Cateto a babor

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Sostengo desde hace bastante tiempo que el programa más dañino de la televisión pública es “Cine de barrio”. Lejos de provocar una melancólica nostalgia de la juventud de algunos, lo que produce el visionado en bucle de las películas de la era de la caspa es extraños delirios, de los que esta semana hemos visto algunos en la política nacional. Un día vimos al señor Feijóo, seguramente después de haber visto Los subdesarrollados o tal vez Los tramposos, ensayar el timo de la estampita vendiendo a los españoles divertidas historias de menores que bajan de un avión y se diseminan por las tranquilas calles de nuestras ciudades antes de que el Gobierno los lleve a otras para volver a diseminarlos, y otro día a su extraño Sancho Panza (que me perdone don Miguel de Cervantes) proponiendo el bloqueo continental de África por la armada española, empresa tan audaz como no se había visto en los siete mares desde la gesta de Perejil. Se apresuraron a replicarles sus compañeros de Yo la vi primero, con el señor Abascal al frente, molestos ya por tanto afán de apropiación cultural.

Cuando nos temíamos el regreso al pasado, no estábamos pensando en que volveríamos a Sor Citröen, pero da la impresión de que es lo que nos tienen preparado

Cuando nos temíamos el regreso al pasado, no estábamos pensando en que volveríamos a Sor Citröen, pero da la impresión de que es lo que nos tienen preparado. Es, supongo, otra forma de ver la política. Si el señor Tellado llega a ser ministro del Interior, es bastante probable que recurra al personaje creado por el gran Forges, el agente Romerales, para que saque del armario sus gafas de sol verdes y su gabardina de solapas subidas y se vaya a Senegal a averiguar cuál es el origen de los cayucos, para luego poder neutralizarlo con un buen desembarco.

Cabe temer que todo sea así. Los episodios de película cómica que hemos vivido en torno a la renovación del poder judicial recuerdan más a 15 bajo la lona que a Casablanca, a pesar del intento de plagio de González Pons jugando a ser el ex policía corrupto de aquella película (para Bogart no alcanza). Cabe temer que la concepción de la dirección política y de la presidencia que tiene en la cabeza el señor Feijóo tenga más que ver con la gloriosa Manolo, guardia urbano, que con un estado moderno. De algunas comunidades autónomas es mejor que no hablemos. Alguna dirigente ha descubierto una oculta vocación americana que no le conocíamos, seguramente después de haber visto Cristóbal Colón, de oficio descubridor.

Ya decía Luis Eduardo Aute que todo está en el cine, pero claro, no se refería a esto. Todo es una cuestión de interpretación. Incluso la interpretación es una cuestión de interpretación. Algunos interpretan un papel, y al final se lo creen. La consecuencia de creerse presidente del Gobierno cuando no se es acaba siendo que uno desarrolla políticas que no existen porque, de todos modos, no tendrá nunca que aplicarlas. Eso se llama irresponsabilidad. O, también, engañar a la gente.