“Abandonad toda esperanza”

Díaz-Ayuso en el acto del PP celebrado el pasado fin de semana en la Puerta de Alcalá de Madrid.

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“El poder no cambia a las personas, sólo revela quiénes son realmente”
José Mujica, el ex presidente uruguayo.


La crisis democrática que evidencia la grave confrontación política actual en España es el resultado de una serie de despropósitos que se inicia con la mala elección de sus líderes y acaba con la pésima gestión de sus dirigentes. La democracia presupone que, en cuestiones opinables y contingentes, el criterio de cada ciudadano es igual de bueno que el de cualquier otro si está basado y se nutre de una correcta información. Para que ese presupuesto se haga realidad y la voluntad ciudadana tenga suficiente garantía de calidad es condición necesaria la existencia de una información rigurosa, honesta y crítica sobre los asuntos que tienen relevancia política para la ciudadanía. Si la información es controlada, seleccionada e incluso manipulada o distorsionada, el ciudadano partirá de una base parcial, sesgada y probablemente equivocada para poder formarse un juicio correcto.

¿Cómo se puede esperar una información objetiva si estamos viendo cómo se confunde la información con la difamación?

¿Cómo se puede esperar una información mínimamente objetiva si estamos viendo cómo en estos tiempos se confunde la información con la difamación? ¿Y en qué consiste la difamación sino en una información negativa oral o escrita, que se hace de una persona, atentando contra su buen nombre, su reputación y su honor, siempre que no esté fundamentada en pruebas fehacientes, esto es, cuando es falsa? Sin embargo, el término “difamación” no aparece como tal en la legislación española; sí aparece, en cambio en la Constitución Española del 78, bajo una denominación dual con un significado similar: injuria o calumnia; en nuestras leyes, dichos términos tienen la finalidad de proteger los derechos de los ciudadanos; buscan perseguir la protección de un bien jurídico implícito en la vida de las personas: el derecho al honor.

Poder expresarnos libremente no sólo es una necesidad ciudadana sino un derecho constitucional, siempre que tales ideas y opiniones no estén motivados por el odio. Tal vez Heródoto exageró en su tiempo al decir que “la Historia es una sucesión de venganzas y odio”; pero es indudable que en nuestros tiempos su papel está presente en muchos acontecimientos de nuestra actual historia. Desde la entrada de la ultraderecha en las instituciones, el clima de convivencia en el Congreso de los Diputados se ha hecho irrespirable. Los insultos, las amenazas y las coacciones se han convertido en un arma estratégica perfectamente diseñada para amedrentar las intervenciones de los diputados que están en el uso de la palabra. Una vez despertada la venganza o el odio es difícil no deslizarse por un tobogán emocional difícil de parar; no saber medir las consecuencias de una confrontación alimentada por el odio es de una irresponsabilidad política inadmisible.

En mi opinión, la ultraderecha, como se puso de manifiesto en la convención de Vox celebrada hace días en el Palacio de Vistalegre de Madrid expandiendo un discurso violento y antipolítico y su vecina derecha, el Partido de los populares, el pasado domingo en la Puerta de Alcalá, están montado toda su retórica y oratoria en la estigmatización y deslegitimación políticas, al transmitir, casi permanentemente el virus o el fango del odio. Basta haber escuchado al presidente de Argentina Javier Milei en Vistalegre, o a la presidenta de la Comunidad de Madrid, en el acto organizado por el PP en la Puerta de Alcalá, aprovechando las elecciones europeas, para hacer frente y deslegitimar al “Gobierno” de Pedro Sánchez, con sus respectivos y estúpidos ¡“Libertad, Carajo”! ¡Qué sabrán estos dos personajes lo que significa y es la palabra libertad! Les convendrían a ambos, y a todos los que les corean y aplauden, leer el breve, pero clarificador y recomendable ensayo del filósofo español Eduardo Subirats, titulado “Sobre la LIBERTAD”.

Díaz-Ayuso es de esos políticos que cuando habla sin leer demuestra que no tiene idea alguna de lo que dice

En su discurso, Díaz Ayuso, sin venir a cuento, ensoberbecida por el aplauso de un público mal informado, casi fanatizado y creyéndose dotada de una oratoria de la que carece, ha cargado repetidamente contra Sánchez, comparándolo con Maduro y su régimen en Venezuela, acusándolo de estar “enloqueciendo” la vida política y repitiendo, con una extravagante, falsa y poco inteligente retórica, que los comicios del 9 de junio son un plebiscito entre “España o Sánchez”. Ayuso es de esos políticos que cuando habla sin leer demuestra que no tiene idea alguna cartesiana clara y distinta de lo que dice; sus discursos y doctrina envilecen y denigran la inteligencia y cuando habla alimenta el ruido, el odio y el fango. Es bueno recordarle lo que decía Abraham Lincoln: mejor es callar y que sospechen de tu poca inteligencia que hablar y eliminar cualquier duda sobre ello.

Es evidente que utilizamos el lenguaje para expresarnos, pero también para hacer daño; con él, podemos demostrar cercanía y compasión o crueldad; con él, somos capaces de expresar el amor, pero también odio. El ser humano es capaz de todo eso. De ahí que, en respuesta a la alarmante tendencia del aumento del discurso del odio por todo el mundo, el Secretario General, António Guterres, presentó en junio del 2019 “La Estrategia de la ONU contra el discurso del odio”. En ella analiza la preocupación de que en todo el mundo estamos presenciando una inquietante oleada de xenofobia, racismo e intolerancia. En el Prefacio del texto destaca que “El odio se está generalizando, tanto en las democracias liberales como en los sistemas autoritarios y, con cada norma que se rompe, se debilitan los pilares de nuestra común humanidad. El discurso de odio constituye una amenaza para los valores democráticos, la estabilidad social y la paz, y las Naciones Unidas deben hacerle frente en todo momento por una cuestión de principios. El silencio puede ser una señal de indiferencia al fanatismo y la intolerancia, incluso en los momentos en que la situación se agrava y las personas vulnerables se convierten en víctimas”.

¿En qué consiste el discurso de odio? Si bien no existe una definición jurídica internacional, la descripción de lo que constituye “odio” resulta polémica y controvertida; “Naciones Unidas” considera que discurso de odio es cualquier forma de comunicación, de palabra, por escrito o a través del comportamiento, que sea un ataque o utilice lenguaje peyorativo o discriminatorio en relación con una persona o un grupo sobre la base de quiénes son… En muchos casos, el discurso de odio tiene raíces en la intolerancia y en la difamación. Entre las cosas que hacen más insoportable la dinámica del odio, del rencor o la inquina, nada mejor que la designación de un culpable, que nos exonere de la difícil tarea de construir una convivencia y responsabilidad colectivas. Y lo más grave es que el futuro del encuentro y el diálogo para una colaboración responsable se imposibilita; alimenta el pesimismo y conduce a abandonar la esperanza. ¿Sigue siendo democrática una sociedad en la que no hay espacio para el diálogo y el respeto de las demás opiniones? 

Decía Paulo Coelho que cuando has defendido públicamente tus ideas, si no quieres cabalgar en la contradicción, si aspiras a la claridad moral y que otros no te critiquen y te pasen factura, debes vivir, desde la transparencia, de acuerdo con ellas. En tiempos decadentes e inestables el desafío fundamental que deben enfrentar con responsabilidad quienes dirigen la sociedad consiste en recuperar la confianza en el sistema constitucional que nos hemos dado para que vuelva a funcionar de una manera democrática. Si en democracia los políticos tienen el deber de caminar hacia una integración diferenciada y plural de proyectos de igualdad, colaboración y mejora para todos, tal como se están comportando desde el inicio de esta legislatura, -la aprobación en el Congreso de los Diputados el jueves 30 de mayo la “Ley de amnistía” con insultos permanentes por parte de la ultraderecha de “traidores” contra quienes votaban a la ley, es una prueba clara de que nos están conduciendo a la polarización entre ciudadanos y a la confrontación de proyectos que, en lugar de sumar, restan, en lugar de fraternizar, se odian. Se dan la espalda quienes debieran darse la mano para hacer políticas democráticas, no en beneficio propio ni de partido, sino para solucionar los problemas de los ciudadanos, a los que casi se les obliga a alistarse en trincheras, con ideas y argumentos del pasado. Se atribuye a Oscar Wilde una frase que hay que saber utilizar en tiempos de odio: “En momentos de difamación, nunca des explicaciones; tus amigos no las necesitan, tus enemigos no las creen y los estúpidos no las entienden”.

Por desgracia, el odio, la difamación o el rencor políticos no toman vacaciones

Por desgracia, el odio, la difamación o el rencor políticos no toman vacaciones. En breve, hará un siglo, en 1927, en el que Julien Benda, escritor y filósofo francés, polémico e incómodo, publicó su famoso panfleto La trahison des clercs, traducido en español como La traición de los intelectuales; es uno de esos libros que sirven como una lente para observar y discernir el presente; es una crítica y, a la vez, un alegato contra las pasiones políticas. Cuando Benda lo escribió, la violencia alimentada por una prensa hiperpartidista era común en Europa entre facciones radicales rivales a las que solo unía su desprecio al liberalismo y la democracia parlamentaria. Su crítica fue una denuncia de la traición y la renuncia de los intelectuales a su vocación de defensa de los valores universales, que en lugar de vivir al servicio de la justicia y de la verdad desnuda, se habían puesto al servicio de sus propios intereses. El momento histórico en el que Benda lo escribe es como un espejo que refleja nuestro actual momento político: tiempo de confrontación y odio políticos. Los odios que él describe son de nuevo los nuestros. Se están normalizando el insulto y la demonización del adversario político. En apoyo de estas ideas de Benda, es oportuno citar el libro de Anne Applebaum, la periodista, historiadora y escritora estadounidense, “El crepúsculo de la democracia”, en el que analiza el declive democrático y el surgimiento del populismo de derechas con tendencias autoritarias, en el que incluye amplias referencias sobre España. En él nos advierte que el mundo democrático está “envejecido, frío y cansado” y que esta atmósfera ha abierto la puerta a un fundamentalismo de derecha. La escritora en alusión al libro de Benda, “La traición de los intelectuales”, dedica la mayor parte del libro a explicar la evolución de tales intelectuales, incluyendo periodistas, que pasaron de partidarios de la democracia a partidarios del autoritarismo. Ve en ellos un componente esencial del crecimiento del autoritarismo, ya que los autoritarios, en su opinión, requieren no solo el apoyo de las masas sino también “la colaboración de las elites” que han llegado a traicionar la tarea central de un intelectual honesto, es decir, la búsqueda de la verdad, llegando a abrazar el papel de defensores de los líderes, por deshonestas que sean sus posiciones, por grande que sea su corrupción, por desastroso que sea su impacto en la gente y las instituciones. La posibilidad de que Trump pueda volver a la presidencia de los EE.UU., viendo cómo la ciudadanía común y corriente llega a apoyar su desenfrenado autoritarismo, como ha sucedido en Argentina con Milei, y puede suceder en Europa en estas próximas elecciones, es una clara muestra ​del declive gradual en la calidad de la democracia y del debilitamiento de las instituciones políticas.

Nos estamos acostumbrando a tener que tragarnos muchos sentimientos; a mirar la realidad desde el ángulo equivocado, a acallar demasiadas reflexiones y verdades que no deberíamos ocultar; de haber sido más valientes, si no nos autocensuráramos tanto, si ponemos luz y foco en la realidad tal como es, tal vez seríamos más felices. Hay momentos en la vida en que descubres que la felicidad está en no renunciar a la verdad.

Como he comentado en anteriores artículos, acudir a los clásicos es un recurso bastante simple, no necesita ser adornado, su evidente sabiduría se impone. Es como un mar que se alimenta de muchos ríos. Transforma mágicamente nuestra percepción actual de la realidad. Acudir a ellos es renovar el asombro de esa belleza siempre nueva que enriquece la literatura universal. Rescatar el espíritu olvidado de los clásicos que tanto tienen que ver con el conocimiento y la cultura, es una poderosa manera de afrontar la crítica que merece la pésima gestión de ciertos políticos que, como “los papas” se creen infalibles cuando dogmatizan. Y a los clásicos y a su visión filosófica acudo en las siguientes reflexiones.

Es el virus o el “fango” de las mezquinas querencias políticas que lleva tiempo contagiando la política española

Desde la inteligencia y la razón, la filosofía ha de ser el vehículo que nos exija adoptar un punto de vista que, más allá y fuera de nuestra propia existencia individual, ocupe a nuestras reflexiones y nos permita ver el mundo y la vida como una totalidad y una unidad, donde nuestros asuntos estrictamente personales, abstraídos de toda adherencia a la propia piel, son juzgados desde la nobleza de quien ve en ellos, ya no la suerte de un individuo en particular, sino el destino de la humanidad, que se orienta hacia una democracia y política éticas. Desanima ver la hondura y gravedad de los problemas del país y la irresponsabilidad con la que se están afrontando. Es el virus o el “fango” de las mezquinas querencias políticas que lleva tiempo contagiando la política española.

Schopenhauer, uno de los filósofos más brillantes del siglo XIX, en su filosofía moral critica a la sociedad desde dos perspectivas; por una parte, desde el pesimismo metafísico en el que encuentra apoyo para criticar el egoísmo fundamental de la condición humana y, por otra, desde su interés por alcanzar una conciliación en la que el sentido ético se envuelva con el sentido de la compasión. Entre ambas perspectivas se encuentra hoy gran parte de la sociedad española: pesimismo o compasión, incertidumbre o ansia por salir de ella. Pero viendo cómo se comportan nuestros actuales políticos, analizando la calidad de la política hay que aceptar que existen malas políticas, que hay comportamientos que son incomprensibles e inaceptables, aunque criticarlos signifique directamente denunciar que hay políticos que no valen, que son prescindibles, incluso, que deben dimitir o exigirles que dimitan; eso no significa ofender su dignidad sino respetar la dignidad de los ciudadanos a los que han prometido servir. El enfrentamiento, el ruido y la mentira deslegitiman los objetivos que se deben conseguir en democracia.

En el alegato en favor del capitán Alfred Dreyfus, dirigido por Émile Zola mediante esa carta abierta al presidente francés M. Felix Faure, y publicado por el diario L'Aurore, en enero de 1898, en su primera plana, decía lo siguiente: “¡Qué confusión, qué cenagal siempre en aumento! Hemos visto cómo se enardecía cada día la mezcla de intereses y pasiones, las historias necias, los comadreos vergonzosos, los desmentidos desvergonzados; hemos visto cómo cada mañana abofeteaban el simple sentido común, aclamaban al vicio, silbaban a la virtud, toda una agonía de lo que constituye el honor y el placer de vivir. Y al fin la gente ha acabado por encontrar eso odioso. La corriente de fango se ha desbordado, tal como se les había advertido, y ellos son los culpables. Hemos visto triunfar a energúmenos que exigían la verdad de quienes decían saberla, cuando éstos no podían decirla mientras la investigación siguiera abierta”. Y concluía con su serie de “Yo acuso”. Algo similar se podría decir de nuestra política actual.

La historia enseña que el precio a pagar por devaluar la democracia resulta demasiado caro

Una buena parte de la sociedad española está harta de la política del odio y el fango y, efectivamente, en estos momentos, hay motivos para que ese hartazgo se manifieste y perdure en el tiempo. Si no somos capaces de cambiar, si continúa el odio y la mentira como forma de hacer política, se augura la existencia creciente de un pesimismo difícil de superar. Y como escribió Dante en el canto tercero de la Divina Comedia, que se desarrolla en el Anteinfierno, lugar en el que la dolorida gente apiñada en la orilla del gran río Aqueronte, ha perdido el bien de la inteligencia y la esperanza, con esta anáfora comienza el viaje: “Abandonad toda esperanza, vosotros los que entráis aquí”.

Nos estamos acostumbrando, de modo más palpable en las últimas semanas, acelerados por las próximas elecciones, a que en la actividad política es válido utilizar la mentira y el odio, sin pudor, con el fin de obtener el voto de los electores, atribuyendo al adversario político hechos o intenciones a sabiendas de que son falsas con el fin de dañarle, al punto -muchos así lo piensan- de que mentir en política no conlleva castigo alguno, sale gratis; de este modo, como en un alud, la mentira, sostenida y no penalizada, se incrementa con descaro hasta poder llegar a la infamia o la calumnia. La historia enseña que el precio a pagar por devaluar la democracia resulta demasiado caro.