El buen gobierno y la patria

Los patriotas de chichinabo se dedican a desmantelar la Patria, agitar banderas y vociferar cada vez más alto.

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Visto que la bronca permanente continúa y continuará hasta que expulsen a quienes han ocupado los palacios del poder formal, que no los del real, sin pedir permiso a sus legítimos dueños, que son quienes no dudan en insultar, en inventar bulos y en privatizar el patrimonio del pueblo español, convendría, aunque sólo fuese por dejar constancia una vez más, del daño inmenso que la política de acoso y derribo, de crear tensiones donde apenas las había, de gritar y emporcar la vida cotidiana, podría acarrearnos sin que los más deseen que así sea.

Ayer tuve la obligación de ir al dentista. Una magnífica profesional que me extrajo dos molares, me reparó otro y procedió a efectuar los procesos profilácticos que consideró oportunos a la espera de las próximas renovaciones que sufrirá mi boca dañada durante años por la propia edad, la glotonería y el vicio. Entré con mil euros y salí debiendo otros quinientos. Nada sorprendente, nada alarmante, lo mismo que cobran en cualquier otra consulta odontológica por tales servicios. Sin embargo, resulta que hace dos años fui intervenido de un riñón en un hospital público, me vieron varios médicos, me evaluó un equipo con especialistas recién salidos del MIR y otros veteranos. Después de las pruebas que estimaron convenientes para la mejor reparación de mi avería y el funcionamiento óptimo de mi metabolismo, me metieron en capilla, me durmieron y desperté a las tres horas con todo reparado. Regresé a casa a los pocos días, me toqué el bolsillo exhausto y vi que tenía el mismo dinero con el que había entrado pese a la cantidad de especialistas que me atendieron, las atenciones recibidas y el hospedaje. La Patria, que es el conjunto de ciudadanos de un país velando por el bienestar de todos y cada uno de ellos independientemente de su raza, sexo, religión, ideología o ingresos, había acudido a auxiliarme proporcionándome una solución médica que yo jamás habría podido pagar sin hipotecar mi casa si hubiese sido un ciudadano de Estados Unidos o un afiliado a las compañías privadas que asisten según renta. Es la grandeza del patriotismo, de la Patria, que se construye superficialmente con banderas, pero realmente con impuestos que permitan a todos sus miembros ser atendidos en el dolor, la enfermedad o la vejez con idénticos medios y por los mejores profesionales.

La sociedad española está asistiendo casi en silencio al desmantelamiento de nuestro sistema público de salud

Es seguro que, a lo largo de nuestra vida, la inmensa mayoría de nosotros tendremos que pasar por un quirófano o recibir tratamientos crónicos de elevado coste. La Seguridad Social, que es la más humana de la invenciones del Ser Humano, es la institución encargada de velar por nuestra salud en todas las etapas de la vida, siendo todavía más necesaria cuando los años se acumulan, las piezas fallan y el desgaste se hace más que evidente. Sólo hay dos formas de poner en pie una empresa de tal calibre, una mediante las cotizaciones y los impuestos de todos, contribuyendo más, como manda la Constitución Española, quienes más tienen. Otra, el sistema norteamericano que la derecha española está implantando con botas de siete leguas mientras diseca al Sistema Nacional de Salud. Por el primero, todos tenemos derecho a que nuestras enfermedades y quebrantos físicos o psíquicos sean tratados de manera equitativa; por el segundo, dependerá todo del seguro que cada cual se haya pagado, es decir pólizas que varían su cuantía tanto por los tramos de edad como por las patologías que cubren, quedando las enfermedades más graves y penosas al albur de la cuenta corriente o de las posibilidades de endeudamiento del enfermo y su familia.   

La sociedad española está asistiendo casi en silencio al desmantelamiento de nuestro sistema público de salud consagrado por la Ley de Sanidad de 25 de abril de 1986, ley que no hacía más que desarrollar el artículo 43 de la Constitución, esa de la que tanto hablan los que, como Juan Guaidó, se autoproclaman constitucionalistas y no hacen sino infringirle golpes como si de un saco de boxeo se tratara. El mencionado artículo afirma que “Se reconoce el derecho a la protección de la salud. Compete a los poderes públicos organizar y tutelar la salud pública a través de medidas preventivas y de las prestaciones y servicios necesarios. La ley establecerá los derechos y deberes de todos al respecto”. En ningún artículo de la Carta Magna se afirma que ese derecho deba ser organizado ni tutelado por Quirón Salud, Fresenius, DKW o Sanitas, aunque así lo han decidido los dirigentes de los partidos derechistas españoles para conseguir que uno de los patrimonios más queridos de la Patria, dejen de pertenecer a ella y pasen a manos de empresas que sólo buscan el beneficio y el medro a cambio de nuestra salud.

El asunto es gravísimo porque con una población adormecida, incapaz de sustraerse a las voces que aseguran que vivimos en el peor de los mundos posibles, que España se rompe y que los migrantes sólo han venido para ocupar viviendas, violar, robar y vender drogas, cuando lo que hacen es trabajar como bestias, vivir como pueden en cuartos de mala muerte, cuidar de nuestros niños y viejos, limpiar nuestras calles y recoger frutas y hortalizas a destajo, se ha inculcado a una considerable parte de la población la idea de que estamos en peligro, de que nuestra civilización desaparece y que en unos cuantos años el trono del Borbón será tomado por un descendiente de Túpac Amaru, cumpliéndose así la venganza de Moctezuma.

Los patriotas de chichinabo se dedican a desmantelar la Patria, a agitar banderas y a vociferar cada vez más alto

Entre tanto, mientras nos entretienen con peligros inexistentes o con las patrañas urdidas en torno a la mujer de Sánchez, mientras vivimos en uno de los países privilegiados del mundo -sólo hay que mirar un poco a nuestro alrededor-, los patriotas de chichinabo se dedican a desmantelar la Patria, a agitar banderas, a vociferar cada vez más alto, dejándola sin aquellos estandartes magníficos que la engrandecen como son la Sanidad y la Educación Públicas y, en breve, las pensiones, las prestaciones por desempleo y el salario mínimo vital, cimientos sin los cuales la Patria deja de serlo y se convierte en un predio lleno de ovejas atemorizadas e incapaces siquiera para balar fuera del horario convenido. Pero no es sólo cuestión de España, aunque aquí todo se maximiza, sino que es una tendencia que amenaza con arrasar de nuevo a Europa, dejándola en manos de los mercaderes sin que ningún derecho, ni siquiera los humanos, tengan cabida.

España y Europa vuelven a estar amenazadas de nuevo por las fuerzas que la destruyeron entre 1936 y 1945. No tiene sentido mirar para otro lado, la neutralidad, ver pasar las cosas desde una atalaya bien protegida y pertrechada, porque se están dando los mismos pasos que se dieron en los años treinta, el mismo recurso a la patria en peligro, a la agresión de los extranjeros, a la necesidad de enaltecer las glorias del pasado como forma de recuperar la propia identidad y a las demandas de soluciones de fuerza para que vuelva a reinar la paz y el orden de antaño. El resultado de aquella locura, deberíamos saberlo todos, ¿lo sabemos?