TRIBUNA DE OPINIÓN

De los problemas de España

Los migrantes que viven en España son los que mayoritariamente cuidan de los mayores para que los nativos puedan acudir a sus centros de trabajo

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En su autobiografía de 1907, Mark Twain popularizó la frase anterior a él sobre la mentira: “Hay tres clases de mentiras, mentiras, malditas mentiras y estadísticas”. Desde mucho antes, esa frase no hace más que reflejar una realidad indubitable, que si los españoles tocamos a siete jamones de bellota por persona y año, alguien se da un atracón todos los días mientras la mayoría ni los cata. Siguiendo con las frases atribuidas, el Canciller alemán Otto Von Bismarck aseguraba a finales del siglo XIX que España era el país más fuerte del mundo porque llevaba décadas intentando autodestruirse y no lo había conseguido pese a poner todo su empeño en ello. Y hay algo de verdad en esa afirmación, sea propia de Bismarck o no, pese a pasar por periodos de crecimiento y de bonanza económica relativa, hay un sector de la población y de la clase política que la representa que tiene un problema para cada solución que, debido a la inmutable presencia en sus genes del catolicismo tridentino, sólo acepta lo que dice su Biblia, considerando herejía cualquier pensamiento o acción que contravenga sus intereses. Es por ello que siempre que la derecha patria está en la oposición considera legítimo mentir, inventar, amenazar, descalificar, insultar y crear climas de tensión que terminen por afectar a la buena convivencia y a la tranquilidad de las personas, una tranquilidad, un sosiego que se hacen imprescindibles para pensar y tomar decisiones ecuánimes. 

Siempre que la derecha patria está en la oposición considera legítimo mentir, inventar, amenazar, descalificar, insultar y crear climas de tensión

Asegura el Centro de Investigaciones Sociológicas de Tezanos que el principal problema de los españoles a día de hoy es la emigración, es decir la llegada de personas de otros países generalmente más pobres para realizar las tareas que los españoles ya no quieren hacer por su dureza o penosidad. Decíamos en otro artículo anterior que si ahora mismo los migrantes que viven en España decidiesen dejar de trabajar o regresar a sus países, España se paralizaría por completo, desde el sector primario, en el que casi en exclusivo trabajan personas de otros países, hasta la industria o la investigación, no sólo porque muchos de ellos también trabajan en esos sectores, sino porque son los que cuidan de niños y mayores para que los nativos puedan acudir a sus centros de trabajo. Empero, sabiendo que esa es la realidad, que España ahora mismo no funcionaría sin migrantes, hay quienes, desde la tribuna parlamentaria, los medios y las redes llevan años inventando historia terroríficas sobre los que vienen de afuera, entre otras que la llegada masiva de extranjeros terminará por dejar en segundo plano la cultura autóctona, imponiendo costumbres y modos de vida que nos son completamente ajenos. No dicen lo mismo, sin embargo, sobre la colonización avasalladora del idioma y la cultura anglosajona que, pese a la pujanza internacional del español, terminará, de seguir por estos derroteros, por dejar nuestras cuatro lenguas en instrumentos secundarios de aprendizaje y convivencia: Nótese que en muchos consejos de administración de empresa ya no se permite hablar en castellano, catalán o vasco, sino que se ha de hacer forzosamente en inglés.

Si ahora mismo los migrantes que viven en España decidiesen dejar de trabajar o regresar a sus países, España se paralizaría por completo

Es evidente que tenemos muchas diferencias con quienes vienen de fuera, que hay hábitos y formas de vida que chocan con lo que aquí se considera normal, aunque entre nosotros mismos haya diferencias también chocantes, pero sigo pensando que hay tres cosas que no podemos olvidar ni obviar, que hemos sido un país migrante desde el siglo XV, que hay españoles en casi todos los países del mundo y que todo el mundo tiene el derecho inalienable a intentar vivir mejor, a buscar un poco de felicidad, a huir de la miseria, el latrocinio y la guerra que nosotros, los occidentales, hemos esparcido por todo el orbe. Pese a lo feo que pueda ser un territorio, pese a la pobreza, a la falta de libertad, deberíamos ser conscientes de que nadie abandona su pueblo, su paisaje, su familia salvo que las condiciones de vida hayan bajado tanto que superen el umbral de lo soportable. Nadie se monta en un flotador en Argelia para llegar a las costas españolas si no está absolutamente desesperado, nadie se embarca en un cayuco con doscientas personas más si no piensa que el infierno es lo que deja atrás. Es cierto que España no puede acoger a todas las personas que huyen de África, por poner un ejemplo, pero a menudo pienso en esos guardias civiles que detienen a un migrante en la playa del Tarajal, lo esposan y lo llevan detenido: ¿Cuál es el delito?

Mi problema no son los migrantes, a los que doy gracias por su trabajo y pido disculpas por el mal trato que reciben de una parte de la ciudadanía: Mi problema es el nuevo fascismo

Lo han conseguido, sí, son muchos años de trabajo tenaz, de bulos e infundios, de odio, lo mismo que lo consiguió la iglesia con los judíos a quienes culpaban desde los púlpitos de las epidemias, del envenenamiento de las aguas, de cualquier desastre natural; lo mismo que los judíos con los palestinos, que lejos de buscar acuerdos para convivir han decidido que lo mejor es exterminarlos. Sí, parece que para un amplio porcentaje de la población española el principal problema es la presencia de migrantes en sus calles, otra cosa sería que trabajasen gratis y después los llevasen a un campo de concentración. Sin embargo, yo, español también, tengo otros problemas mucho más acuciantes y reales, problemas que no dependen de lo que digan FeijooAlviseAyuso o cualquier descerebrado de redes sociales. Ayer mismo llamé a mi centro de salud por una dolencia que me acucia, después de dos horas de teléfono conseguí hablar con la telefonista: Me dio cita para dentro de 21 días. No sé si dentro de tres semanas estaré vivo o no, pero eso es lo que tengo. Ni el personal sanitario ni los pacientes salimos hechos unas furias para poner fin a este interminable y demoledor ataque a uno de los principales pilares de nuestro sistema asistencia. Callamos, blasfemamos en privado y después hablamos de la peste que echan los extranjeros. Mis hijos no encuentran casa donde vivir porque los cascos viejos están abandonados, porque hay miles de pisos turísticos, porque de nuevo la especulación reina en una cosa tan fundamental como el derecho a la vivienda. Cada año que pasa contemplo como las autonomías dan más dinero y medios a la enseñanza confesional concertada, una enseñanza antidemocrática que está basada en la primacía del mito sobre la razón, donde no existe la libertad de cátedra consagrada en la Constitución y donde se educa a los niños para que sean como Dios manda. No, mi problema no son los migrantes, a los que doy gracias por su trabajo y pido disculpas por el mal trato que reciben de una parte de la ciudadanía: Mi problema es el nuevo fascismo y la liquidación todos los derechos fundamentales consagrados en la tan nombrada Constitución de 1978, norma que cada día es más pisoteada por quienes más hablan de ella.