domingo. 30.06.2024

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@Montagut | En 1888, Jean Jaurès dirigió una carta a los maestros franceses que rescatamos en esta pieza, y donde reflexiona sobre la educación que debían recibir los niños, proporcionando el instrumento fundamental de la lectura y en clave de valores ciudadanos, culturales y humanistas.

Jaurès consideraba que los maestros eran unas figuras clave porque tenían en sus manos la “inteligencia y el alma de los niños”, y, muy en su línea, les hacía responsables de la patria. Los niños no solamente debían aprender a leer, escribir y las reglas matemáticas, sino que eran franceses, y debían conocer Francia, su geografía y su historia, “su cuerpo y su alma”. Como ciudadanos que iban a ser tenían que conocer qué era una democracia, los derechos que confería y los deberes que imponía.

Pero, también, como iban a ser hombres tenían que tener una idea del hombre, y debían conocer las miserias del mismo, especialmente la del egoísmo, que, para el francés, era la principal, sin olvidar que, por otro lado, estaba la grandeza del valor y de la ternura.

Jaurès consideraba que los maestros eran unas figuras clave y les hacía responsables de la patria

Era fundamental que conocieran la labor de la civilización, la importancia del pensamiento, el respeto y el culto del espíritu.

Todo eso era lo que había que enseñar, a menos que solamente se quisiera hacer de los niños máquinas de respirar.

Se le podía contestar que estaba planteando una gran exigencia a la escuela, cuando la vida era por sí misma ya una escuela. Así pues, cuando el niño se convirtiese en adulto al contacto con el mundo conocería las ideas del trabajo, de la igualdad, de justicia, y de la dignidad humana. Pero Jaurès consideraba que era fundamental empezar con ese ejercicio desde muy temprano como medio para que el niño conociese la democracia y la justicia.

¿Y cómo se hacía todo esto? Proponía dos medios. Lo primero que debían hacer los maestros era enseñar a los alumnos a leer “con absoluta facilidad”. Interpretamos que Jaurès estaba defendiendo la enseñanza de una lectura comprensiva para que, ante un libro, el que fuera, no se pudieran detener por cualquier obstáculo. Leer era la “llave de todo”.

Sabiendo leer, el escolar que tuviera curiosidad muy pronto podría tener una idea elevada de la historia de la “especie humana, de la estructura de mundo, de la historia propia de la Tierra en el mundo, del papel de Francia en la Humanidad”.

Como ciudadanos que iban a ser tenían que conocer qué era una democracia, los derechos que confería y los deberes que imponía

El maestro que quería Jaurès no debía explicar mucho, sino dar las pautas para determinar un cuadro de conjunto.

Pero esta labor tan importante del maestro requería que estuviera convencido de lo que enseña, es decir que debía interiorizar todo lo que aprendía, porque así podría transmitir la “luz y la emoción de su espíritu”.

Por tratarse de niños no había que reducir ni limitar las enseñanzas; al contrario, en su opinión, los niños tenían una curiosidad sin límites, y los maestros podrían llevarlos “poco a poco hasta el fin del mundo”.

Así pues, la labor del gran educador partía de enseñar a leer a fondo y después mediante conversaciones familiares y graves hablar a los alumnos de las grandes cosas que interesaban al pensamiento y a la conciencia humana. Sugerencias harto interesantes para educadores en este mundo del siglo XXI desde un lejano siglo XIX.

El artículo en castellano en El Socialista, número 5564 de 4 de diciembre de 1926.

Jaurès y los maestros franceses