres de los sicarios, sus pagadores y protectores fueron objeto de una investigación publicada en Solidaridad Obrera, que firmó Angel Pestaña. Otra víctima de un atentado que estuvo a punto de costarle la vida. Por cierto, el general Don Severiano Martínez Anido reaparecerá en la escena política como ministro de la Gobernación durante la Dictadura de Primo de Rivera y durante el bienio negro republicano. Un auténtico especialista en mano dura contra los obreros. Súmenle la Ley de Fugas y el uso del Somatén, milicia ciudadana parapolicial, como fuerza antisindical en Cataluña y que Primo de Rivera extenderá por toda España.

En cuarto lugar, porque la respuesta al terrorismo patronal con la constitución de los grupos anarquistas de autodefensa (dedicados a lo mismo, pero de signo contrario) y la Dictadura de Primo de Rivera, que, mientras pactaba con UGT, encarceló a la práctica totalidad de los líderes sindicales de la CNT, que no serían liberados hasta 1930, acabarán renovando la dirección en la CNT. Estos hechos hacen que desaparezcan de la misma los anarquistas posibilistas, continuistas de Seguí (Pestaña, Peiró…), los llamados “treintistas”, que son sustituidos por los sectores integristas que se habían mantenido durante la Dictadura en la clandestinidad, pero fuera de la cárcel y que en 1927 habían fundado la FAI. La sustitución del sindicalismo de clase por “la gimnasia revolucionaria”, que definiera Juan García Oliver. Malas noticias para la II República.