viernes. 27.09.2024
ADRIANA LECOUVREUR

Necesitamos tu ayuda para seguir informando
Colabora con Nuevatribuna

 

Marta Olivas |

El compositor italiano Francisco Cilea estrenaba en 1902, sobre libreto de Arturo Colautti, Adriana Lecouvreur. La historia retomaba el drama de Eugène Scribe y Ernest Legouvé protagonizado por la que fuese célebre primera actriz de la Comédie Française, que se había convertido en una leyenda interpretativa a principios del siglo XVIII y cuya muerte, producida en extrañas circunstancias, no hizo más que alargar su sombra en la historia del teatro galo.

Como corresponde a los músicos de su generación, Cilea presenta un melodrama de ecos verdianos con un triángulo amoroso entre Adriana, el verdadero y nuevo amor de Maurizio, conde de Sajonia, y la Princesa de Bouillon su antigua amante y aliada política. La pasión amorosa entre los protagonistas, la abnegación y el consiguiente desengaño de Adriana y la venganza por despecho de la Princesa –que asesina a la actriz con un ramo de violetas envenenadas– son los mimbres con los que se arma una ópera donde la partitura, considerada la obra maestra de su autor, está muy por encima de su desarrollo argumental. 

Este lunes, Adriana Lecouvreur pisaba por primera vez en el Teatro Real en producción de la Royal Opera House, el Gran Teatre del Liceu, la Wiener Staatsoper, la Opèra National de Paris y la San Francisco Opera con una excelente puesta en escena que firmó el director escocés David McVicar en 2010 –la reposición ha corrido a cargo de Justin Way–  y un elenco vocal muy a la altura de las circunstancias que invitó al público madrileño a enamorarse de una de las heroínas más entrañables para los aficionados.

Sin duda, una de las principales responsables del idilio entre el patio de butacas y el escenario fue la soprano albanesa Ermonela Jaho. A pesar de que el reto no era nada sencillo –memorable resulta la interpretación aún a día de hoy de Montserrat Caballé–, Jaho configuró una Adriana tierna y sensible –conmovedora hasta la médula en el «Poveri Fiori»– pero también solemne y digna en «Ecco respiro appena… Io son l’umile ancella» y aguerrida en el monólogo de Fedra del tercer acto donde confronta a la Princesa –«Giusto cielo! Che feci in tal giorno»–. Más que reseñables resultaron también el Maurizio de Brian Jadge o la mezzosoprano Elīna Garanča como la Princesa de Bouillon. En este sentido, también destacó por su emotiva y equilibrada interpretación Nicola Araimo como Michonnet, el eterno enamorado de Adriana. La batuta de Nicola Luissotti resultó enérgica y firme pero también ensoñadora y evocadora en los momentos en los que debía serlo –maravillosas notas finales del arpa de Mickäele Granados y Susana Cermeño–.

La apuesta de McVicar lo juega todo, como no podía ser de otra manera, a la metateatralidad, piedra angular de la obra de Cilea y Colautti: el público tiene la posibilidad, no solo en el primer y en el tercer acto, sino también en el cuarto, de convertirse en observador de quienes observan y les lleva a participar de la maravillosa imbricación de vida y ficción; de ilusión y realidad a través de la escena. Para ello, Charles Edwards, responsable de la escenografía, realiza un homenaje al arte dramático al presentar un tablado de madera para el primer y el cuarto acto, remedando el de la Comédie y, en el tercero, un rico teatro de corte, el de la villa del príncipe de Bouillon. La belleza de esa primera parte entre bambalinas, jugado con la espléndida iluminación de Adam Silverman, contrasta con el tablado desnudo de la última, en el que la compañía presenta sus respetos a la difunta Adriana. Es entonces donde el artificio y la mascarada dan paso a la verdad de la muerte. Precisamente uno de los momentos más especiales del montaje tiene lugar en uno de esos intraescenarios: el «Balletto» del acto III que recrea el juicio de Paris –bellísimamente coreografiado por Andrew George– y que dialoga con el triángulo amoroso entre la Princesa de Bouillon, Maurizio y Adriana. Destaca también el estupendo vestuario dieciochesco de Brigitte Reiffenstuel que subraya el verismo historicista de la pieza y acerca al espectador al mundo que Cilea presenta ante él: opulento y patético, excesivo e intimista. 

Sin duda, este arranque de temporada promete grandes alegrías al público, tanto a nivel creativo como musical. Veremos qué nos depara el Real.


Adriana Lecouvreur, de Francesco Cilea.
Reparto: Ermonela Jaho (Adriana Lecouvreur), Brian Jagde (Maurizio), Elīna Garanča (Príncesa de Bouillon), Maurizio Muraro (Príncipe de Bouillon), Nicola Alaimo (Michonet).
Dirección musical: Nicola Luisotti.
Coro y Orquesta Titulares del Teatro Real.
Dirección de escena: David McVicar.  
Reposición: Justin Way. Dirección musical: Nicola Luisotti.
Teatro Real de Madrid
Hasta el 11 de octubre de 2024

Adriana Lecouvreur en el Teatro Real o el eterno encanto de la diva envenenada