viernes. 28.06.2024
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Monumento en recuerdo al campo de concentración de Buchenwald, erigido en la colina de Ettersberg, Alemania.

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Profundamente apesadumbrados muchos europeos, aunque no me atrevo a señalar cuántos, estamos asistiendo, acabamos de constatarlo en las últimas elecciones a la Unión Europea, a un crecimiento ininterrumpido y, de momento, parece que irreversible de las opciones políticas de extrema derecha, que no ocultan, incluso más alardean de sus raíces claramente fascistas. Y llama la atención la indiferencia de buena parte de la sociedad europea ante esta situación, que puede acabar con nuestra democracia. Parece que la Historia no nos ha enseñado nada. Remarco especialmente la palabra indiferencia, sobre cuyo significado hablaré más adelante. Por ello, conviene recordar nuestra historia especialmente a la juventud europea, que, según los datos, es la gran fuente de votos para la extrema derecha.

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Jorge Semprún en 2009.

Jorge Semprún visitaba regularmente Buchenwald, el campo en el que estuvo preso. El último año que lo hizo en 2010, ya enfermo, expresó que tenía mucho interés en leer una especie de testamento espiritual dirigido a los jóvenes en el que les decía: “No olvidéis que Europa nace tras la experiencia de los campos de exterminio”. Es un lugar idóneo para hablar de Europa. Porque Buchenwald fue un campo nazi hasta abril de 1945. Sin embargo, el campo volvió a abrirse en septiembre con el nombre de Speziallager n° 2, campo especial número 2 de la policía soviética en la zona de ocupación rusa. En 1950, tras la creación de la RDA, el campo se cerró y se transformó en lugar para el recuerdo. Es, por tanto, un lugar ideal, único, para reflexionar sobre Europa, para meditar sobre su origen y sus valores. Para recordar a los jóvenes del mundo entero, que las raíces de Europa pueden encontrarse en ese lugar, en las huellas materiales del nazismo y el estalinismo, contra las cuales, precisamente, se inició la aventura de la construcción europea. Es verdad. Los fundadores de Europa tuvieron muy claro que, para superar precisamente esa experiencia, nos dice Reyes Mate, había que construir una Europa que supusiera tres cosas: la superación de los nacionalismos, dar valor a los sufrimientos causados o recibidos y asumir responsabilidades. Esos eran los tres pilares sobre los que los padres espirituales de la Unión Europea pensaron Europa. Y Europa, en la medida en que ha tenido memoria de sus orígenes, ha dado un paso adelante.

En la República italiana, el 13 de octubre de 2022 se llevó a cabo la constitución del Senado en la sede del Palazzo Madama, que lo presidió Liliana Segre y que hizo un discurso de profundo calado ético-político. Nacida en Milán en 1930 y decana por edad del Senado italiano, fue expulsada de niña de su colegio por las leyes raciales promulgadas por el régimen de Mussolini en 1938. En 1944 fue deportada al campo de exterminio de Auschwitz, en el que fueron asesinados su padre y sus abuelos paternos. Liberada el 1 de mayo de 1945 por el Ejército Rojo, regresó a Italia, estableciéndose en la región de las Marcas. En 2018, al cumplirse el octogésimo aniversario de las infames leyes raciales, fue nombrada senadora vitalicia por el presidente de la República, Sergio Mattarella.

SENATRICE LILIANA SEGRE (00032435) (© 2018 Carmine Flamminio / Senato della Repubblica)
Liliana Segre.

En su discurso se mostró profundamente emocionada, ya que, en este mes de octubre, la fecha del centenario de la marcha sobre Roma, que inició la dictadura fascista, le había tocado asumir la Presidencia del Senado. Para ella, es una fecha simbólica, ya que recordó que su jornada escolar empezó también en octubre de 1938, y que fue obligada un día como este a dejar vacío su pupitre de su escuela por las leyes racistas. Y ahora –¡qué contraste!– se sienta en el primer banco del Senado. Para ella, señaló, las grandes democracias maduras lo son si, por encima de las divisiones partidarias y del ejercicio de roles diferentes, saben encontrarse unidas en un núcleo esencial de valores compartidos, instituciones respetadas, emblemas reconocidos. Manifestó con gran énfasis que, en Italia, el ancla principal en torno a la cual debe manifestarse la unidad de nuestro pueblo es la Constitución republicana que –como dice Piero Calamandrei– no es un papel, sino el testamento de 100.000 muertos caídos en la larga lucha por la libertad; una lucha que no comenzó en septiembre de 1943, pero que idealmente ve a Giacomo Matteotti como líder. Las grandes naciones, pues, prueban serlo también al reconocerse coralmente en las fiestas civiles, encontrándose en hermandad en torno a las recurrencias labradas en el gran libro de la historia patria. ¿Por qué no debería ser este el caso del pueblo italiano? ¿Por qué el 25 de abril, Día de la Liberación; el 1 de mayo, Día del Trabajo; y el 2 de junio, Día de la República, deben vivirse como fechas divisorias, y no con un auténtico espíritu republicano? La alusión es clara a quién iba dirigida, a las nuevas fuerzas políticas que nunca se han sumado a estas fiestas tan simbólicas, piedras angulares de nuestra Constitución, antifascista y fundada en el trabajo, lo cual es una dolorosa ducha fría de dura realidad que ofrece este bautismo parlamentario de la nueva mayoría. Por ello, el vértigo y la desazón de Liliana estaban más que justificadas, si además quien le va suceder al frente de la presidencia del Senado va a ser Ignazio La Russa, un celoso defensor de la memoria fascista.

Los valores y los principios de la Constitución italiana fueron los del antifascismo. ¡Qué contraste con el proceso constituyente español!

Resulta muy aleccionadora su referencia a la Constitución de 1947 y en concreto a Piero Calamandrei, el cual en el proceso constituyente hizo un discurso de gran enjundia política: “Creo que nuestros descendientes sentirán más que nosotros, dentro de un siglo, que de nuestra Constituyente nació realmente una nueva historia: y se imaginarán que en nuestra Asamblea, mientras se discutía de la nueva Constitución republicana, sentados en estos escaños no estábamos nosotros, hombre efímeros cuyos nombres serán borrados y olvidados, sino todo un pueblo de muertos, esos muertos que nosotros conocemos uno a uno, caídos en nuestras filas, en las prisiones y en los patíbulos, en montes y llanuras, en las estepas rusas y en las arenas africanas, en mares y desiertos, desde Matteotti a Rosselli, desde Amendola a Gramsci, hasta nuestros muchachos partisanos. (…) Ellos murieron sin retórica, sin grandes frases, con simplicidad, como si se tratase de un trabajo cotidiano que cumplir: el gran trabajo necesario para devolver a Italia la libertad y la dignidad. (…) A nosotros nos corresponde una tarea cien veces más llevadera: la de traducir en leyes claras, estables y honestas su sueño de una sociedad más justa y más humana, el sueño de una solidaridad que una a todos los hombres en esta obra de erradicar el dolor. Bastante poco, en realidad, piden nuestros muertos. No debemos traicionarlos”. ¡Qué contraste con el proceso constituyente español! Los valores y los principios de la Constitución italiana fueron los del antifascismo. En España los sedicentes «constitucionalistas» defienden un acto fundacional muy diferente: acto de desmemoria entre vivos que proyecta su larga sombra sobre nuestro presente. La Constitución del 78 fue redactada por vivos olvidadizos y no por muertos resucitados, sino traicionados.

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Elie Wiesel.

Por último, quiero recurrir al discurso espectacular y pleno de dolor humano, que Elie Wiesel, sobreviviente del Holocausto y Premio Nobel de la Paz en 1986, pronunció en la Sala Este de la Casa Blanca el 12 de abril de 1999, como parte de la serie de conferencias del Milenio, organizada por el presidente Bill Clinton y la primera dama Hillary Rodham Clinton. El texto completo del discurso en inglés se puede encontrar en Internet. Yo he podido conocerlo en el libro de Antonio Cassese Voces contra la barbarie. Me limitaré a resumir los hechos e ideas más importantes. Es para meditar.

 “Estamos en el umbral de un nuevo siglo, un nuevo milenio. ¿Cuál será el legado de este siglo desvanecido? ¿Cómo será recordado en el nuevo milenio? Seguramente será juzgado, y juzgado severamente, en términos morales y metafísicos. Estos fracasos han arrojado una sombra oscura sobre la humanidad: dos guerras mundiales, innumerables guerras civiles, la cadena sin sentido de asesinatos: Gandhi, los Kennedy, Martin Luther King, Sadat, Rabin - baños de sangre en Camboya y Nigeria, India y Pakistán, Irlanda y Rwanda, Eritrea y Etiopía, Sarajevo y Kosovo; la inhumanidad en el gulag y la tragedia de Hiroshima. Y, en un nivel diferente, por supuesto, Auschwitz y Treblinka. Tanta violencia y tanta indiferencia.

¿Qué es la indiferencia? Etimológicamente, la palabra significa "sin diferencia". Un estado extraño y antinatural en el que las líneas se desdibujan entre la luz y oscuridad, al atardecer y al amanecer, crimen y castigo, crueldad y compasión, el bien y el mal. ¿Cuáles son sus caminos y sus consecuencias ineludibles? ¿Es una filosofía? ¿Hay una filosofía de indiferencia concebible? ¿Puede ser considerada la indiferencia como virtud? ¿Es necesario a veces practicarla simplemente para mantener la cordura, vivir normalmente, disfrutar de una buena comida y una copa de vino, mientras el mundo que nos rodea experimenta agitaciones desgarradoras? Por supuesto, la indiferencia puede ser tentadora, e incluso, seductora. Es mucho más fácil apartarse de la mirada de las víctimas. Es mucho más fácil evitar tales interrupciones abruptas en nuestro trabajo, nuestros sueños, nuestras esperanzas. Es, después de todo, incómodo, problemático, estar involucrado en el dolor y desesperación de otra persona. Sin embargo, para la persona que es indiferente, su vecino o vecina no tienen ninguna importancia. Y, por lo tanto, sus vidas no tienen sentido. Su dolor oculto o incluso visible no interesa. La indiferencia reduce al otro a una abstracción lejana.

En cierto modo, ser indiferente al sufrimiento es lo que deshumaniza al ser humano

En cierto modo, ser indiferente al sufrimiento es lo que deshumaniza al ser humano. La indiferencia, después de todo, es más peligrosa que la ira y odio. La ira puede ser a veces creativa. Uno escribe un gran poema, una magnífica sinfonía, uno hace algo especial por el bien de la humanidad porque uno está enfadado por la injusticia de la que uno es testigo. Pero la indiferencia nunca es creativa. Incluso el odio a veces puede suscitar una reacción. Luchas contra él. Lo denuncias. Lo desarmas. La indiferencia no suscita respuesta. La indiferencia no es una respuesta.

La indiferencia no es un principio, es el final. Y, por lo tanto, la indiferencia siempre es amiga del enemigo, porque beneficia al agresor... nunca a su víctima, cuyo dolor se intensifica cuando se siente olvidada. El prisionero político en su celda, los niños hambrientos, los refugiados sin hogar: no responder a su dolor, ni aliviar su soledad ofreciéndoles una chispa de esperanza es exiliarlos de la memoria humana. Y al negar su humanidad traicionamos y engañamos la nuestra.

En el lugar del que vengo, la sociedad estaba compuesta de tres simples categorías: los asesinos, las víctimas y los que se quedaban mirando. Durante los más oscuros tiempos, dentro de los guetos y campos de la muerte... y me alegro que ahora estamos conmemorando ese evento, ese período, que ahora estamos en los días de la Memoria, pero entonces nos sentimos abandonados, olvidados. Y nuestro único y miserable consuelo fue que creíamos que Auschwitz y Treblinka eran secretos estrechamente guardados; que los líderes del mundo libre no sabían lo que estaba pasando detrás de esas puertas negras y esas púas de alambre; que no tenían conocimiento de la guerra contra los judíos que el ejército de Hitler y sus cómplices estaban conduciendo como parte de la guerra contra los aliados. Si lo hubieran sabido, pensábamos, seguramente esos líderes habrían removido el cielo y la tierra para intervenir. Habrían hablado con gran indignación y condenando con convicción. Habrían bombardeado los ferrocarriles que conducen a Birkenau, sólo los ferrocarriles, una sola vez. Y ahora sabemos que lo sabían, nos enteramos, descubrimos que el Pentágono lo sabía, el Departamento de Estado lo sabía. Y el ilustre ocupante de la Casa Blanca entonces, que era un gran líder... y lo digo con algo de pena y dolor. Pero entonces también había seres humanos que eran sensibles a nuestra tragedia. Aquellos no judíos, esos cristianos, que llamamos los "gentiles justos", cuyos actos desinteresados de heroísmo salvaron el honor de su fe. ¿Por qué fueron tan pocos? ¿Por qué hubo un mayor esfuerzo para salvar a los asesinos de las SS después de la guerra que salvar a sus víctimas durante la guerra?”.

Creo que esta reflexión sobre la indiferencia, que nos expone en este discurso Elie Wiesel, debería ser motivo de profunda reflexión para toda la sociedad europea actual.

Ya tenía finalizado este artículo, cuando he tenido la suerte de disfrutar del artículo del amigo José Ramón Villanueva, publicado en El Periódico de Aragón titulado La alargada sombra del régimen de Vichy, en el que aparece también la palabra de la indiferencia. Nos dice:

Ante el avance en Francia de Reagrupamiento Nacional –antiguo Frente Nacional-, una parte de la sociedad francesa parece asumir sin problemas, la «normalización» de este partido neofascista, por lo que no inquieta, y menos indigna, a amplios sectores sociales, lo que Géraldine Schwartz, en su impactante libro Los amnésicos (2021) no duda en calificar como «una progresión contagiosa de la indiferencia» ante ese «enemigo de la democracia» que es la extrema derecha lepenista. Pero esta situación tiene sus antecedentes históricos en la actitud que ya evidenciaron buena parte de los franceses con su indiferencia tras la capitulación de la III República ante la Alemania nazi el 22 de junio de 1940, la posterior ocupación de una parte del país por las tropas hitlerianas y, a su vez, la creación del régimen fascista presidido por el mariscal Pétain con capital en la ciudad de Vichy”.

La indiferencia, después de todo, es más peligrosa que la ira y el odio