El rostro del futuro

Pedro Sánchez, en una reunión en La Moncloa con Pere Aragonés. (Imagen de archivo).
"Debemos arriesgarnos a más democracia", dijo Willy Brandt.

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“No es fácil de explicar que a Cataluña no se le dé un concierto cuando lo tienen los vascos y los navarros (...) estas cosas se pueden cambiar, plantear y discutir”.

Esto era lo que, en vísperas del procés, decía el entonces presidente gallego Alberto Núñez Feijóo, sin que por eso se rompiera España. Claro que quizá entonces sí quería ser presidente del Gobierno. Digo esto no tanto para poner de manifiesto la habitual incongruencia del Partido Popular como para que, una vez más, quede claro que todo lo que ahora se acuerde -amnistía incluida- lo aceptarán y ampliarán ellos cuando les llegue el momento de gobernar, esperemos que dentro de muchos años.

Entretanto, el que sí es presidente del Gobierno, Pedro Sánchez, dejaba entrever en rueda de prensa cuál puede ser el rostro del futuro al decir que avanzábamos en dirección hacia un Estado federal. Oírlo de sus labios fue una buena noticia, no solo porque es probablemente un futuro adecuado para este país, sino porque hay que empezar a decirlo para que empiece a ser horizonte tangible.

Y, también, para que se pueda empezar a diseñar el cómo, una vez apuntado el qué. Superado el escollo puntual que suponía el acuerdo con Esquerra, no se puede ignorar la preocupación de quienes temen, o tememos, por la fuerza futura del Estado. No por añoranza alguna del centralismo tradicional -que personalmente no me interesa nada-, sino por la fuerza del Estado en sí mismo, a la hora de enfrentarse a otros poderes muy peligrosos para el ciudadano, como el dinero y todos los poderes fácticos que el dinero da a luz, desde la fuerza arrolladora de las grandes compañías tecnológicas al narcotráfico, pasando por todas las escalas intermedias y entrecruzamientos.

Sánchez ha demostrado repetidas veces que ve más allá que la media de sus acompañantes en el tablero político

El Estado es la defensa del débil, y por eso el futuro no puede consistir en una agregación de microorganismos, sino que tiene que ser un constructo de cierta fortaleza, por más que se organice conforme a un criterio de respeto a las distintas identidades y atendiendo al principio de subsidiariedad en la gestión diaria. Esa subsidiariedad tiene que ser un principio de doble dirección: el órgano inferior debe hacer lo que hace mejor por su cercanía al ciudadano, el superior debe hacer a cambio lo que, por su mayor tamaño, solo él puede hacer. Y tiene que poder hacerlo.

A lo largo de los últimos seis años, el presidente Sánchez ha demostrado ya repetidas veces que ve más allá que la media de sus acompañantes en el tablero político, ha conseguido avances que hace muy poco tiempo parecían inviables, y merece por tanto un voto de confianza en su actual gestión de los acontecimientos. Durante estos seis años, parece claro que su inspiración ha sido la frase del histórico líder socialdemócrata Willy Brandt: Debemos arriesgarnos a más democracia. Coincido por mi parte con ese lema. Sin olvidar los riesgos.