sábado. 18.05.2024
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Aleix Sales | @Aleix_Sales

La imagen de Setsuko Hara en Primavera tardía (1949) presidió cada una de las sesiones del BCN Film Fest 2024, que dedicaba su retrospectiva este año a un maestro del cine reposado e íntimo como Yasujirō Ozu. Una edición que coronó al cine finlandés, otorgando el premio a la mejor película a El destino de Maya, de Tiina Lymi, cinta sobre la emancipación como mujer de una joven de 17 años, casada forzosamente con un pescador, en una remota isla finlandesa. El jurado alegó que se trataba de un retrato minucioso de una realidad lejana pintado con precisión y sensibilidad, poniendo el foco en temáticas universales que nos interpelan como sociedad. En términos de cantidad, Alumbramiento, de Pau Teixidor, fue la gran ganadora con el premio a la mejor dirección y a la mejor actriz (ex-aequo para su reparto joven), para esta historia ambientada en un reformatorio para chicas embarazadas en la España de 1982, siguiendo la estela feminista con la que se enmarcó buena parte del palmarés.

En contraposición a la corta edad de las actrices de Alumbramiento, el premio al mejor actor recayó en una leyenda de 90 años como Michael Caine por La gran escapada (Oliver Parker), en su más que probable rol de despedida del cine en esta aventura de un veterano de la II Guerra Mundial que se escapa de su residencia para asistir junto a otros compañeros a la conmemoración del 70 aniversario del Día D. El mejor guion fue para la kosovar Phantom Youth, de Luàna Bajrami, sobre el convulso proceso de independencia del estado en 2007 filtrado por los ojos de unas jóvenes estudiantes universitarias. El trofeo a la mejor música fue otorgado a Hammarskjöld. Lucha por la paz, de Per Fly, correcto, pero convencional biopic del diplomático Dag Hammarskjöld, ex-secretario general de las Naciones Unidas que medió intensamente en la resolución del conflicto en Katanga en los años 60.

No podía haber una guinda del pastel más apetitosa y festiva para poner punto y final a una cita que lleva años haciéndose un hueco en la agenda cultural barcelonesa

En el reverso del academicismo de muchas de las cintas proyectadas, la crítica ACCEC galardonó a Quentin Dupieux por Daaaaaalí!, con la que el inclasificable cineasta francés deja su huella rompiendo con los moldes tradicionales del biopic. Dupieux logra plasmar el imaginario onírico del genio de l’Empordà de una forma tangible, con un resultado muy loable y gratificante para los ojos. A diferencia de lo habitual, la estructura de lo que quiere contar –los sucesivos hipotéticos encuentros entre una periodista y el célebre pintor para elaborar un documental sobre su figura- se adapta a las narrativas propias del cineasta francés, dejando una canónica obra de Dupieux fundamentada en la sucesión de gags que se desvían tendidamente de la trama principal, para luego volver a ella y avanzar hacia las metas que le interesan. La mezcla del delirio absurdo de Dalí con el de Dupieux dan lugar a más de un sketch inspirado, fresco y desternillante que bien justifica su visionado. En su contra, como conjunto le falta consistencia y empaque global, dejando la percepción que un proyecto así daba para algo más complejo que una gamberrada tronchante y, eso sí, estimulante.

Otros artistas han sido objeto de estudio en más títulos del BCN Film Fest. Se pudo ver el último documental de Wim Wenders, homenajeado en la edición pasada, centrado en la figura de Anselm Kiefer. Como su protagonista, Anselm se desvía de los lugares comunes de una película de no-ficción sobre pintura, tornándose una obra que equilibra el valor informativo con el que dar a conocer a Kiefer con la libertad de las formas fílmicas, en un film preciosamente rodado. Sirve, además, como un puntual compendio de la obra de Wenders al reunir muchos de sus motivos visuales, especialmente del tramo entre El cielo sobre Berlín (1987) y ¡Tan lejos, tan cerca! (1993). Mucho más funcional es Los inmortales y las maravillas del museo egizio de Turín (Michele Mally), que se apoya en la narración de Jeremy Irons para explicar la mitología y la cultura funeraria del antiguo Egipto mientras se muestran distintas obras del museo titular y otros centros de renombre del mundo. Dentro de su poco riesgo, ejecuta de forma atractiva sus intenciones divulgativas y cumple con sus claros objetivos.

Dentro de la cosecha de títulos importantes que pasaron por festivales, se proyectó Memory, en la que vemos a un Michel Franco más comedido y menos efectista y sádico de lo habitual. En una vertiente más sensible y empática con sus protagonistas, el cineasta mexicano prueba su aventura completamente estadounidense con este melodrama frío con ráfagas de ternura sobre dos personas maduras heridas que, por los avatares del destino, acaban conectando en un contexto vital desfavorable. Jessica Chastain y Peter Sarsgaard, ambos estupendos, derrochan química y vigorizan esta historia de amor de narrativa sofisticada, en la que los azares del pensamiento difuminan su transparencia. Sin quedar todo claro, con más de un elemento cuestionable, Memory abre acertadamente una nueva etapa en la carrera de un director excesivo e imperfecto, pero que no deja indiferente.

Otros artistas han sido objeto de estudio en más títulos del BCN Film Fest

Si Franco tampoco es un cineasta que podamos calificar como sutil, Memory al lado de Green Border es un oasis de contención. El nuevo trabajo de Agnieszka Holland explora desde varios puntos de vista la problemática de los inmigrantes que cruzan la frontera natural entre Polonia y Bielorrusia, un bosque hostil en el que se cometen todo tipo de violaciones de los Derechos Humanos para contener el tráfico de personas procedentes de África y Oriente Medio. La relevante temática se conforma con el hecho de resultar una “denuncia necesaria” y apuesta por una vertiente efectista y sensacionalista, siendo esa clase de films que se creen que por hablar más alto y ofrecer un espectáculo de atrocidades son mejores. La polifonía de personajes resulta descompensada al acabar dando más peso a la activista, limitando la caracterización de los otros personajes a parámetros más arquetípicos. A pesar de sus problemas en el enfoque y el tratamiento, el faro de Green Border se encuentra en la propia Holland, quien a sus 75 años demuestra su vitalidad detrás la cámara con más de una secuencia de envidiable planificación y ritmo. Paradójicamente, la totalidad del conjunto se resiente en sus largas dos horas y media, que culminan en conclusiones obvias.

De Málaga llegaban dos películas, en sus tonos y temas diferentes, hechas para satisfacer al público. Por un lado, La casa, tercer largometraje de Álex Montoya donde se reúnen tres hermanos para, a raíz de la defunción de su padre, decidir qué hacer con la casa familiar de un pueblo valenciano. Basada en la novela gráfica de Paco Roca, el film encuentra sus bazas en su armonioso reparto encabezado por David Verdaguer, Óscar de la Fuente y Luis Callejo en el papel pretérito del padre fallecido, en una película que no desafina en sus tonos y explora la enfermedad y el duelo con respeto y una dosis de sensibilidad bastante justa. Sin embargo, a pesar de jugar adecuadamente sus cartas, no logra desmarcarse de otras propuestas muy similares, suponiendo más un déjà vu que un film fresco para quedarse en la memoria.

En el otro lado, está Disco, Ibiza, Locomía, con la que Kike Maíllo cuenta el nacimiento, auge y disputas varias del icónico grupo que agitó los abanicos a finales de los 80 y principios de los 90 en España y Latinoamérica. Teniendo de referente el relato de la serie documental de Jorge Laplace para Movistar, Locomía (2022), Maíllo captura el colorido y la efervescencia de aquellos tiempos de excesos, no solamente para el grupo, sino para la sociedad española, en un film disfrutón, donde la tragedia y el humor se cogen del brazo. Aunque acaba desgastándose un poco al entregarse a las directrices y tópicos del género, Disco, Ibiza Locomía baila con fluidez y entrega distintos momentos divertidísimos más próximos a la carcajada que a la sonrisa, dejando las pretensiones a un lado. Que funcione depende de un director que sabe hacia donde abanicar el aire y un reparto entonado, donde brilla Alberto Ammán como el mánager José Luis Gil. Mención aparte la magnífica recreación de la época, potenciada desde su diseño de vestuario. Como el grupo en cuestión, un festival petardo con el que entregarse al placer más que a una profunda intelectualización. Y con mucho gusto.

La clausura del festival coincidió con la entrega del premio honorífico de la edición, que en esta ocasión fue para una persona clave en el desarrollo del cine independiente americano de las últimas tres décadas y en la educación sentimental de muchos cinéfilos gracias a la trilogía de Antes de...: Richard Linklater. Un premio retrospectivo para un cineasta que ha filmado el paso del tiempo como pocos, ya sea desde el seguimiento cada nueve años de Jesse y Céline en la trilogía mencionada o el tránsito de los 6 a los 18 años de un niño en Boyhood (2014). El incombustible Linklater, que ahora se encuentra rodando otro título que rodará progresivamente año a año y que verá la luz dentro de 17 años con Paul Mescal, Merrily We Roll Along, recogió el premio y presentó su última película terminada: Hit Man. Asesino por casualidad. Linklater vuelve a hibridar géneros en esta mezcla de thriller de asesinos a sueldo y comedia romántica con la que se reúne con Glen Powell, tras poner voz en Apolo 10 ½: Una infancia espacial (2022) y ser el robaescenas de Todos queremos algo (2016). Hit Man es una vuelta de tuerca inspirada a esta figura tan trillada, cristalizando en una película alocada, desenfadada y, a la vez, precisa y bien hilvanada. Una exploración amoral con la que pasárselo en grande y gozar del tour de force cómico de Powell –en pleno momento de gracia tras la resurrección de la romcom en Cualquiera menos tú (Will Gluck, 2023)-, uno de los mejores actores cómicos que hay ahora mismo. El actor muta en distintos caracteres y hace saltar chispas con Adria Arjona, una partenaire perfectamente compenetrada. No podía haber una guinda del pastel más apetitosa y festiva para poner punto y final a una cita que lleva años haciéndose un hueco en la agenda cultural barcelonesa y que parece que, una vez encontrada una línea a seguir, puede que entre en un nuevo ciclo. Un periodo en el que asentarse con más fuerza, seguir acercando el arte, la literatura y la historia en el cine, así como invitar a todo tipo de profesionales y estrellas a entrar en contacto con el entusiasta público catalán.

Crónica del BCN Film Fest 2024: floreciente primavera en la pantalla