viernes. 06.09.2024
Sahra Wagenknecht
Sahra Wagenknecht.

La mayoría de los análisis de las recientes elecciones en dos länder del Este de Alemania se han centrado en destacar la amplitud del triunfo de la extrema derecha y las consecuencias sobre la estabilidad del actual gobierno tripartido federal.

Sin duda, no por esperado el avance de la Alternativa por Alemania (AfD) ha provocado inquietud e incluso alarma en los círculos políticos y mediáticos del consenso centrista en el país y en la mayoría de los países europeos. Se repite, con sus rasgos propios, lo ocurrido en Francia o en los Países Bajos, donde partidos radicales de derecha se han convertido en la primera fuerza electoral.

Debemos resaltar esta formulación: una cosa es ganar las elecciones y otra poder gobernar, o al menos determinar la orientación del gobierno. En Francia, el RN (Reagrupación Nacional) es el partido con más diputados en la Asamblea Nacional, pero no tiene posibilidad alguna de encabezar un ejecutivo. Más allá de lo que el Presidente de la República quiera prolongar el interinato actual y de sus maniobras para negarle a la izquierda la responsabilidad de marcar el rumbo del país, en ninguna fórmula posible aparece la formación de Marine Le Pen.

En los Países Bajos, el Partido de la Libertad también fue el más votado en mayo, pero, al no contar con mayoría suficiente, se tuvo que plegar a formar parte de una coalición amplia de derechas, en la que marcará su impronta pero no podrá actuar a conveniencia.

Podríamos mencionar también el caso italiano, donde la ultraderecha encabeza con holgura otra coalición conservadora-nacionalista pseudoliberal, que ha tenido que rebajar algunas de sus pretensiones radicales. Tras el fiasco de una alianza con la derecha conservadora posterior a las elecciones europeas, Giorgia Meloni, jefa del gobierno, parece decidida a recuperar parte de su programa extremo. Algunos dicen que por despecho; otros, que nunca renunció a ello.

En Alemania, el test no ha sido nacional, sino regional, y en el territorio más propicio para los ultras, Turingia

En Alemania, el test no ha sido nacional, sino regional, y en el territorio más propicio para los ultras. En Turingia, la AfD ha sido el partido más votado, con la tercera parte de los votos (32,8%), y en Sajonia ha obtenido algo menos (30%) y queda sólo por detrás de la CDU.

La implantación de la AfD en el Este no es reciente. En las elecciones anteriores de Turingia ya habían cosechado resultados prometedores. El cordón sanitario (todos contra la AfD) les había privado de tocar poder real. Pero a punto estuvieron de hacer saltar ese veto explícito. Sólo la intervención in extremis de la entonces Canciller Merkel impidió un acuerdo entre la CDU y la AfD, lo que le costó la secretaría general del partido a Annegret Kramp-Karrenbauer, llamada a ser la potencial sucesora. La voluntad de impedir un gobierno ultra en Erfurt (capital de Turingia) se mantiene verbalmente, pero habrá que esperar.

NO TODO SE DEBE A LA INMIGRACIÓN

Los analistas explican esta consolidación de la extrema derecha principalmente por sus propuestas radicales contra la inmigración, uno de los pilares de su éxito en otras partes de Europa. Sin duda, buena parte del electorado sintoniza con los políticos ultras en este sentimiento xenófobo. En Alemania, por su historia y rasgos culturales, el rechazo al extranjero enciende las alarmas. Algunos comentarios indulgentes de uno de sus líderes sobre las SS obligaron a Le Pen a dejar a este partido fuera del realineamiento ultra en Europa.

Pese a esto, el canciller Scholz trató de aplacar la presentida oleada xenófoba con el anuncio de nuevas deportaciones de inmigrantes ilegales que no pudieron acreditar las condiciones para adquirir el estatuto de refugiados o que hubieran vulnerado la ley de cualquier forma. De poco ha servido intentar neutralizar a la extrema derecha con medidas que ésta plantea aunque sea de manera más demagógica y retorcida.

En los länder de Turingia y Sajonia apenas hay inmigración y los refugiados son muy escasos

En todo caso, hay que considerar que en estos dos länder de Turingia y Sajonia apenas hay inmigración y los refugiados son muy escasos. La población conjunta de ambos apenas representa un tercio de la que tiene el estado más poblado, Renania del Norte-Westfalia. Por tanto, allí la inmigración ha sido más un referente que una presión real para los xenófobos.

Por lo tanto, deben tenerse en cuenta otros factores. El más importante, sin duda, el malestar social por la crisis derivada de la guerra de Ucrania, el alza notable de los precios de la energía y el descenso de la actividad económica en general. Pero no puede olvidarse el sentimiento de abandono y marginación que, lejos de extinguirse, ha ido en aumento en el Este tras la unificación de hace tres décadas. La sensación de ser los perdedores de lo que se vendió como una oportunidad para una nueva edad dorada de una Alemania democrática se hace cada año más amarga. Y no hay perspectiva de cambio. Si escuchamos a los informadores occidentales que han visitado estos territorios durante las últimas semanas, es fácil percibir esta desafección hacia el centro del poder federal, que sigue anclado en el Oeste, aunque se desplazara a Berlín tras la unificación.

LA IZQUIERDA EMERGENTE

La revancha del Este adquiere este perfil que medios y clase política liberales caracterizan de “extrema”. Y aquí no sólo se refieren a la AfD, sino al otro gran protagonista de las elecciones, la Alianza Sarah Wagenknech (BSW). En torno a esta figura llamativa de la izquierda oriental, antigua militante del partido Die Linke (La Izquierda), lejano sucesor del SED (partido comunista gobernante entre 1945 y 1990), se han reunido numerosos militantes cansados de la falta de respuestas convencionales del consenso centrista. En Turingia han obtenido el 16% de los votos y 15 diputados y este mismo número en Sajonia, con un 12% de sufragios.

Los partidos de la alternancia de gobierno consideran a la BSW como un partido “izquierdista conservador” y “populista”

Los partidos de la alternancia de gobierno considera a la BSW como un partido “izquierdista conservador” y, por supuesto, “populista”. Esta última etiqueta está muy manida, pero la primera despierta mayor interés. Wagenknecht defiende un programa clásico de izquierdas, con más inversión social, pensiones más generosas y mejores y más amplios servicios sociales. Aparte, claro está de una compensación al Este por el daño sufrido tras la reunificación.

Pero, en contraste con esto, cuestiona la política migratoria de los últimos gobiernos, no tanto por xenofobia cuando por ser un recurso que interesa más el empresariado deseoso de contar con mano de obra barata que a las clases populares nacionales. Ciertamente, su tono ha sido en ocasiones ambiguo, como cuando ha pedido a la clase política tradicional “más coraje” para abordar el asunto de la inmigración. Pero resulta extraño atribuir xenofobia a un partido cuya Secretaria General se llama Amina Mohamed Alí.

Pero lo que más molesta los políticos convencionales y a los medios que viven de sus fortunas y desventuras son las arremetidas de SW contra el estilo de vida yuppie de las clases acomodadas en el Oeste y, en mejor medida, en el Este. Wagenknecht ha sido periodista de televisión y tertuliana. Su elocuencia y acidez han sido reconocidas incluso por sus detractores. Está casada con el que fuera líder del SPD, Oskar Lafontaine, antes jefe de filas de su sector más izquierdista del partido y azote notable de las anquilosadas estructuras del partido.

La BSW ya obtuvo un buen resultado en las recientes elecciones europeas y seis escaños en la Eurocámara. Die Linke, su principal competidor en la izquierda crítica sólo obtuvo tres, pero no ha permitido la incorporación de los escindidos en el Grupo Confederal de la Izquierda Unitaria Europea. Los diputados de Sarah Wagenknecht se han quedado en el limbo de los No Inscritos.

Ciertos comentarios apuntan a un posible entendimiento entre “los dos extremos” para hacer saltar el cordón sanitario. Sin entrar en desmentidos, portavoces de este nueva formación (no se puede aún considerar partido) han rechazado esta interesada desinformación.

La BSW, según las encuestas, puede superar a Die Linke y al gubernamental Partido Liberal en las elecciones federales

El otro elemento de reproche contra la BSW tiene que ver con la guerra de Ucrania. Wagenknecht aboga claramente por el fin negociado del conflicto, se opone a la política de rearme de Ucrania practicada por la OTAN (y en particular por Berlín) y la detención del programa de militarización de la actual coalición, aunque al final haya sido menos intenso de lo anunciado. Esta alianza del descontento cree que el final de la guerra permitirá redistribuir recursos en beneficio de los más pobres. A los que les consideran “prorrusos” o “marionetas de Putin” replican que su programa “condena la agresión de Rusia contra Ucrania, contraria al derecho internacional”.

La BSW, según las encuestas, puede superar a Die Linke y al gubernamental Partido Liberal en las próximas elecciones federales (2025) y está a sólo tres puntos de los Verdes, el segundo partido de la coalición semáforo. El SPD, debilitado por todos su flancos, debería escuchar a estas voces críticas e ir más allá de alertar contra el peligro ultraderechista. Ocuparse de las causas y no sólo ponerse a la defensiva.

 

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Alemania: la revancha del este