sábado. 28.09.2024
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Esta es una pregunta muy simple y sencilla de responder con un SÍ o un NO. Sin embargo, cada una de esas dos respuestas posibles encierra en su interior todo un mundo, un gigantesco entramado de ideologías políticas, creencias religiosas, sentido del deber, sentimientos patrióticos, capacidad crítica, valores éticos y morales,  libertad de conciencia, industrias y  negocios de todo tipo necesarios para la guerra, luchas por el poder, y muchas cosas presentes en  la psicología profunda de las gentes a la hora de una  guerra, que nunca es una opción democrática  a debatir, y que no afecta a todos por igual. Los ricos, tienen bunkers, los pobres, trincheras. Los ricos no van a las guerras ni mandan a sus hijos. Los pobres, nunca fallan en eso. Los ricos lo hacen en su propio beneficio; los pobres, para beneficio de los ricos aunque  creen que pelean por causas nobles. Los ricos no odian a otros ricos: simplemente compiten como lo hacen los entrenadores de fútbol con sus equipos en el  campo. Los jugadores no se odian, pero los soldados que van a morir odian a los que van a morir en la trinchera contraria.

Un SÍ o un NO a la guerra supone elegir entre la vida y la muerte para muchos en el campo de batalla o para muchos bajo las bombas en sus propios hogares

Un SÍ o un NO a la guerra supone elegir entre la vida y la muerte para muchos en el campo de batalla o para muchos bajo las bombas en sus propios hogares. Supone elegir entre el mundo en que uno vive y el mundo que vendrá, con la seguridad de que siempre será peor, más sucio, más pobre, con muchos mutilados y heridos graves, muchas patologías psicológicas y mucha más hambre para la población. Una vez firmada la paz, los ricos respiran aliviados en sus paraísos fiscales, y los pobres viven nuevos infiernos imprevistos.

Un mundo más desolado y más tiranizado sucede al precedente. Y todo eso ¿por qué?...  Todo eso ¿para qué? ¿Por qué las gentes que viven sus vidas intentando mejorar sus existencias y la de sus hijos con grandes renuncias y sacrificios han de dejar que estos  marchen dispuestos a morir o a matar a otros hijos de familias semejantes a los que ni conocen  y a los que prontamente ayudarían en una carretera  si sufrieran un accidente? ¿Quién y por qué decide que debemos odiar y nos crea miedo hasta el punto de desear matar a desconocidos que nos amenazan,  que nunca hemos visto y de los que ignorábamos su existencia hasta ayer? ¿Acaso hay en todo esto algo de natural, de lógico, de necesario? ¿O se trata de otra cosa?  Pues claro que se trata de otra cosa, y la estamos contando. ¿No hay en esa “otra cosa”, que solo es egocentrismo, avaricia, deseo de estar por encima de los semejantes  algo inhumano y monstruoso? ¿No son unos enfermos mentales y sociópatas descontrolados los que promueven o defienden las guerras? ¿No resultan ser unos criminales los que comercian con armas? ¿No son unos delincuentes quienes las fabrican y quienes las financian como ocurre con todos los que atentan contra la salud pública fabricando sustancias tóxicas? ¿O acaso una guerra no es lo más tóxico que pueda existir?

Un mundo más desolado y más tiranizado sucede al precedente. Y todo eso ¿por qué? Todo eso ¿para qué?

¿Dónde está la lógica en todo esto?

En los conflictos sociales o laborales a que estamos acostumbrados en las viejas sociedades capitalistas de la desigualdad, la injusticia social, laboral, judicial, la desinformación, y todo lo  que define al capitalismo en tiempos de paz (nunca social) intervienen elementos explicables, posturas irreconciliables, como las que dividen a obreros y patronos. Eso lleva a enfrentamientos donde los unos exigen parte de lo que se les roba legalmente  que  los otros no dan por las buenas. Incluso a niveles mucho más elementales, unos vecinos se pueden enfrentar a otros por cuestiones relacionadas con la convivencia cotidiana. ¿Qué tienen en común ambos tipos de conflictos? La defensa de los derechos propios y la carga emocional. Aquí existe una lógica del enfrentamiento, con unas causas concretas que involucran a personas concretas y obligan a tomar partido en defensa propia, como cuando un asesino se cuela por la ventana de tu casa. Todo eso tiene componentes fáciles de explicar, reacciones fáciles de comprender. En las guerras no funcionan así las cosas.

El proceso

Para empezar, no existe ningún enemigo exterior a la vista, hasta que no se nos convence de que existe,  y  al que tener miedo porque puede matarnos. La generalidad de ciudadanos tiene un notable desconocimiento de los países que conforman el mundo y de las peculiaridades de sus habitantes y por tanto desconocen si son violentos u otros motivos por los que hubiera que desconfiar de su presencia. Sin embargo, cuando los dirigentes de  un país o un conjunto de países deciden la guerra, se desencadenará una verdadera tormenta en dos direcciones: la que pretende ser informativa y la puramente emocional, ambas profundamente unidas entre sí. Prensa y televisiones como herramientas de creación de noticias falsas o manipuladas acerca del país convertido en enemigo y de sus habitantes se verán acompañadas durante un tiempo de la emisión de películas y documentales donde se exalte el heroísmo, el compañerismo, la maldad y perversidad de enemigos a destruir, el amor a la patria y la defensa a vida o muerte de su bandera. Y un buen día, el enemigo se hace concreto y se da a conocer a la opinión pública. Con apariencia de ser inocentes víctimas de su maldad, los que gobiernan presentarán a las gentes de su país al nuevo enemigo y a sus jefes políticos y militares como muy violentos y faltos del más mínimo sentido de humanidad y compasión  que resultan  una gran amenaza de la que hay que defenderse y hay que eliminar por el bien de la Patria y la seguridad nacional amenazada.

Telediarios a bombo y platillo presentarán desfiles militares  con impresionantes medios de combate que serán masivamente aplaudidos por la ciudadanía, que se sentirá bien protegida por sus soldados, forma parte de la preparación psicológica, completada con malestar económico y profusión de conflictos laborales- culpa del enemigo- que vayan haciendo irrespirable la atmósfera social  mientras suenan cada vez más cerca los tambores de guerra hasta que salta la chispa el día elegido. Y ese día estaremos obligados a elegir.

¿Debemos ir a las guerras?